La ceremonia de entrega de los Premios ALANDAR no son los Oscar, ni los Goya. No hay dinero de por medio, ni tampoco proyección mediática que rentabilizar. Mucho menos, autopromoción. Son sólo un abrazo sincero de admiración, un empujón entre muchos para seguir abriendo camino, una promesa de seguir juntos la senda. Sobre todo, una conversación a tres bandas –lectores, galardonados y redacción- que echa a andar.
La preparación de la entrega de premios supone una gran responsabilidad que, por llevadera que sea, no está exenta de los nervios propios del directo. “¿Dónde se han metido los de Ferrocarril Clandestino?”, preguntaba por los pasillos del Colegio Mayor Chaminade, poco antes de las 19,30 horas del pasado 16 de junio, la directora de ALANDAR, Charo Mármol. Entre tanto, Cristina Ruiz y José Luis Corretjé no andaban muy lejos debatiéndose entre dedicarse a saludar a los que iban llenando poco a poco el salón de actos colegial o retirarse tras las bambalinas para concentrarse en el guión de la gala que estaban a punto de presentar.
La escenografía llevaba un tiempo preparada y las pruebas de luces y sonidos hacía rato que habían concluido. Un pequeño ordenador portátil, a cargo de Beatriz, almacenaba en su interior las fotos que se iban a proyectar y la música que debía subrayar los momentos álgidos de la ceremonia. A las puertas del salón de actos, Ana nos esperaba en una mesa con lo folletos de ALANDAR bien acompañados por manifiestos y denuncias en busca de las siempre codiciadas adhesiones, más diverso material reivindicativo y alternativo con los que se financian las causas justas, indicaba a los despistados dónde se iba a celebrar la peculiar gala.
El momento y el espacio de la ceremonia no se preparan para mayor gloria y boato de una publicación realmente esforzada, ni siquiera para que los premiados, con muchos méritos a sus espaldas, puedan regocijarse a sus anchas por la distinción. De lo que se trata es de tejer un calurosa abrazo entres quienes gastan la vida por los demás, en medio de la indiferencia o incomprensión generalizada, y quienes, a veces en silencio y sin dejarse ver, les alientan a no desfallecer.
La entrega de Premios ALANDAR se ha convertido en una saludable costumbre, que propicia el encuentro entre los lectores, la redacción y los protagonistas de buenas noticias. Todo un acontecimiento, que permite alimentar esa corriente crítica y esperanzada que ha hecho posible seguir caminado, despacio pero seguros, hacia un futuro mejor.
Como ocurre casi siempre en estas circunstancias, los saludos, mucho más completos que los de simple cortesía, iban y venían. Al tiempo que las casualidades y coincidencias se multiplicaban exponencialmente. “Pues tu cara me suena”, decía alguien. “No te va a sonar, si el otro día estuve en la manifestación de Aluche, contra los Centros de Internamientos de Extranjeros…”, le contestaba otro. No menos predicamento tiene esa otra fórmula tan breve como eficaz que da idea del ajetreo de ciertas vidas y sirve para apelar a la comprensión del otro por la falta del adecuado cuidado de las relaciones sociales: “¡Cuánto tiempo sin verte!…”
Entre estas y otras frases, el patio de butacas se fue llenando, con calma, sin pausa y equilibradamente, como agua de regadío que empapa la tierra y dispone a la semilla para la germinación. Se hizo la oscuridad en los asientos hasta que se encendió el escenario y los asistentes pudieron reconocer a Cristina y José Luis parapetados por dos mesas enfrentadas, entre las cuales se abría un pasillo que terminaba en un lienzo blanco. “¿Dónde está Charo?”, murmuraban algunos.
El Consejo de Redacción y los colaboradores de ALANDAR pintan muy poco en todo esto. Su papel simplemente se limita a auscultar los corazones de los lectores para intentar adivinar sus preocupaciones, sus compromisos y sus impronunciadas admiraciones, con el fin de buscar iniciativas, apuestas y personas merecedoras de un abrazo de simpatía que les confirme en la buena senda y les ayude a mantenerse en pie. ALANDAR hace las presentaciones y procura las circunstancias para que comience la conversación sincera.
Los guionistas habían querido que las nuevas generaciones tomaran, pacíficamente eso sí, las riendas del espectáculo, como antesala, de los nuevos aires que han de venir. Tras las palabras de bienvenida e inauguración, subió a escena la cuentacuentos Ana García Castellano, quien, con tanto arte como oficio, armó un intenso y divertido relato que reservó a la tortuga “alandariega” el papel de guía de un viaje ficticio, pero basado en hechos verídicos y verificables, que nos llevó a todos por los territorios ocupados de Gaza; ese lugar donde anidan los sueños de juventud y se construyen los hombres y mujeres del futuro; y una aldea multicultural de un país cualquiera que mucho se parecía al nuestro.
Recién cumplidos los 26 años, ALANDAR sigue fiel a su vocación de convertirse en un medio de información socio-religiosa que cultiva la crítica constructiva para alimentar la esperanza y animar al compromiso con las realidades más acuciantes de nuestro mundo. El reflejo de ese proyecto cobra vida por un día en la fiesta de entrega de los galardones ALANDAR.
El mayor valor de ALANDAR no son sus anunciantes, con ser muy necesarios para el sostenimiento financiero, ni sus proveedores, profundamente comprensivos con las dificultades de una empresa tan particular, sino sus lectores. Suena a tópico, pero en este caso es mucho más que todo eso.
Por pocos que puedan parecer al hacer odiosas comparaciones, por insignificantes que puedan ser para los publicistas que fomentan el consumo de las fruslerías capitalistas que alimentan los mercados, por duras que sean las incomprensiones a las que se enfrentan en sus compromisos, los lectores de ALANDAR siguen ahí respaldando el esfuerzo, comprendiendo los errores, convocando a asumir el riesgo y participando en un proyecto colectivo, alternativo y abierto. Tienen el mérito de no haber perdido la fe a pesar de los pesares, de no quedarse quietos y poner en práctica la solidaridad, de querer seguir aprendiendo de otros y con otros. Y esto, sencillamente, ya quisieran poder decirlo de sus lectores otros medios.
Ni qué decir tiene que los artistas invitados (Mujeres de Negro, Foro de Pastoral Juvenil y Ferrocarril Clandestino) se apoderaron, como era menester, de los papeles protagonistas al recoger los humildes galardones con los que ALANDAR les había querido distinguir. Hubo espacio y tiempo para que alzaran su voz y nos recordaran la necesidad de mantener abierto el compromiso ya fuera en contra de las guerras, a favor de un nuevo lenguaje y de nuevas estructuras para acoger la fe de los jóvenes y por la construcción de una sociedad sin excluidos donde la falta de unos papeles no sirva de coartada para un apartheid que castiga a los pobres que vienen de fuera y viven entre los ricos de dentro.
Concha y Luz, por Mujeres de Negro; Carles y Raquel, por FPJ; y Pepa Torres, junto con miembros de la comunidad hindú, latinoamericana y subsahariana, por Ferrocarril Clandestino agradecieron los premios ALANDAR, no sólo porque, como dijeron algunos de ellos, probablemente fueran los únicos que les iban a otorgar, sino sobre todo porque les daban “poder”, les “emponderiza”, les daban “valor”, les “envalentiza”…
Palabras que valen para recompensar todo el esfuerzo, porque el empeño de esta publicación mensual no es otro que ayudar a tejer una red de apoyos, a veces invisibles, pero siempre firmes, entre quienes apuestan por estilos de vida más justos y solidarios y pelean por acercar la utopía al presente.
Habían dispuesto los guionistas y quiso la encantadora tortuga “alandariega”, animada genialmente por Ana, que el acto finalizara con los acentos musicales de los propios inmigrantes vinculados con Ferrocarril Clandestino y los raperos okupantes del “Patio Maravillas”. Alandar no pretende incurrir en poses vacías que le aúpen al escalafón de lo moderno, pero leer el signo de los tiempos y mantenerse fiel a su época tiene estas cosas, que al final lo auténticamente renovador se impregna a uno mismo con naturalidad. No parecen, el hip-hop y los sones africanos, mala banda sonora para el camino que la tortuga tiene delante de sí.
Al fin, Charo Mármol irrumpió en la escena tanto para agradecer la asistencia y el apoyo explícito a “Alandar” y a los premiados como para comunicar la desagradable noticia de que esta vez no habría ágape ni piscolabis debido a la crisis, que como no puede ser de otra manera también afecta a esta publicación. Los presentes comprendieron bien la situación y se contentaron con seguir enriqueciendo sus espíritus críticos con nuevas e intensas conversaciones de pasillo.
Fuera de allí, la lluvia había hecho acto de presencia torrencialmente con el saludable efecto de refrescar la bochornosa tarde de junio. El aire entonces se hizo más limpio, la temperatura, más agradable. Los raperos arremolinados a las puertas del Chaminade comentaban sus actuaciones y varios de los músicos africanos se acercaron a ellos para reconocerse en un lenguaje común.
Nuestra querida “tortuga alandariega” aceptó humildemente pasar de las tres dimensiones que le habían permitido asistir a la gala luciendo toda su corporeidad a las dos dimensiones habituales con las que viene siendo reproducida por la imprenta. Su trabajo de ese día ya estaba hecho y debía volver con la insólita rapidez que ya conocemos a sus quehaceres cotidianos, a los que habrá que añadir el acompañamiento gustoso y afectuoso a Mujeres de Negro, Foro de Pastoral Juvenil y Ferrocarril Clandestino.