En estos tiempos que corren, post-adviento y post-navidad, camino acelerado de la cuaresma y de la Pascua, nos puede parecer que estamos viviendo un tiempo de cambio, de pascua, de transformación. La Iglesia da la impresión de haber cogido un movimiento de reforma y cambio a lo evangélico como antes no lo veíamos. Todo animado por la figura de un papa carismático y sencillo. Ha dejado de lado los apartamentos papales y se ha quedado en la residencia de huéspedes. Utiliza un lenguaje accesible y dice cosas que todo el mundo entiende.
Muchas personas hemos sentido una brisa de aire fresco en el corazón. Nos hemos vuelto a sentir en casa, cómodos, en familia. No ha habido muchos cambios efectivos pero se nota otro tono, otro estilo. Van surgiendo comisiones, documentos. Y llegarán los nombramientos, sin duda. Todo eso alienta nuestra esperanza. Esta estructura inmensa, pesada, anciana, parece que está comenzando a moverse. Somos realistas, no esperamos un cambio radical, pero este inicio de movimiento ya nos hace sonreír.
Todo esto está muy bien. Pero tendríamos que tener en cuenta dos cosas. En primer lugar, el Reino es una comunidad de iguales. Todos y todas somos líderes y corresponsables de que este carro siga caminando hacia el Reino. Ya somos mayores y no podemos ser como niños que esperan desorientados a que alguien les indique el camino. En la comunidad cristiana todo el pueblo de Dios participa, dialoga, busca y también se arriesga a equivocarse. Hay que decirlo para que no nos quedemos embobados mirando al papa y esperando que él arregle el desaguisado. La Iglesia es responsabilidad conjunta.
Y, en segundo lugar, cualquiera que mire con atención los movimientos y declaraciones de las jerarquías eclesiásticas en los últimos meses se dará cuenta de que el papa Francisco está muy solo. ¿Alguien, por poner un ejemplo, ha leído una declaración entusiasta de los obispos españoles apoyando lo que está diciendo y haciendo Francisco? Pues eso. El personal guarda silencio. Está a la expectativa. No se moja. Y Francisco sigue caminando solo.
La cuestión es que la tarea es enorme y hay dudas de que un hombre solo se pueda enfrentar a ella. Menos a su edad (no es, precisamente, joven). Menos si tenemos en cuenta el inmovilismo de la estructura eclesial y su tendencia predominante. Francisco va a necesitar mucho apoyo –moral y de otro tipo– en su tarea. Es cuestión de remangarse y poner las manos a la tarea. Porque la Iglesia no es de Francisco. Este peso no lo levanta un hombre solo ni con todo el apoyo del Espíritu Santo. Ahí tenemos que estar haciendo que esta Iglesia se preocupe un poco menos de la liturgia, de los cánones y de las grandes ceremonias y un poco más de salir a la calle y encontrarse con los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
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