“Antes de que existiera o pudiera existir cualquier clase de movimiento feminista, existían las lesbianas, mujeres que amaban a otras mujeres, que rehusaban cumplir con el comportamiento esperado de ellas, que rehusaban definirse en relación a los hombres. Aquellas mujeres, nuestras antepasadas, millones, cuyos nombres no conocemos, fueron torturadas y quemadas como brujas”.
Adrienne Rich
Un buen amigo me dice que soy como el Quijote, que me paso la vida luchando contra molinos de viento. Quizá me lo diga porque ve que tantas veces mi lucha contra ese “gran monstruo” que es la institución de la Iglesia Católica, se queda en nada; bueno, se queda en mi cuerpo, que se convierte en un campo de batalla, y no es saludable. Aunque esa lucha me ha llevado a algunas de las reflexiones que comparto.
Las lesbianas cristianas, somos una de esas partes de la Iglesia, absolutamente invisible, silenciada y disfrazada de lo que sea, con tal de ocultar esa trasgresión que suponemos para el sistema heterosexista, patriarcal y falocrático. El lesbianismo supone, como sostienen algunas feministas, una subversión al sistema, preñado de contenido político y revolucionario, porque cuestiona los valores de la heterosexualidad, el matrimonio, la familia, la dependencia de la mujer respecto al hombre, la maternidad, los roles de género, y con eso toca indirectamente el sistema económico y, además, a la institución eclesial. A és se le ponen los pelos de punta sólo de pensar que alguna de estas subversivas, las cuales, además no somos seres asexuados, sino que sabemos qué es el amor, el placer y el deseo, forma parte de sus filas. Y no sólo formamos parte de sus filas, sino que, al menos yo, no pienso abandonarlas. Mi pertenencia a la Iglesia me la dio el bautismo y mi posterior búsqueda de las razones de mi fe, por tanto, mi dignidad es la misma que cualquier miembro de la institución eclesial y, desde ahí, en la frontera, con un pie dentro, y con otro fuera, para respirar aire puro, sigo siendo cristiana católica, feminista y lesbiana, por la gracia de Di-s.
Me mueve una energía interior a dejar de ser heterosexual de boca para afuera, pero lesbiana de corazón y convicción, creyente, con ganas de encontrarme con otras como yo, porque juntas podemos ser más fuertes, y dejar de sufrir, porque por un lado te discrimina la institución eclesial, por otro, algunos colectivos de feministas lesbianas, porque no entienden que se pueda ser lesbiana y creyente, formando parte de esta milenaria institución misógina, lo cual no carece de sentido. De ahí mi inquietud por mostrar otra manera de pertenecer, como plantea la teología feminista, desde un discipulado de iguales, desde una comunidad que no distingue entre sexo, color, raza, orientación sexual, idioma, o estatus social, porque todos constituimos esa comunidad que trabaja por un mundo justo, y que trata de liberar, no de oprimir. La verdad, he de confesar que estoy cansada de justificarme en todos los espacios, sean cuales sean, por una razón u otra.
Mujeres invisibles
Me gustaría también compartir otra reflexión, y es que cuando se habla de homosexualidad se ignora a las lesbianas, de nuevo los varones nos invisibilizan. Y, a pesar de que los varones homosexuales comparten la discriminación por orientación sexual, es la única que comparten, porque a parte de eso, normalmente, forman parte del patriarcado, y en el ámbito eclesial repiten los esquemas de poder que sus hermanos heterosexuales tienen en las comunidades, quieren ser los protagonistas, resaltan las historias bíblicas de amor entre varones, y bueno, después de todo, están hasta bien vistos, porque son “muy majos y muy monos”, es decir, están muy tolerados socialmente. Pero ¿qué pasa con nosotras?, ¿nadie nos ve?, o ¿es que tenemos que seguir esteriotipadas? Y si es así, nos dirán que la Iglesia nos acepta, pero en castidad, claro, aunque quien te lo diga sea un sacerdote homosexual con pareja. En fin, la doble moral está servida. La filósofa feminista Sheila Jeffreys lo afirma mucho mejor que yo, cuando dice que “la cultura masculina gay y la heterosexual comparten los mismos principios generales de la falocracia…, la presunción de la ciudadanía masculina; la heterosexualidad masculina obligatoria; así como la presunción de acceso fálico generalizado.” *
No puedo dividirme más, no puedo separar a la lesbiana de la mujer que soy, ni de la cristiana que soy, ni de la feminista que soy. Y aunque parezca que no es posible, lo es, y ser mujer, lesbiana, cristiana y feminista me ha proporcionado reconocerme como ser humano digno, libre y con derechos, y por ello quiero seguir recorriendo el camino con otras, desde la sororidad, la amistad, y en palabras de la teóloga feminista lesbiana Mary E. Hunt, “con sabiduría estratégica, para que las generaciones futuras no tengan que sufrir y pagar el precio que tantas de nuestras antecesoras pagaron, aun cuando ellas lo hicieran por amor”.
Mujeres en la Biblia
Ya en el precioso libro de Rut, vemos una historia de amor que contiene la más conmovedora promesa de fidelidad personal de toda la Biblia: “Rut le contestó: ¡No me pidas que te deje y que me separe de ti! Iré a donde tú vayas, y viviré donde tu vivas. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios “ (Rut 1:16). Esta promesa es entre dos mujeres, ¿sostenían Noemí y Rut una relación lésbica? No podremos nunca saberlo, pero sí es claro que las dos mujeres mantenían una relación apasionada y de entrega, elogiada por la Escritura, que les duró toda la vida. Ellas me ayudan a resistir este noexistir y a seguir imaginando caminos nuevos.
Quiero, por último, invitar a la reflexión sobre la vida de las mujeres lesbianas, desde la perspectiva creyente, para dialogar con nuestras amigas y compañeras sobre las luchas que nos unen, superar las dificultades que tenemos todas, construir y celebrar en comunión nuestros logros. Con la esperanza de proponer una ética abierta a la diversidad de maneras humanas de vivir la vida, seguir construyendo una teología liberadora para tod@s y dejar de apoyar con la teología androcéntrica las estructuras patriarcales de la sociedad y de la Iglesia, que fomentan el heterosexismo, la invisibilidad y el poder.
Y para concluir, expreso mi opción en palabras de Mary Woollstonecraft:
“Me declaro en contra de todo poder cimentado en prejuicios aunque sean antiguos”.
* Sheila Jeffreys, “La herejía lesbiana. Una perspectiva feminista de la revolución sexual lesbiana”, Madrid 1996, Cátedra, p. 206.