Para empezar, hay que decir que junio es un mes lleno de fiestas: la Ascensión, Pentecostés, la Trinidad, Corpus Christi, Pedro y Pablo. Todas son fiestas litúrgicas que tocan elementos centrales y claves de nuestra fe y de nuestra Iglesia. Trinidad, Pentecostés y el Corpus nos sitúan en elementos fundamentales. La fiesta de los apóstoles Pedro y Pablo nos habla de la parte humana –¡y tan humana! –, de esta Iglesia nuestra.
Se pueden decir muchas cosas pero conviene centrarse en una o dos que nos puedan dar la clave para entender el conjunto. La Ascensión nos deja un poco huérfanos. La primera comunidad cristiana había contado con la presencia de Jesús. Debió ser una experiencia fundamental para aquel primer grupo. Su palabra, su modo de comportarse, sus gestos, todo les hablaba del Reino y les invitaba a seguirle. Pero todo tiene su término. Y esa presencia también terminó. O cambió de forma y manera. Y la responsabilidad de llevar adelante el mensaje del Reino cayó sobre nuestros hombros.
Ahí es donde juegan su papel la fiesta de Pentecostés y el Corpus. La fiesta del Espíritu que es libre y sopla donde quiere, iluminando el corazón de hombres y mujeres, alentando, animando para que cada uno haga su aportación en la construcción del reino, de la fraternidad, de la familia de los hijos e hijas de Dios. Dentro y fuera de los límites –a veces demasiado estrechos– de la comunidad cristiana. Es cuestión de fe y de abrir los ojos del corazón para darnos cuenta de que el espíritu de Pentecostés sigue hoy actuando en nuestro mundo.
Y la fiesta de la eucaristía, que no la deberíamos centrar tanto en la contemplación del milagro eucarístico cuanto en la contemplación de la fraternidad, del milagro de la unión que se produce en la celebración de la eucaristía, en la que granos de todo tipo y color se muelen juntos para formar el pan único, el pan que es alimento y gracia, coraje y fortaleza, vínculo de unión y fuerza de esperanza en el compromiso por forjar la nueva humanidad.
El mes se completa con la fiesta de los apóstoles Pedro y Pablo. Son las dos columnas de la Iglesia. Representan el aspecto humano de esta institución. Con todo lo positivo y todo lo negativo que conlleva ese aspecto. La traición al Evangelio y la fidelidad al Evangelio. La realización práctica del Reino es siempre ambigua, tiene luces y sombras. Así hemos ido caminando a lo largo de ya casi 2.000 años. Muchos Pedros y Pablos se han dejado la piel por el camino. Unos lo han hecho bien y otros regular tirando a mal. Ha habido enormes derroches de buena voluntad aunque algunos hayan equivocado el camino y los medios. No es tiempo de juzgar sino de comprender, de aprender de nuestra propia historia. Y de seguir en el empeño. Porque Jesús está ahí y nos sigue llamando. Su Espíritu sigue alentándonos y la Eucaristía sigue haciéndonos sentir la fuerza del Reino cada vez que la celebramos.
- Francisco, el primer milagro de Bergoglio - 10 de marzo de 2023
- Naufragio evitable en Calabria; decenas de muertes derivadas de la política migratoria de la UE - 27 de febrero de 2023
- Control y represión, único lenguaje del gobierno de Nicaragua - 21 de febrero de 2023