A mi amigo Carlos Pérez, uno entre muchos
¿Cómo era aquella parábola en la que un hombre que se iba al extranjero llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda: a uno dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual según su capacidad; y se ausentó? Me viene a la memoria este relato bíblico cuando me pongo a pensar lo que está pasando actualmente en el proceloso mundo de la cooperación al desarrollo. ¿No estaremos desperdiciando los talentos que nos dejó en prenda aquel que cosecha donde no sembró y recoge donde no esparció? Muchos son los indicios de que sí, de que estamos escondiendo la moneda bajo tierra esperando que vuelva nuestro señor y devolvérsela intacta, sin permitirla que produzca, que fructifique, que se extienda. Ya lo dijo, por cierto, Francis Bacon: “El dinero es como el estiércol, sólo es bueno cuando se esparce” (pero huele mal añado yo). Los famosos tiempos de crisis que vivimos parece que se olvidan de abonar, de sembrar y solo tratan de arrebatar las eximias cosechas conseguidas a base de mucho esfuerzo para alimentar a aquellos que quizá menos lo necesiten. Quizá se me pueda acusar de demagógico, lo sé, pero no deja de venirme a la mente la idea de que lo recortado en cooperación engorda los fondos de rescate de los bancos.
Indicador de desperdicio nº 1: en la estructura del Gobierno actual se suprime la Secretaria de Estado de Cooperación, lo cual no es nuevo (ya había hecho lo mismo en muchas de las comunidades en las que venía gobernando) pero es preocupante esta degradación a un segundo plano, esta pérdida de interlocución y sobre todo que peligren los objetivos y principios directores de la cooperación tal y como la hemos conocido. Queda (por ahora) una Agencia, la de siempre. Pero una agencia, como su propio nombre parece indicar, solo gestiona, ejecuta. No diseña, piensa, prioriza.
Indicador de desperdicio nº 2: tras algunos años de crecimiento en pos del mítico (utópico me atrevo al llamar) 0`7%, las medidas urgentes tomadas por el Gobierno entrante nada más tomar posesión de sus puestos ha sido rebajar en un 40% la Ayuda Oficial al Desarrollo. Años y años de lucha, de movilización, de trabajo, huelgas de hambre, acampadas, campañas, manifestaciones borradas a golpe de decreto.
Indicador de desperdicio nº 3: quizá el más preocupante, porque tiene rostro y nombre y porque son muchos, cada vez más. Son amigos y amigas, conocidos en el sector que ahora deben buscar las lentejas en otros menesteres. Se llaman Nacho, Carlos, Marta, Luis; Alberto, Maria, Teresa (nombres reales, muy reales, nada ficticios) y han sido y son parte de la historia de la cooperación al desarrollo de este país desde hace muchos años. Se han dejado las cejas frente al ordenador diseñando proyectos y rellenando matrices y árboles de marcos lógicos para la burocracia de esa Secretaría hoy desaparecida. Se han dejado las suelas de los zapatos visitando comunidades, trabajando en ellas, conviviendo con ellas. Han sentado los pilares reales de la cooperación española. Son ellos los que han traducido a proyectos y realidades concretas el enrevesado, burocrático y farragoso lenguaje de los políticos. Ahora llegan los ERE, los recortes, los despidos y prescindimos de ellos en las ONG. ¡Cuánto talento desperdiciado! ¡Dónde estarán ahora!
Indicador de desperdicio nº 4. Las ONG se empiezan a dar cuenta de que ellas también han sido parte del desperdicio. Cuando las vacas eran gordas solo importaba conseguir dinero; ahora que necesitan base social, gente en la calle, personas que griten y que luchen… se dan cuenta de que tan solo tienen donantes. Hace años una directora de captación de fondos de una gran ONG me dijo literalmente que por cada socio inquieto y revoltoso como yo que perdía, ganaba cuatro de los que daban dinero y no hacían preguntas. Ahora, como en la parábola, será el llanto y el rechinar de dientes cuando se den cuenta de que esos que no se inquietaban entonces tampoco se preocuparán ahora.
La parábola de los talentos nunca ha estado entre mis preferidas. Me parece que muestra un señor poco misericordioso y muy exigente que no redistribuye la riqueza, sino que premia al codicioso y castiga al prudente. Sin embargo, en este caso, sí me parece que como sociedad, como seres humanos, como españoles, no estamos cuidando nuestros talentos. Ni siquiera estamos escondiendo bajo tierra el talento recibido en custodia. Estamos dilapidando y desmontando un sistema que ha costado mucho armar. Espero que no tengamos que lamentarlo mucho.
ballesteros@cee.upcomillas.es
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