José María Castillo, exprofesor en la Facultad de Teología de Granada, es autor de 30 libros de cristología, eclesiología, ética y espiritualidad. Ha recibido un reciente homenaje, en el que se ha dicho de él que es “padre y maestro de la teología popular” y “teólogo no sólo claro sino, además, subversivo”. El papa Francisco, a quien envió su último libro, La laicidad del Evangelio, le ha acusado recibo con una elogiosa carta escrita de su puño y letra.
¿Por qué habla usted del Evangelio como conflicto?
Porque el conjunto de relatos que conforman su gran relato hacen patente que el Evangelio es la historia de un conflicto. Y, por cierto, de un conflicto mortal. Es el conflicto -o enfrentamiento- de Jesús con la religión. Es un conflicto continuo desde el comienzo de su actividad pública hasta su final, ejecutado y torturado hasta el escarnio y el desprecio, colgado como un subversivo entre dos “lestai”, que no eran dos ladrones sino dos “rebeldes políticos”, como dicen los textos de Marcos y Mateo.
¿Con quiénes sostuvo Jesús ese conflicto?
Jesús no tuvo enfrentamiento alguno con los romanos, con los paganos, ni con los odiados recaudadores de impuestos. Tampoco lo tuvo con los marginados pecadores, con los que compartía mesa y manteles. Ni con las discriminadas mujeres, las prostitutas y adúlteras. Su conflicto fue con los sacerdotes del alto clero, los rabinos -maestros de las leyes religiosas- y los fariseos observantes de leyes y ritos.
¿Cómo aparece Jesús en el Evangelio?
Jesús fue un hombre profunda y radicalmente religioso. Llamaba siempre a Dios “el Padre”, tenia intimidad total con él y rezaba constantemente, pero no consta que nunca rezara en el templo. Jesús representa la forma más radical de relación con Dios. Pero él veía que el mayor peligro para esta relación estaba, precisamente, en la religión, incluso en “el dios de la religión”. El “dios” que se utiliza para ganar dinero, obtener privilegios, hacer carrera, justificar conductas que hay que ocultar, subir en la escala social, oprimir a las personas y, sobre todo, para alcanzar y ejercer el mayor poder.
¿Hasta dónde llegó el conflicto?
El conflicto de Jesús con la religión llegó hasta el límite último. Hasta el abandono de Dios. Del Dios al que la religión promete que nos va a llevar. A ese conflicto se refería el pastor luterano Dietrich Bonhoeffer cuando escribía, poco antes de ser asesinado por los nazis el año 1945 en el campo de concentración de Flossenbürg: “Dios nos hace saber que hemos de vivir como seres humanos que logran vivir sin Dios. ¡El Dios que está con nosotros es el Dios que nos abandona! (Marcos, 15, 34) (…) Ante Dios y con Dios vivimos sin Dios”. Es decir, vivimos sin “esta religión”. Eso es lo que intuyeron los místicos, como Eckhart, cuando escribió en su sermón sobre las bienaventuranzas: “Le pido a Dios que me libre de Dios”.
¿En qué términos está planteada hoy esa cuestión?
Todo se juega, antes y ahora, en una religión de amor y buenos frutos o una religión de “rituales sagrados”. Una religión, sea cual sea, de lugares y personas sagradas, de obediencia ciega, de amenazas y castigos, que tranquiliza conciencias si se cumplen determinadas normas y ritos. Una religión entendida y vivida así hace imposibles la igualdad y la libertad. Una religión que en nombre de “lo divino” lo que hace es anular “lo humano”: derechos humanos, dignidad, felicidad humana. Tal religión, con la apariencia de ser “lo más sublime”, es, en realidad, “lo más peligroso”. Es un “solemne tinglado” que, en nombre de Dios, hace odioso a Dios y destroza toda posible religiosidad.
¿Qué novedad suponen los evangelios para la actividad religiosa y el culto?
En los evangelios no aparecen los términos griegos que se usaban en la antigüedad para hablar de religión: “deisdaimonia” (temor de Dios, superstición, religión), “eusebeia” (profundo respeto, piedad, religión), “threskeia” (religión de observancia, piedad, culto) “leitourgia” (liturgia) o “ierourgia” (actividad de los sacerdotes). El cristianismo, fundamentalmente, no exige un comportamiento cultual especial. Jesús no anuló la religión, sino que la desplazó. Es decir, la mediación para el encuentro con Dios no está ya en el templo, en los sacerdotes, en los rituales y en lo sagrado. La mediación para el encuentro con Dios está en la vida honrada, transparente, que contagia bondad y coherencia en todos los ámbitos de la vida.
Entonces, ¿para qué la religión?
Jesús fue un hombre profundamente religioso y profundamente libre. Su libertad nunca estuvo al servicio de sus propios intereses, sino al servicio de la vida y la felicidad de toda clase de personas. Para él había tres prioridades: la salud de la gente, la mesa compartida en convivialidad de iguales y unas relaciones justas e igualitarias. Pero no idealizó lo humano y comprendió que siempre está fundido con sus limitaciones. Por eso Jesús contó con el Padre y rezó tanto al Padre. Porque lo inhumano aparece a todas horas. Y el conflicto nos acompaña a lo largo de toda la historia, según ha demostrado Wolfgang Sosky al escribir su brillante tratado “sobre la violencia”. De ahí que a mí me parezca algo estúpida -o una fanfarronería- la propuesta, tan frecuente ahora, de que ya no necesitamos para nada la religión.
¿Qué hacer con los rituales y el lenguaje religioso cristiano?
Ambos se tienen que actualizar, con libertad y audacia, para expresar y transmitir la experiencia religiosa, a través de palabras y gestos comprensibles para la gente de hoy. Y tienen que inculturarse en la diversidad de lenguas y formas culturales. Los ritos son símbolos y vehículos de comunicación necesarios, en la vida profana y en la expresión religiosa. Por ejemplo, una mirada, un beso, saludarse, darse la mano son rituales y mediaciones precisas para comunicarnos.
Jesús, ¿es Dios?
Creo que lo más correcto es decir que Dios se revela y se da a conocer en Jesús. Al hablar de este asunto soy reacio a utilizar el verbo “ser” cercano al pensamiento de la filosofía de la Grecia clásica. Prefiero el verbo “acontecer”, próximo a la antropología judía. La Biblia hebrea no usa un lenguaje metafísico, sino el lenguaje histórico de lo que sucede o acontece. Los evangelios usan un género literario narrativo. El pensamiento de Pablo en sus cartas está imbuido de la cultura metafísica helenística.
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