Los judíos celebran su día sagrado, el sabbath, cuya etimología parece hacer referencia al descanso. Desde el anochecer del viernes hasta que aparece la tercera estrella del sábado noche se dedica el tiempo a recordar y santificar y por eso no está permitido hacer nada que distraiga de esa sagrada tarea: ”Y el séptimo descansó; por eso bendijo Yahveh el día del sábado y lo santificó.” (Ex. 20,11; 31,17). El sábado es fiesta, es alegría y es esparcimiento.
Los musulmanes, a su vez, celebran el viernes, el día de la reunión, como un día para expresar de manera comunitaria su religiosidad. Ese día se acude a la mezquita para el principal rezo del día (el del mediodía) y en él el imán aprovecha para sermonear a los fieles. El resto se puede dedicar a descansar, pero no es obligatorio. También se recomienda que ese día se dedique algo más de tiempo al cuidado y la higiene corporal (abluciones mayores, ir a los baños…)
Los cristianos decimos al domingo día del Señor. Protestantes, católicos, ortodoxos celebramos este día de fiesta en el que se acude a misa de 12, se toma el aperitivo con los amigos, se come en familia con pasteles de postre y se viste uno de manera elegante con el traje de los domingos.
Me vienen a la mente estos tres días sagrados al ver cómo, de manera laica y desacralizada, obviamente, los suizos celebran -a su vez- el domingo como día santificado a su forma de entender la democracia. Mucho revuelo mediático ha causado el referéndum del pasado domingo 24 de noviembre, en el que la propuesta era si se limitaba el ratio salario mínimo/salario máximo a una relación 12 a 1, pero es que los suizos acuden a las urnas casi mensualmente en un ejercicio sagrado de participación en las decisiones que les conciernen y rigen su vida comunitaria. La mayor parte de las cosas que se votan en esos referéndums son, además, fruto de iniciativas legislativas populares, lo cual les da una mayor fuerza y validez, pues si 100.000 ciudadanos avalan con su firma una propuesta de modificación de algún articulo de las leyes emanadas del Parlamento, esa iniciativa debe ser refrendada o rechazada por referéndum popular un domingo, un día sagrado.
El derecho de todo ciudadano, ya sea hombre o mujer, a participar en la dirección de los asuntos públicos, a votar y ser elegido está recogido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Es, pues, un derecho fundamental, básico, sagrado, que algunos -como los suizos- han sabido santificar y dotar de todo su sentido. ¡Cuánto camino nos queda, entonces, por recorrer! ¡Cuánta pedagogía de la democracia y la participación es, aún, necesaria! Y no me refiero solo a un cambio en las mentes de nuestros gobernantes hacia una aceptación real de lo que el pueblo demanda y le inquieta. En España una iniciativa legislativa popular necesita cinco veces más firmas (500.000) y, además, una vez presentada al Parlamento, su tramitación no es automática sino que depende de lo que la mesa de portavoces decida. Es más: una vez aceptada su discusión, es tratada en comisión y en el hemiciclo, pero no en las calles. Así, desde la restauración de la democracia, en 90 ocasiones ha sido planteada una iniciativa de este tipo ante el Parlamento y, sin embargo, tan solo en una ocasión el Congreso ha dicho sí a la propuesta, aunque su resultado final no tuvo mucho que ver con lo que se demandaba.
Han pasado ya más de dos años de aquella indignada protesta que terminó primero en acampada y luego en multitud de asambleas, de iniciativas ciudadanas que tratan cual hormiguitas de llevar la participación ciudadana a los barrios, a las pequeñas comunidades. El 15M es, quizá, hoy menos visible, al menos mediáticamente, pero está más presente en las calles y la vida de las personas tratando de hacer de esta una democracia más participativa y haciendo una importantísima labor de hormiguita. Pese a la política europea y nacional, a nivel local se van desarrollando iniciativas como presupuestos participativos municipales, grupos autogestionados de ocio infantil, de solidaridad ciudadana frente a los efectos de la crisis económica y el paro; plataformas antideshaucios; páginas web como ¿Qué hacen los diputados? en la que, le pese a quien le pese y a pesar de las opacidades informativas, tratan de seguir la actividad parlamentaria de unas personas que hemos votado y pagamos entre todas las personas que vivimos en España… El 15 de mayo de 2011, por cierto, era domingo.
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