Hace una semana me dio por preguntarles a las ladies* lo que son los derechos humanos. “Muchas torturas, hay gente muchas torturas”, decía Ainoa. Es la primera idea que relacionaba con los derechos. Me pregunté si se refería a las cárceles marroquíes, a lo que ocurre con la población saharaui o a las comisarías españolas.
Ese día hablamos de que, según la declaración que firmaron muchos países, todo el mundo tiene derecho a viajar y migrar. Que lo realmente ilegal es perseguir a quien lo hace, muchas veces relacionándolo con la delincuencia. Hablamos de cómo la inmigración ha ayudado mucho a España y cómo en España se tuvo que emigrar… y sigue habiendo emigrantes, como por ejemplo yo, que soy migrante interna.
Para empezar a hablar del derecho a la educación, el último día les pregunté a qué jugaban cuando tenían ocho años, la edad de Irene -la hija de Aida- que hace los deberes en nuestra clase.
Inma hace un gesto con las manos. “¡Saltar!”, exclama. Saltar a la comba, digo. Saltar a la comba, repiten. Raquel nos explica que no había muñecas. Dice que las hacían ellas a mano: un palo le ponía pelos, ojos, manos. Se parte cuando se acuerda de que también le ponía tetas. La clase entera se desternilla.
¿Había pelotas? Ainoa dice que no. Que a veces hacían una con maleza. ¿Jugaban con los niños? Inma dice que solo cuando era muy pequeña. Olivia dice que nunca. Mi padre… y hace un gesto de zurrar con la mano.
Fabiola pronuncia algo así como “piso, piso”. Alguien dice puzle, pero no están de acuerdo. La clase es un barullo de risas. Olivia dibuja algo en su cuaderno y me lo enseña. ¡Es la rayuela!
¿Qué diferencia hay con los juegos de Irene y sus amistades? les pregunto. “Ahora está todo más preparado”, cuenta Ainoa. Y a esa edad, ibais al colegio como Irene? El ambiente se entristece un poco. Solo Fabiola y Olivia han ido alguna vez al colegio. El resto nunca lo pisó.
* Las ladies son un grupo de mujeres marroquíes que no saben leer ni escribir en ningún idioma. La mayoría habla árabe y hay una que habla bereber. Residen en Madrid desde hace entre cinco y veinte años. Sus nombres han sido cambiados para proteger su intimidad.
(Publicado en el blog www.labroma.org)