Febrero este año es un mes muy normalito. Más en materia litúrgica. En esta sección nos procuramos fijar en alguno de los evangelios del mes que puede darnos alguna pista para caminar y vivir en cristiano. Pero este es un mes sin picos, sin fiestas señaladas, sin tiempos litúrgicos fuertes. Navidad ya quedó atrás y todavía no ha llegado Cuaresma. Por en medio una serie de domingos de lo que en la misma liturgia se llama el Tiempo Ordinario. Ahí queda eso.
Pero mirando con atención, he encontrado un domingo con un evangelio que quizá nos pueda ayudar. Es el domingo 20 de febrero. Corresponde ese domingo el 7º del Tiempo Ordinario. Se sigue este año la lectura del Evangelio de Mateo. Y, sin alharacas ni fiestas ni solemnidades ni inciensos, Jesús nos larga una cambiada de esas que llegan bien hondo, una estocada en todo lo alto porque son palabras que estamos acostumbrados a oír pero que en la práctica nos suele costar bastante asumir.
Está Jesús en el juego aquel del “habéis oído… pero yo os digo”. Y nos pone delante lo que hemos oído, la ley del talión, el ojo por ojo de la Biblia, la venganza como medio de compensación y de resolución de los conflictos humanos. Naturalmente que, en principio, no estamos de acuerdo –otra cosa es cuando nos toca de cerca el asunto. En la segunda parte lo que dice Jesús va un poco más allá de lo que podíamos esperar: “”No resistáis a quien os haga algún daño” o “si alguien te pega en la mejilla, ofrécele la otra” o “si alguien te quita la túnica, dale también la capa”. Luego, ya puesto, Jesús sigue y nos dice aquello de que hay que amar a los enemigos.
La teórica de estas palabras de Jesús la tenemos aprobada todos. Llevamos muchos años en esta carrera como para no sabérnosla. El problema lo tenemos con la práctica. Renunciar a la ley del talión nos parece obvio. Como decía un amigo mío, si la seguimos aplicando nos terminaremos quedando todos ciegos y desdentados. Pero en la práctica seguimos pidiendo, por ejemplo, que el sistema penal se parezca más a un castigo, a una venganza, que a un esfuerzo por reintegrar al criminal en la sociedad. Y si vamos a nuestra vida diaria, pues es posible que con los más cercanos nos resulte relativamente fácil el perdón, pero qué pasa con los jefes en nuestro trabajo o con los políticos. Este último caso hay que subrayarlo. Es sorprendente ver cómo personas ecuánimes y pacíficas, se encienden hablando de los políticos –generalmente de los que no son de su cuerda, claro– y dicen de ellos cosas tremendas mezcladas con unos insultos más tremendos todavía.
Quizá nos hace falta seguir practicando estas lecciones que teóricamente sabemos de carrerilla. Hay que hacer muchas prácticas hasta que nos salga del corazón, espontáneo, lo de amar a los enemigos. Porque no hay otra forma de construir el Reino.