También será posible
que esa hermosa mañana
ni tú, ni yo, ni el otro
la lleguemos a ver;
pero habrá que forzarla
para que pueda ser.
J.A. Labordeta, Canto a la libertad
Ha muerto José Antonio Labordeta, el hombre que se metió un país en la mochila. Sirvan estas primeras líneas de mi columna de noviembre para traer aquí su recuerdo entrañable, su fuerza vital y su cariño por la tierra, sus gentes y sus paisajes, como también los quería Miguel Delibes, asimismo desaparecido en este año 2010, o como los amó y nos lo contó Félix Rodríguez de la Fuente, hace ahora 30 años. Tres ecologistas, tres amantes de su tierra y de sus plantas y animales que sirven para abrir esta penúltima escalera del año dedicada al objetivo medioambiental.
No levanto ninguna liebre si escribo aquí y ahora que estamos ante un problema grave y urgente, muy urgente que, a diferencia de los seis anteriores, nos toca de lleno en nuestra calidad de vida cotidiana e incluso amenaza nuestra supervivencia. Sin minusvalorar la trascendencia de los objetivos sobre la erradicación del hambre, la supervivencia infantil, la salud maternal, lo cierto es que el único que sin intermediarios vemos como se incumple día a día en nuestro trozo del mundo es éste. Y no sólo eso sino que somos cómplices directos, actores fundamentales en su deterioro: si el problema medioambiental es el que es, lo es debido a nuestro estilo de vida consumista, derrochador, acomodaticio, simple y frívolo.
Hace poco oí a alguien quejarse y denunciar, con bastante razón creo, a nuestra religión como una de las causas primeras de esta degradación. Frente a religiones ancestrales, animistas, basadas en la consideración de la Naturaleza y sus habitantes como iguales, como seres con alma -Pacha Mama, Gaia-, las religiones antropocéntricas, al poner a las personas como seres superiores y los únicos con derecho a relacionarse con Dios, les dieron la excusa perfecta para atentar contra la Naturaleza. Si desviar un río, talar un árbol, matar un animal, ya no era atentar contra un ser igual entonces no había problema en exterminarlos. Y, sin embargo, ya San Francisco, el de Asís, decía allá por el siglo XI Alabado seas, mi Señor, por el hermano viento y por el aire y la nube y el cielo sereno y todo tiempo, por todos ellos a tus criaturas das sustento. Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sostiene y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas.
Sin llegar a esos extremos, reafirmándome cristiano convencido y realineándome con Boff en su Grito de la Tierra Grito de los Pobres, creo firmemente que mi responsabilidad como ser humano, como creyente, es trabajar por dejar el mundo mejor de cómo estaba cuando entré en él. Dice Leonardo que, frente a la crisis ecológica, podemos alimentar dos actitudes: señalar los errores cometidos en el pasado, que nos han conducido a la presente situación, o rescatar los valores, los sueños y las experiencias que dejamos atrás y que pueden ser útiles para inventar lo nuevo. Y el mismo Boff señala, a modo de programa de actuación , diez puntos cruciales para ello: 1) rescatar el principio de la re-ligación: todos los seres, especialmente los vivos, son interdependientes y son expresión de la vitalidad del Todo que es el sistema-Tierra. Por eso todos tenemos un destino compartido y común; 2) reconocer que la Tierra es finita, un sistema cerrado como una nave espacial, con recursos escasos; 3) entender que la sostenibilidad planetaria sólo estará garantizada mediante el respeto a los ciclos naturales, consumiendo con racionalidad los recursos no renovables y dando tiempo a la naturaleza para que regenere los renovables; 4) El cuarto es el valor de la biodiversidad, pues es la que garantiza la vida como un todo, ya que propicia la cooperación de todos con todos, con vistas a la supervivencia común; 5) El quinto es el valor de las diferencias culturales: todas ellas muestran la versatilidad de la esencia humana y nos enriquecen a todos, pues en lo humano todo es complementario; 6) exigir que la ciencia se haga con conciencia y que sea sometida a criterios éticos para que sus conquistas beneficien más a la vida y a la humanidad que al mercado; 7) superar el «pensamiento único» de la ciencia y valorar los saberes cotidianos, de las culturas originarias y del mundo agrario, porque ayudan en la búsqueda de soluciones mundiales; 8) valorar las virtualidades contenidas en lo pequeño y en lo que viene de abajo; 9) dar centralidad a la equidad y al bien común, pues las conquistas humanas deben beneficiar a todos y no -como actualmente- a sólo el 18% de la humanidad y 10) rescatar los derechos del corazón, los afectos y la razón cordial, que fueron relegados por el modelo racionalista y que son donde reside el nicho de los valores.
Así sea y así lo hagamos realidad
ballesteros@cee.upcomillas.es
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