No seamos sectarios: la infancia es a veces un paraíso perdido. Pero otras veces es un infierno de mierda.
M. Benedetti
Después que ellos se retiraron, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estáte allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle.» El se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: -De Egipto llamé a mi hijo- Entonces Herodes, al ver que había sido burlado por los magos, se enfureció terriblemente y envió a matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo, según el tiempo que había precisado por los magos. Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: “Un clamor se ha oído en Ramá, mucho llanto y lamento: es Raquel que llora a sus hijos, y no quiere consolarse, porque ya no existen” Mateo 2, 13-18.
La idea es que tenemos que reducir en dos terceras partes, entre 1990 y 2015, la mortalidad de niños menores de cinco años en todo el mundo. La cifra anual de muertes de menores de cinco años, según UNICEF, ha descendido en el mundo de 12,5 millones en 1990 a alrededor de 9 millones en 2008. Así pues tenemos que conseguir que en 2015 sólo mueran 3 millones. Cada día mueren aún un promedio de 25.000 niños y niñas menores de 5 años, principalmente por causas que pueden prevenirse con intervenciones de bajo coste y de eficacia probada: cerca de 1 de cada 4 mujeres embarazadas no recibe ni siquiera una visita prenatal por parte de un profesional de la salud; 2 de cada 5 partos ocurren sin asistencia; cerca del 14% de los niños y niñas nacen con un peso inferior a 2.500 gramos; la neumonía y las enfermedades diarreicas originan casi el 40% de las muertes de los menores de 5 años; 2 millones de jóvenes menores de 14 años viven con el VIH en todo el mundo…etcétera, etcétera, etcétera.
Las cifras pueden continuar y llenar páginas y páginas. ¿Qué me dicen? ¿En qué me tocan? ¿Qué puedo yo hacer para cambiar esta situación? ¿Donar dinero a una ONG que vacuna niños contra la malaria? ¿Apadrinar niños, cuantos más mejor? Medidas fáciles para un tema tan trascendente y con tanta carga emocional y que además no tengo claro que contribuyan a solucionar ni atajar el problema a largo plazo. Por otra parte sería fácil escribir esta vez en torno a un tema que en los últimos años se ha puesto de gran actualidad en nuestro país, el aborto, y dedicar mi columna a reflexionar sobre la oposición a éste como, según algunos, la principal manera que tenemos en el Norte de erradicar la mortalidad infantil. De hecho una rápida búsqueda en google sobre el asunto nos remite a cantidad de páginas, blogs y opiniones al respecto. No soy moralista ni experto en estas lides, que además creo bastante contaminadas por otro tipo de intereses, así que prefiero no tratar el tema en ese sentido y sí hacer unas pequeñas preguntas y dar algunas pistas que ayuden a poner en práctica este objetivo desde otra perspectiva.
¿Dónde están los Herodes modernos? ¿Quiénes actúan como ese rey que no quería que un inocente le usurpara su trono? ¿Somos yo (tú, nosotros) a veces un rey Herodes? ¿Unos encubridores? ¿Y los magos? ¿Cómo burlar a Herodes y no dejarle llevar a cabo su plan? En nuestros días creo que hay Herodes en cada aparato electrónico fabricado con coltán de África extraído gracias a manos infantiles; hay Herodes en cada alfombra persa de nudos diminutos que sólo manos pequeñas pueden anudar; hay Herodes en cada compra aquí a precios de allí. Así que la primera sugerencia para erradicar la mortalidad infantil es preguntarle a la etiqueta dónde y sobre todo cómo se ha realizado lo que estoy consumiendo y comprando. Ser mago es denunciar la injusticia del trabajo esclavo infantil, es denunciar las situaciones de miseria, de no dejar ser niño al niño.
Y aquí entra, aunque sea brevemente, la segunda de las ideas que quería compartir. No dejar al niño ser niño es otra forma de matar la infancia. En el Norte desarrollado, los niños no se mueren de disentería, malaria, Sida, diarrea o desnutrición… Pero el niño se muere cuando lo hacemos adulto antes de tiempo: estrés generado por la sobreabundancia de actividades escolares y extraescolares pensadas no para su disfrute, su crecimiento y su esparcimiento sino a menudo para la consecución de un éxito futuro; exceso de costosos regalos materiales que le agobian y le matan su creatividad natural y su inventiva y que además no sirven de nada cuando se acaban las pilas; sustitución de papá (ahora también de mamá) por una bonita foto enmarcada y una llamada diaria desde el teléfono del despacho a ver qué tal le ha ido hoy en el cole; desproporcionada ingesta de hidratos de carbono, grasas hidrogenadas y un largo etcétera de componentes que llevan los bollos, hamburguesas rápidas, refrescos carbonatados, precocinados…y que provocan en los niños enfermedades de adulto (colesteroles, obesidad, diabetes). ¿No son éstas otras formas, modernas, de ser también un poco Herodes?
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