En mi Iglesia la verdad no es un dogma,
sino la fe en el Amor de Dios que a todos salva.
En mi Iglesia existe el pecado como conciencia
de que siempre está necesitada de conversión al Evangelio.
En mi Iglesia ser hermanos es lo más importante,
hasta haber desterrado dentro de ella toda división entre pastores y pueblo.
En mi Iglesia la ley del amaos unos a otros como yo os he amado
hace innecesario todo otro tipo de leyes y normas.
En mi Iglesia el único poder es el de servir,
y la única autoridad la que enseña con el ejemplo de la propia vida.
En mi Iglesia se tiene plena conciencia de que el Mundo
es el lugar donde Dios salva a la humanidad histórica.
En mi Iglesia se celebra con gran gozo y acción de gracias
todo cuanto hace crecer en libertad y en felicidad a los seres humanos.
En mi Iglesia se abren espacios cálidos y luminosos
para que todos, mujeres y hombres, puedan tener la experiencia viva de Dios.
En mi Iglesia se anuncia el Reino de Dios
como victoria definitiva de la Vida sobre todas las formas de muerte.
En mi Iglesia, Pueblo de Dios Peregrino en la Tierra,
aprendo cada día a salir de mí mismo,
y a tener cada día un corazón más universal,
más abierto y solícito a todo lo otro.
En mi Iglesia la primera y la última palabra la tiene el Espíritu Santo:
la primera es un ¡fiat!, que nunca deja de resonar;
la última, un ¡amén!, en el que todo se renueva y llega a su plenitud.
En mi Iglesia todo lo humano, lo más humano,
es también lo divino, ¡lo más divino!
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