Un breve estudio de la Teología y los Evangelios hace que se derrumbe estrepitosamente la prohibición milenaria del acceso al sacerdocio por parte de la mujer. Esta violación al Derecho a la Igualdad está basada en estructuras kiriopatriarcales, como muy bien apunta Elizabeth Schussler Fiorenza. Sin embargo, con la evolución de nuestros derechos como mujeres desde el siglo XIX, la Iglesia como Institución no debería sostener ya más esta discriminación por razón de sexo. Es la hora (incluso van con retraso, monseñores) de acabar por siempre con ello.
No voy a hacer un recuerdo del reconocimiento en plano de igualdad que Jesucristo nos dio, (María Magdalena como cabeza de las discípulas, como apóstola de los apóstoles, Marta y María, la samaritana…), ni siquiera San Pablo cuando nos nombró sacerdotes (Cencreas, Priscila, Junia), y cómo ese derecho a ser iguales desapareció con el tiempo y con la redacción de los Concilios en que se revestía a la Iglesia con los símbolos imperiales (estola, cayados-bastón de mando, mitra…) alejándola cada vez más del mensaje inclusivo del Maestro. Me refiero al aquí y al ahora. Sin embargo, el aquí y el ahora resulta desesperanzador. ¿Por qué?
La respuesta es muy sencilla; la inclusión de las alas más conservadoras de los anglicanos, y las conversaciones con los ortodoxos, que ambos rechazan de plano el sacerdocio femenino, hace que esta realidad que ya se practica en algunas comunidades, se vea cada vez más lejos de su aceptación institucional. No me opongo al acercamiento a otras confesiones, pero en boca de Deme Orta parece más bien una “opa hostil” hacia las otras confesiones. El ecumenismo debe ser una realidad pero no a costa de los Derechos de la mitad de los fieles.
Sin embargo, una luz se enciende en nuestras comunidades de base y en nuestras parroquias. Gracias a la lucha incansable por nuestra parte se está logrando como verdaderas victorias que la mujer concelebre en las eucaristías como el varón, en igualdad de condiciones porque lo somos (¿o todavía se duda?). Mi experiencia en este camino está siendo muy dura pero fructífera. En el II Encuentro de Cristianas y Cristianos Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales del Sur, gracias al tesón, esfuerzo y hasta el anuncio de no participación de las mujeres, se pudo concelebrar la eucaristía, mujer y hombre en igualdad de condiciones. Fue una experiencia dura, como ya he dicho, pues se generó mucha polémica e incluso algunos varones no asistieron a la celebración eucarística. Es muy doloroso comprobar cómo te discriminan por el hecho de ser mujer, pero ya es incomprensible que esa discriminación provenga de algunos gays que a su vez sufren la discriminación. Es decir, el discriminado discrimina, porque al fin y al cabo, se siente superior por su condición de hombre. Es la semilla envenenada que ha crecido desde que la plantaron allí las estructuras de poder, y que se repite hasta el infinito.
Pero por otro lado también recibo sorpresas y alegrías; en mi parroquia ha concelebrado una mujer. Esta concelebración se realizó sin aspavientos, ni actitudes negativas, sino en la más absoluta normalidad, en la más absoluta sororidad y fraternidad entre nosotros.
Ésta es la realidad que se está instalando en muchas comunidades de base; la mujer concelebra, o celebra, la Eucaristía, en total armonía. Y por eso la Jerarquía de la Iglesia Católica debe pararse en su huída hacia el conservadurismo, y pensar qué es lo que nos preocupa, cuáles son nuestros pensamientos, por qué no vamos a las misas tradicionales. No va a ser captando las alas más conservadoras de otras confesiones como se van a llenar las iglesias, no monseñores míos, sino predicando el mensaje de Jesús, y predicando con el ejemplo.
Declaro formalmente que no voy a asistir a ninguna misa tradicional en la que se viole mi Derecho a la Igualdad; me declaro en huelga. Y esta declaración que hago por escrito, es la acción que muchas de nosotras han llevado a cabo por la vía de hecho. No asisten a la eucaristía porque ya están hartas de ser tratadas como inferiores, pues es eso lo que hace, hoy por hoy, nuestra Santa Madre Iglesia Católica.