Sexo: fecundidad y fruición

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La sexualidad vivida con amor y ternura se convierte en camino para la compenetración. No es pretensión mía en estos momentos hacer una disertación o un comentario sobre el sexo que, por cierto, como parte integrante que es de la persona se puede tratar desde numerosas y diversas vertientes.

Es una realidad que tanto las personas como los animales -no pretendo ir más allá porque no entra dentro de mis conocimientos- nacemos como seres sexuados. En la educación que a mí me dieron durante mi infancia, dicho factor iba ligado intrínsecamente a la reproducción. De tal manera que aún recuerdo aquellas clases que, a decir verdad, no sé de qué eran exactamente, nos decían que “el hombre nace, crece, se reproduce y muere”. Eran tiempos en que lo de la fecundación in vitro o las madres de alquiler, entre otros, eran ciencia ficción. Así pues, con semejante teoría por delante, quedaba muy claro que si el único instrumento con que se podía llevar a cabo la reproducción era el sexo, solamente servía para eso.

Si nos adentramos en el capítulo de la teología, concretamente la que estudiaba el comportamiento moral de la persona, a la hora de hablar de la relación de pareja (casados y “como Dios manda”, según la expresión de entonces, no pensemos que cabía aquí cualquier otro tipo de pareja y en cualquier situación) por lo que al “uso” (era la palabra concreta que se utilizaba) del sexo se refiere, hablaba de él como “remedio contra la concupiscencia”. Para empezar, no está mal que digamos, que diría el otro. Es decir, el sexo un remedio, como quien toma un analgésico para calmar el dolor que le está causando a uno un mal en un momento concreto.

Recuerdo que la teología -la escolástica, que fue la que yo estudié- cuando hablaba de los fines del matrimonio decía exactamente: “El fin primario del matrimonio es la procreación y educación de la prole. El fin secundario es la ayuda mutua y la satisfacción moralmente ordenada del apetito sexual” (CIC 1013, § 1); es decir, tal y como dice el código de Derecho Canónico. Es verdad que, después, se han hecho nuevas revisiones del CIC, concretamente la de 1983 y después el Catecismo de la Iglesia Católica de 1994, que afrontan dicho tema, pero que, para el caso, dicen lo mismo o poco más, aunque es justo decir que el lenguaje que utilizan es un poco diferente. Supongo que no se ha de ser muy largo para darse cuenta de que, ligada a esta visión, está toda la doctrina relacionada con anticoncepción y la prohibición de los métodos que hacen posible la misma.

Hasta aquí la doctrina de la Iglesia que, dicho sea de paso, tantos quebraderos de cabeza ha supuesto a lo largo de la historia a tantos matrimonios, para quienes la doctrina de la misma era de cumplimiento absoluto y obligatorio.

Dejando ya de lado todo esto e intentando avanzar un poco más, yo creo que antes de llegar “demasiado” tarde desde la Iglesia, porque creo que “tarde” ya hemos llegado, me supone un deber a mí personalmente decir que el sexo -como parte integrante de la persona que es- cuando de una pareja seria y sensata se trata, no debe quedar ligado en prioridad de condiciones a la procreación y en segundo lugar ya no a “remediar la concupiscencia”, ¡solo faltaba, sino a la satisfacción personal y mutua. Creo que los dos principios deben tener la misma importancia y el mismo rango; por lo que cabe decir que la relación sexual de la pareja que busca satisfacción y placer solamente es tan legítima, buena y honesta como lo es en los casos en que, además, va acompañada del deseo de tener un hijo. La sexualidad es algo maravilloso que Dios ha puesto en la vida de la persona como instrumento de compenetración, satisfacción, fruición, etc., y también de procreación.

Claro que solamente me refiero a las parejas (tanto heterosexuales como homosexuales) cargadas de amor, de ternura, de generosidad, de entrega y de tantos otros valores capaces de hacerles felices de verdad. Dicho con otras palabras, a aquellas parejas para quienes el sexo y la sexualidad vividos con amor y ternura se convierten en camino excelso para la fruición, la compenetración y el amor más grande y bello que posiblemente uno puede llegar a imaginar. ¡Lástima que aún falte tanto para llegar hasta aquí por parte de la Iglesia jerárquica!

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