
«¡Ya huele a Navidad!», escribía hace unos días una amiga en su estado del Facebook. Y yo le preguntaba en broma: «¿y a qué huele exactamente?». El tema dio de sí para diversos comentarios de otros de sus contactos, y ahí quedó la cosa… Hasta hoy, cuando la frase ha salido de mi memoria y me ha hecho pensar más y sacarle “miga” a este asunto de los olores. Ciertamente la Navidad “huele” a muchas cosas, pero muchos aromas nos han “embriagado” de tal manera que a menudo nuestra “pituitaria” no es capaz de percibir sus “olores” auténticos. Sin que “huela” mucho a “cura” ni “perfumarla” demasiado, quisiera compartir mi reflexión con Rocío y con aquellos que quieren descubrir a qué huele la Navidad.
En casa, la navidad huele a turrón y polvorones, a suculentas comidas, a botellas de anís y panderetas, a encuentros con aquellos que están lejos, a niños escribiendo cartas para pedir el oro y el moro, a familias que dejan a un lado sus rencillas por un tiempo y comparten la mesa, a recuerdos de la infancia, a musgo y espumillón, a calor de hogar…
En la tele, la navidad huele a sensuales perfumes, a juguetes, a cava, a lotería. Son la expresión de nuestros deseos de diversión, de atracción, de fiesta, de riqueza, de superar la crisis (o de olvidarla por un momento), de distraernos, etc. Y en ocasiones también huele a galas solidarias llenas de buenos sentimientos que se evaporan tan rápido como las burbujas de Freixenet…
En la calle, la navidad huele a consumo, a regalos, a compras, a señores gordos vestidos de rojo. Huele a luces de colores, a adornos navideños, a excesivos gastos en medio de una severa crisis económica. Y precisamente por eso, también huele a transeúntes sin techo, pasando frío noche tras noche, a pobres mendigando una limosna, a inmigrantes y parados que acuden al comedor de Cáritas, a ancianos que sienten más que nunca su soledad…
Hace dos mil años la Navidad no olía muy bien que digamos. En un pesebre, fuera de la ciudad, entre animales y pastores no podía oler “a rosas” precisamente… María tuvo que dar a luz en un lugar que no tenía nada de bucólico, porque no había sitio en la posada. Allí olía a exclusión, a pobreza, a humildad, a ocultamiento, a pequeñez. Como mucho, lo único que podía disimular un poco el “tufo” eran el incienso y la mirra que le trajeron los magos de Oriente…
Pues allí, entre olores de ovejas, bueyes y mulas, nació el hijo de Dios, vino a este mundo la mejor de las “esencias”, en el pequeño “frasco” de un bebé. Como solemos decir, allí olía “a humanidad”, pero en el fondo es justamente eso: olía a verdadera Humanidad. Porque Dios quiso acercarse tanto a los seres humanos, que se hizo uno de nosotros. Y su “perfume” se fue derramando para sanar a muchos, se vació por completo dando su vida por todos y nos hizo respirar una “aire” nuevo, diferente, mucho mejor: la Vida con mayúsculas.
El que había nacido fuera de la ciudad, moriría igualmente excluido, incomprendido, despreciado. Pero el “olor” de su amor entregado y de su resurrección nos haría presentir el “aroma” de lo que nos espera en el futuro, y de lo que estamos llamados a vivir ya en el presente. Por eso —por este Niño nacido entre malos olores— nuestra Navidad también huele a muchas personas que no descansan en estas fiestas para atender a los necesitados en hospitales, asilos, comedores. Por eso huele a familias que se unen y celebran sencilla y fraternalmente la Nochebuena, que gozan con la compañía y el cariño de los seres queridos. Por eso huele a gentes de aquí y de allá que —en Navidad y siempre— entregan su vida y su tiempo en los pesebres de la exclusión, la droga, la prostitución, el fracaso escolar, la soledad, la enfermedad, el paro… Huele a muchos hombres y mujeres —creyentes o no— que han comprendido dónde está esa “esencia”, y se han dedicado a extender su “perfume” para hacer que muchos otros “respiren” esperanza. En palabras de san Pablo, ellos son «el buen olor de Cristo, olor de vida que vivifica» (2 Cor 2, 15-16).
Quisiera concluir parafraseando un anuncio de la lotería que está por todas partes en estos días, para poner la “guinda” a esta reflexión: «hay muchas navidades, pero no todas están aquí». No todas caben en ese “pesebre”, para nada… ¿Cuál celebras tú? ¿A qué huele tu Navidad?
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