El desarrollo personal y espiritual es un lugar y angosto camino que pasa por muchas fases. Otra de ellas es el encuentro con esa esencia nuestra que ahora nos interpela, nos molesta, importunándonos nuestra “aparente” tranquilidad cotidiana hasta hacernos enloquecer. Porque jamás podremos dejar de escuchar ese susurro en nuestros corazones. “Estás ungid@ por el Espíritu… sal de tu tierra, de tu seguridad y anuncia la Buena Nueva”. Cuando hemos sido capaces de ahondar en nuestro interior, de reconocer desde nuestra humilde naturaleza humana que también formamos parte del proyecto divino de salvación, jamás volveremos a tener paz interior si no aceptamos seguir a esa voz que nos interpela a la acción y nos dejamos conducir por sus pasos. No hablo de pérdida de libertad; al contrario. Dejarse llevar por el Espíritu, dócilmente, para que Él se sirva de todo lo que en algún momento nos dejó en préstamo, es el mayor signo de libertad personal. Porque sólo dejándonos guiar por esa Palabra de Vida seremos realmente libres.
La fuerza del Espíritu
Mi vida, caracterizada en muchos momentos por la prisa, la actividad desenfrenada, la creatividad permanente que ronda la histeria… no me ha dado nunca la paz interior. Ha sido a partir de ese re-encuentro, reconocido entonces durante mi experiencia como religiosa, y revitalizado en cada ocasión de soledad con él, cómo he aceptado, no sin dolor, mi aceptación-comunicación de mi ser mujer-lesbiana-creyente-apóstol el impulso que gobierna mi vida en estos momentos, sin ser capaz de obviar la permanente interpelación a la acción y al anuncio del Evangelio. Estaba muy cómoda en mi realidad laboral y personal, pero no he adquirido la verdadera paz interior hasta que no he dado el paso de poner el talento de la palabra al servicio de Dios. Vivir y orar plenamente en medio del mundo. Este “dejarse llevar por la ruah”, como ninguno de los eslabones que forman parte del crecimiento personal, no es un camino de rosas. Más bien es un sendero empinado y pedregoso donde, además de la dificultad del camino, te encuentras con las afrentas de los demás caminantes que en ocasiones, encontrándose en posesión de su verdad, te injurian y te debilitan, haciéndote creer impura, indigna para la labor de la misión. Las heridas causadas, y siempre al aliento de la Ruah, se convierten en escudo fortalecedor para la lucha. En medio de la tempestad puedes sentir la fuerza infinita del Espíritu, que te robustece aún más.
Vida nueva
Desde este acompañamiento espiritual renacemos con vida nueva, con nuevos arrojos, con una fuerza invencible e incomprensible para quienes nos ven, y con el convencimiento más absoluto de que vamos por buen camino. ¿Cómo es mi vivencia del espíritu? ¿Me fortalece, me debilita? ¿Hacia qué y dónde me interpela? ¿Cuáles son los pasos que mi indica a seguir?