“Más que silencio”, un espacio para el desarrollo armónico de la persona

Foto. J. I. IgartuaNavego sin rumbo por Internet cuando me encuentro con una noticia que habla de que en unos famosos almacenes londinenses –no, no son esos en los que la mayoría podemos estar pensando– se ha abierto una “sala de silencio” para que la clientela pueda, si lo desea, romper con el bullicio y el barullo de los mensajes de las distintas marcas, especialmente en esta época de rebajas, que allí también las hay. Esto me hace pensar que la oferta de comprar y meditar quizá está mal hecha, ya que primero habría que pensar para luego decidir si es necesario adquirir alguna cosa. Asimismo, me hace pensar hasta qué punto no estamos dentro de un mundo que ya no sabe qué inventar para vender más. De lo que estoy convencido es que situaciones como la descrita nos tienen que llevar a un punto en el que parar, de manera que mucha gente pueda salir del embrollo vital en el que está metida.

Madrid, como Londres, también es en muchos aspectos una ciudad bulliciosa, recorrida por la prisa y la mirada despersonalizada. En el número 25 de la calle Princesa –en una de las zonas “buenas” de la capital de España, frente al palacio de Liria– se levanta un edificio de oficinas, con fachada de aluminio y cristal. Tras atravesar la puerta, en la pared de enfrente, junto a los ascensores, se encuentra el panel en el que se “anuncian” las firmas con despachos en el inmueble. A primera vista se puede leer: Club Iberia, Banesto, Colegio de Ópticos y Optometristas, General de Tabacos, abogados, economistas, arquitectos… y, casi abajo, una placa que llama la atención por el diseño –un rostro sonriente, enmarcado entre dos corchetes, con los ojos y la boca naranja– que parece que no pega entre tantos serios gabinetes. Dice: “Más que silencio”.

En medio de la ciudad

El cartel lleva colocado apenas tres meses, pero “Más que silencio” es un proyecto que lleva en marcha tres años, a través de la Asociación En-red-adas. La idea surgió de un grupo de mujeres inquietas –Inma, Tamara, Paz y Yoli– que pensaron qué se podía hacer por esa gente que, como ellas mismas, busca espacios en los que poder cortar con el ruido y el ajetreo diarios. “Desde esta intuición, dice Inmaculada, pensamos que lo mejor era tratar de ofrecer un lugar en el que poder tener tranquilidad. Pero no saliendo de la ciudad un fin de semana, sino en el mismo casco urbano”. Estas mujeres, relacionadas con la enseñanza, la educación social, la teología, dos religiosas dominicas y otras dos laicas, empezaron reuniéndose en sus propias casas; luego surgió la posibilidad de tener una sala en el Ecocentro; más tarde abrieron un espacio, los jueves, en La Tabacalera (la antigua fábrica de tabacos en el madrileño barrio de Lavapiés, que ahora es un centros social autogestionado) y al tercer año pensaron que era el momento de tener un espacio propio. Después de mucho buscar encontraron el actual estudio.

Paredes blancas, un enorme ventanal –con vistas espectaculares–, el suelo azul con unas cuantas lámparas diseminadas aquí y allá, unos pequeños bancos sobre cojines naranjas, además de unas pocas sillas y dos centros decorativos con velas, hojas y telas coloristas, es el marco en el que de lunes a jueves, de cinco y media a ocho y media de la tarde, llega gente para compartir el silencio. Aquí se puede meditar, leer, contemplar, rezar… “cada cual desde la técnica que utilice o que le resulte más fácil”, indica Paz. Es un centro abierto, sin distinción de raza, color, sexo, religión… porque cualquiera puede buscar el silencio interior. “Hemos cuidado mucho que nadie sienta rechazo por nada”, afirma Inmaculada, quien añade que “nosotras somos cristianas y desde ahí tenemos algo que ofrecer, que es nuestra forma de ser Iglesia”. Las personas que acuden a “Más que silencio” todavía no son muchas, más mujeres que hombres y, tanto unas como otros, más cerca de los 60 que de los 40.

Cada día un modo de meditar

La gente suele superar la hora de estancia en el centro. Alrededor de las siete de la tarde comienza la meditación, que cada día es distinta. Así, los lunes la lleva Meditación sin fronteras; los martes Yolanda hace meditación integral; el miércoles la responsable es Paz, que la hace a través de un texto bíblico y, por último, el jueves se hace la introducción al silencio mediante danza contemplativa, con una música lenta, sencilla, con pasos en común. “Gusta mucho”, resalta Paz. Además, se quiere desarrollar más el compartir, algo que hace Maru en la introducción al silencio a través de la Biblia. Según Inma, “en nuestro ‘coco’ está hacer algo más en este sentido, de manera que pueda compartir desde la experiencia personal, del camino espiritual, desde enfoques como la lectura de un libro, el arte, desde la expresión más plástica del ser”.

El objetivo fundamental de todo esto es el desarrollo armónico de la persona, para lo cual es fundamental el silencio y la meditación. “Conectar con nosotros mismos es imprescindible para sentir a los demás”, manifiesta Inmaculada, quien recuerda que una persona puede parar y sentirse angustiada ante la realidad que descubre, “por eso, si alguien nos necesita estamos ahí: el acompañamiento es fundamental”. Para quien lo necesite, en “Más que silencio” se ofrece un espacio para dialogar más profundamente, ya sea porque se está pasando una racha extraña o porque se quiere seguir un camino espiritual desde lo creyente.
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Ni Paz ni Inmaculada están preocupadas porque al centro todavía no ha llegado gente joven, entre otras cosas, porque saben que vivir el silencio requiere cierto “entrenamiento”, pero sí confían en dar un impulso al proyecto con el taller de fin de semana del 2 y 3 marzo que va a impartir el teólogo y psicoterapeuta Enrique Martínez Lozano, tratando de enseñar a parar la mente, de la que alguien ha dicho que se trata de “un siervo maravilloso, pero un amo terrible”.

Para más información: www.masquesilencio.com

Autoría

  • J. Ignacio Igartua

    Llevo más de 30 años en este apasionante mundo de la comunicación (Ya, La Información de Madrid, Vida Nueva…), si bien los últimos en la acera de los parados. Desde hace unos 15 años, vivo mi fe –y buena parte de mi vida- junto a Paloma (mi mujer) y una comunidad con la riqueza de familias jóvenes y adultos de la parroquia de San Agustín, en Alcobendas. También con ellos vivo la esperanza de conseguir un mundo más justo mediante la acción desde nuestra pequeña ONGD, Sintiendo el Sur, trabajando en el sur de Honduras. En alandar mantengo el gusanillo de la letra impresa y vivo la riqueza de la Iglesia desde una perspectiva libre y evangélica.

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