Si no despertamos, cuando nos demos cuenta estaremos como en los años sesenta, habremos cambiado la justicia y los derechos por la caridad, la sanidad por la beneficencia y la educación universal libre y gratuita por “aquí estudia carreras el que tenga euros”. Puedes seguir durmiendo y soñando, pero yo de ti no lo haría.
Jaime Pastor, publicado en su muro de Facebook
Siempre he defendido la capacidad de soñar, de ilusionarse, de que no sueñen por nosotros. Sin embargo esta vez estoy de acuerdo con Jaime Pastor (para quien no le localice, profesor de Ciencia. Política de la UNED) en que, si seguimos soñando y no despertamos, vamos a retroceder medio siglo en menos de un año. Creo que estamos viviendo una desvergonzada, acelerada y premeditada renuncia a todo lo conseguido con muchísimo esfuerzo. Desvergonzada porque lo están haciendo de manera descarada, sin esconderse, caiga quien caiga y a pesar de los pesares. Acelerada porque, según ellos, no hay más remedio y corre prisa que, si no, va a venir doña Merkel con los mercados y cual hombre del saco nos llevarán a no sé qué paisajes oscuros. Premeditada porque estoy seguro de que lo tienen pensado: han dicho “esta es la nuestra” y, al igual que cuando se demuele un edificio se va paso a paso para no tener problemas, estoy convencido de que hay una hoja de ruta oculta que van siguiendo al pie de la letra: primero toca recortar derechos laborales y pensiones, luego subir el IVA, asustar con que se puede estar peor y entonces aprovechar para recortar derechos educativos y sanitarios. Y todo ello aderezado con tintes xenofóbicos y nada generosos. Al grito de ¡primero los españoles de pura cepa y luego ya se verá! arrojamos por la borda a las personas más vulnerables: inmigrantes sin papeles que se quedan sin sanidad, dependientes… El siguiente paso –no sé si ponerlo para no dar ideas- será que no puedán ir al colegio gratuito.
La situación me recuerda al documental (y libro) La doctrina del shock. En él, Naomi Klein, la de No logo, establece que en momentos de shock, en los que la población se encuentra anonadada, sorprendida, adormecida por no decir anestesiada, los mercados y su brazo político aprovechan para reformar y desmontar todo aquello que en circunstancias normales les supondría tener que dar explicaciones y contestación social: si hay un huracán y unas inundaciones como el Katrina, mientras reconstruimos Nueva Orleans aprovechamos para demoler vivienda social y privatizar servicios básicos de agua, seguridad, extinción de incendios… La población, ante la urgencia de volver a casa y con el falso razonamiento de que así es más eficaz y rápido, está dispuesta aceptarlo; ante shocks como el de las torres gemelas de Nueva York, cuando la población todavía no ha cerrado la boca, aprovechamos para derogar unas cuantas libertades y derechos fundamentales en nombre de la seguridad; ante bofetadas como los 6.000.000 de parados aprovechamos para desmontar el Estado del bienestar y recortar derechos y conquistas.
En octubre de 1962, hace ahora medio siglo, se abrieron solemnemente las sesiones del Concilio Vaticano II. Quizá (bueno, quizá no, seguro) aquí también tengamos que despertar y dejar de soñar, aunque en este caso sea para volver a esos años frescos, a esa Iglesia que nos trajo el Concilio y que en los últimos años está desapareciendo o, al menos, lo están intentando. Si no despertamos, parafraseando a Pastor, cuando nos demos cuenta habremos vuelto al rito vacío de contenido, a la Iglesia jerarquizada, machista, alineada con los ricos antes que los desposeídos, del oropel y las vestiduras.
Despertemos, pues. Dejemos de soñar los sueños de la publicidad, de los mercados. Que no sueñen los obispos por nosotros. Que somos adultos, capaces de soñar nuestros sueños y de despertar cuando vemos que amenazan lo que se ha conseguido en cincuenta años de avanzar pasito a pasito en pos de una sociedad (de una Iglesia) justa, abierta, acogedora, ilusionada, trabajadora, generosa.
ballesteros@cee.upcomillas.es
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