Cuando escribimos estas líneas apenas acaba de finalizar el G-8. Grandes acuerdos, como los 20.000 millones de dólares en tres años anunciados para hacer frente a la crisis alimentaria. Acuerdos que nos deberían llenar de esperanza si no fuera porque nuestra memoria nos lleva a las promesas vacías y al bluff de las cumbres anteriores; por ejemplo, de los 18 mil millones de dólares que anteriormente habían prometido para paliar las consecuencias del cambio climático en los países del Sur sólo han desembolsado menos de mil. Sabemos que suponen más un anuncio efectista que una medida seria. Ni el dinero es suficiente para atajar el problema, ni el G-8 cuestiona el modelo económico que ha comportado el estallido de la crisis. Palabras.
Coincidiendo con las mismas fechas, Benedicto XVI pública la Encíclica “Caritas in veritate” ante la crisis económica global. Una encíclica a la que en próximos números daremos un espacio especial, pero en la que, una vez más, el lenguaje empleado (las palabras) deja a las mujeres relegadas a un segundo lugar hablando continuamente del “hombre” y excluyendo así a una gran parte de la humanidad. Una encíclica que vuelve a hablar de un único modelo de familia, dejando fuera a las familias con una sola madre, un solo padre, familias reconstituidas, o con dos madres o dos padres.
Sin embargo, cuando analiza la situación social, cuando analiza la crisis mundial y sus posibles vías de salida, plantea cuestiones que podríamos llamar progresistas como la urgente reforma de la ONU y el actual sistema económico y financiero. Anima a los sindicatos a una mayor incidencia y actuación en la sociedad global… Denuncia el hambre, la injusticia, y pide un cambio urgente en las reglas económicas que rigen el mundo. Una vez más nos encontramos con una Iglesia integrista en lo moral y progresista en lo social. Aunque algunas y algunos podrían decir: “Palabras”.
Palabras que la Iglesia no cumple hacia sus adentros y con los suyos y, si no, que se lo pregunten a tantas y tantos profesores de religión; a sacerdotes y monjas que dejaron sus comunidades después de muchísimos años de trabajo y servicio y que ahora apenas tienen para sobrevivir. Palabras. Promesas incumplidas. Injusticias manifiestas dentro de la propia iglesia.
Al menos sabemos que en la Iglesia no sólo existe la palabrería tan propia de la jerarquía, sino que también hay muchos grupos y comunidades que van a los hechos concretos, a la acción, al apoyo a quienes, en estos momentos, más están padeciendo la crisis. En este inicio de curso, nos quedamos con esa Iglesia de hechos y no de palabras.