Una Iglesia de militantes

¿Se puede imaginar una nueva catequesis o educación de la fe que inicie a los cristianos a hacer lectura creyente de la realidad, que incluya contemplación y desemboque en la acción?

Acabo de traducir para Selecciones de Teología un artículo de Joan Chittister, benedictina norteamericana de quien tenía buenas noticias sin haber leído ningún texto suyo. Afirma Chittister que en sus 84 años ha tenido la oportunidad de vivir dos Iglesias. La primera, una Iglesia de obediencia, de cumplimiento y de confianza. La segunda ya se ha iniciado y ha de despertar en el Sínodo, en la que cada persona ha de ser descubridora y gestora de su propio destino creyente en medio de este mundo.

Creo que, cuatro años mayor que Chittister, puedo adherirme a ese diagnóstico y a esa esperanza. Muchas veces he lamentado de palabra y por escrito que los fieles católicos constituían un grupo de gente buena, obediente a las directrices pero fundamentalmente pasiva. El Evangelio de Jesús era filtrado por un clero mayoritariamente conservador que no animaba a tomar decisiones personales fuera y, mucho menos, dentro de la Iglesia.

En los movimientos que surgían -el Opus, los kikos- se animaba a ciertas acciones o actitudes, pero eran las que marcaban y definían los dirigentes. Prácticamente, sólo los movimientos especializados de Acción Católica o en las comunidades de base se ocupaban en formar creyentes capaces de analizar la realidad e involucrarse en ella. Se esforzaban, pues, por utilizar una palabra clásica, en formar militantes.

La Iglesia católica se ha organizado fundamentalmente en parroquias. Siempre he valorado el trabajo aglutinador de las parroquias, pero en un libro dedicado a ellas ya escribí que, si Jesús quería prender fuego a la tierra, las antorchas que ayudasen a encenderlo no saldrían de las parroquias.

Se trata, pues, de imaginar una nueva catequesis o educación de la fe que ayude a los cristianos a hacer permanentemente una lectura creyente de la realidad, que incluya contemplación y desemboque en la acción.

He afirmado más arriba que las parroquias no son capaces de llevar a cabo esta tarea y creo que ha de ser cometido de las comunidades. Una comunidad es un grupo que puede surgir donde sea, aquí o allá, en el salón de cualquier casa, que reúne a personas con cierta homogeneidad, se tiene voz y hay una interpelación mutua, se elaboran planes individuales y colectivos, se reza, se planean acciones y se revisan.

No puedo ahora, en el marco de esta columna, desplegar todo un modelo de organización de esa Iglesia de comunidades ni la forma de comunión entre ellas, ni el estilo ni el papel de los ministerios, ni la frecuencia y el lugar de las celebraciones. Cada una de esas cuestiones tendrá que articularse con un objetivo permanentemente revisado: que se construya una Iglesia de militantes.

Y, por cierto, Vicens Lozano, más de 30 años corresponsal en Roma, ha escrito un libro, titulado Intrigas y poder en el Vaticano, en el que documenta que existe “un complot internacional para que el papa Francisco renuncie y vuelva la Iglesia como Dios manda.”

En una Iglesia de militantes se les ocurriría a algunos iniciar un movimiento masivo de adhesión a Francisco. Se me ocurre.

Autoría

  • Carlos F. Barberá

    Nací el año antes de la guerra y en esta larga vida he tenido mucha suerte y hecho muchas cosas. He sido párroco, laborterapeuta, traductor, director de revistas, autor de libros, presidente de una ONG, dibujante de cómics, pintor a ratos... Todo a pequeña escala: parroquias pequeñas, revistas pequeñas, libros pequeños, cómics pequeños, cuadros pequeños, una ONG pequeña... He oído que de los pequeños es el reino de los cielos. Como resumen y copiando a Eugenio d'Ors: Mucho me será perdonado porque me he divertido mucho.

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