Debió ser un momento especialmente complicado para los discípulos. Es cierto que el arrebato de alegría al reconocer a Jesús les llevó a saltar con lo puesto de la barca: Pedro el primero y todos los demás detrás de él. Llegaron a la playa y la alegría del reencuentro debió empezar a mezclarse con todo aquello que aún estaba a flor de piel tras el abandono y la traición. ¿Cómo reaccionaría Jesús ahora que se volvía a encontrar con ellos?
Tras la reacción impetuosa al ver a Jesús, todo se contuvo con la expectación de lo que pasaría a continuación. Si Jesús quisiera ajustar cuentas pendientes con ellos, lo entenderían: es lo menos que les podría pasar. Si les echase en cara y les afease la conducta, lo mejor sería callar y bajar la cabeza. Mientras todas esas posibilidades pasaban por su cabeza, la pregunta seguía ahí sin respuesta: ¿cómo reaccionaría Jesús ahora que se volvía a encontrar con ellos?
Y para sorpresa de todos, simplemente les preguntó si tenían algo de comer. Una pregunta sencilla e intrascendente pero que expresa lo que siempre se nos escapará de Jesús. La comida es lo más sencillo y cotidiano y uno de los signos más queridos por Jesús. Tan querido que sus enemigos le tenían por un borracho y comilón.
El Señor resucitado sigue haciendo de la comida un signo del banquete del Reino. Lo fue siempre. En algunas de estas comidas, Jesús es el invitado; en otras, es él quien se invita, irrumpiendo inesperadamente. Jesús es muchas veces alguien que aparece en nuestras vidas sin previo aviso, cuando no le esperábamos, interrumpiendo en lo que andábamos, requiriendo nuestra atención y preguntándonos: “¿Tenéis algo de comer?”.
Con esta pregunta Jesús no solo está invitando a sus discípulos a comer para que se den cuenta de que no es un fantasma, sino también para que le reconozcan en aquellos que se acercan hasta nosotros con hambre y sed, con preguntas sobre nuestra decisión de dignificar sus vidas, sobre nuestra sensibilidad para darnos cuenta de lo que están viviendo y hacernos cargo de ello.
“¿Tenéis algo de comer?”. En ocasiones, lo importante no es lo que se dice sino lo que se calla. Jesús no les pregunta por qué le abandonaron. No hay reproches, no porque no haya nada que reprochar sino porque ese no es su estilo. Jesús perdona de un modo sencillo, sin humillar al otro, sin ponerlo a la altura del betún, sin avergonzarlo. El perdón cristiano no se asienta sobre la humillación del ofensor. El perdón cristiano no es lo siguiente al ajuste de cuentas. Si las cuentas están ajustadas ya no hay nada que perdonar y si Jesús hace algo es cancelar deudas, todas las que teníamos pendientes.
“¿Tenéis algo de comer?”. Con esta sencilla e intrascendente pregunta, Jesús posibilita que los discípulos expresen su deseo y no su miedo y vergüenza, propicia que puedan retomar el vínculo roto y que lo puedan hacer sin culpabilidad. Celebrar la fiesta del Corpus será la ocasión para volver a escuchar su pregunta: “¿Tenéis algo de comer?”.
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