Con motivo del cincuentenario del inicio del Vaticano II, numerosos colectivos han organizado actos recordatorios. La asociación de teólogas italianas, Coordinamento Teologhe Italiano, ha llevado a cabo en Roma del 4 al 6 de octubre un congreso para hacer una lectura del gran evento conciliar, desde los ojos de las mujeres. El subtítulo de la convocatoria, que se llevó a cabo en el refectorio del Pontificio Ateneo San Anselmo, un gran convento benedictino, en lo alto del Aventino, era “asumir la historia, preparar el futuro”, lo que resume a la perfección las intenciones de las organizadoras.
La gran sala se llenó con 300 participantes, la mayoría mujeres, que provenían de 21 naciones. La mitad eran italianas pero el colectivo de habla castellana fue el más numeroso, ya que a las 54 españolas se sumaron varias americanas. Estos números fueron los causantes de que las lenguas oficiales del congreso fueran el italiano, el inglés y el español. Las alemanas, pioneras en el estudio de la teología, no salían de su asombro de no contar con traducción simultánea, pero se rindieron a la evidencia de los números. Para participar y poder seguir las conferencias y los debates era necesario tener una licenciatura en teología, filosofía o ciencias religiosas, lo que nos da la medida del nivel del congreso y de la puesta al día de las mujeres en estas materias.
Si había que asumir la historia para preparar el futuro, pocos sitios más simbólicos que los muros de aquel refectorio, en el que no había entrado ninguna mujer hasta 1971. Ese tiempo se correspondía con nuestra minoría de edad forzada, pero había nacido una nueva conciencia eclesial que exigía nuestra presencia y protagonismo. La sala, llena a rebosar de mujeres, representaba ese futuro que ya había comenzado y en el que el pensamiento femenino acababa con el monopolio de los varones en la teología, ayudando con su quehacer al enriquecimiento de la Iglesia.
En la primera fila se situaba una de las auditoras que fue invitada, junto a su marido, por Pablo VI para participar en la última sesión del concilio. Se llama Luz María de Icaza y junto a Gladys Parentelli es la única que permanece con vida del grupo de 23 auditoras. Otras mujeres también estuvieron presentes como peritos para hablar en alguna comisión del concilio. En la liturgia celebrativa final tuvimos ocasión de escuchar anécdotas de aquella estancia en Roma, gracias a la entrevista a Luz María que le hizo una periodista italiana.
Tras las palabras de bienvenida del padre abad se desarrollaron las conferencias y los debates. La mayoría de conferenciantes fueron mujeres, religiosas y laicas, lo que demostraba el cambio que se había producido, pues las facultades de teología del mundo católico, solo abrieron sus puertas a las féminas a raíz del concilio.
Se tocaron muchos temas, ordenados por categorías. No puedo extenderme por razón de espacio y solo apuntaré sus enunciados. Se trató de la nueva antropología, de la manera de situarse en la historia, de las carencias y aportaciones del pasado, de los horizontes futuros, de los entramados ecuménicos, de las nuevas generaciones, de las mujeres como sujeto, de las discusiones del sexo y género, de la necesidad de encontrar modelos antropológicos nuevos, de la comprensión femenina que recogen los documentos de la jerarquía, de las relaciones entre los fieles y sus pastores, del sensus fidelium, del miedo a las reivindicaciones femeninas, de la necesidad de escuchar las voces del pueblo al que también inspira el Espíritu, del paso del modelo autoritario, todavía vigente, al de pueblo de Dios, aún no implantado, de los problemas con las nuevas generaciones, del funcionamiento de las otras Iglesias cristianas… todo ello con la idea de redescubrir y profundizar en el papel de las mujeres en el concilio -como un primer paso- y en la historia posterior y futura, para seguir avanzando.
Los numerosos temas tratados contaron con un debate público que enriqueció aún más lo desarrollado por el grupo de conferenciantes. Una idea repetidamente enunciada llenó de optimismo la sala: el reconocimiento de que la temática de los concilios, siempre ha tardado en imponerse. A lo largo de muchas décadas posteriores perdura un espíritu conciliar que se va infiltrando, sin que se perciba, por las categorías eclesiales.
Entre las conferenciantes y el público había numerosas religiosas. Algunas con hábito, las menos, que comentaban los grandes cambios que se habían dado en sus órdenes ya que, antes del concilio, incluso las congregaciones religiosas dedicadas a la vida activa mantenían una estructura monástica que era la forma de organización reconocida por la Iglesia. A partir del concilio, el cambio supuso una respuesta ante las necesidades del mundo moderno, que conllevó una mayor apertura y el establecimiento de pequeñas comunidades en los barrios periféricos de las ciudades.
El congreso se terminó con un momento celebrativo en un gran teatro. Allí pudimos escuchar a Luz María contar su experiencia cumbre en una comisión del concilio, cuando un obispo canadiense le pidió que defendiera que el segundo fin del matrimonio no era el remedio a la concupiscencia, sino el amor del esposo y la esposa. La mujer pidió la palabra, como la única casada de aquella asamblea, para pedir a los padres conciliares que pensaran en sus madres en el momento de su gestación. Fue gracias a esa mención que entró un cambio esencial en la comprensión del matrimonio eclesial. La contribución de estas mujeres pioneras ha quedado plasmada en dos libros que acaban de ser publicados. Uno más científico, Tantum aurora est. Donne e concilio Vaticano II y otro más divulgativo, Madri del Concilio. Ventitré donne al Vaticano II.
Una obra de teatro, con Juan XXIII y Oscar Romero como protagonistas, nos llenó de celo evangélico para seguir como mujeres teólogas expandiendo el Evangelio por todo el mundo. ¿No era eso lo que se pretendía?
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