Japón

Aún no conocemos el final de la historia, de modo que esta columna tiene el riesgo de equivocar algunos de sus mensajes. Japón se encuentra estos días en situación de máximo riesgo tras un terremoto de 9 grados y la posterior ola gigante que invadió su costa oriental destruyendo pueblos enteros, dejando miles de víctimas y dañando la seguridad de varias de sus centrales nucleares. Hay mucho que aprender de todo ello: de lo ocurrido, de la respuesta dada hasta hoy, de la vivencia de la tragedia y de las consecuencias para la situación planetaria.

1. Lo más importante para reaccionar de manera adecuada ante las catástrofes naturales es disponer de estrategias adecuadas de prevención de riesgos de desastres, no necesariamente de grandes mecanismos de respuesta. El hecho de que no se cayera un solo edificio en la ciudad de Tokio, con un estricto código de construcción antisísmica con un terremoto de esa magnitud es la mejor muestra. Como contraste tenemos Haití, que con un terremoto de 7,3 grados vio derrumbarse el 70% de la ciudad de Puerto Príncipe.

2. Obvio es que para disponer de esas estrategias hacen falta los recursos: la diferencia entre Japón y Haití en niveles de renta es de más de 30 a 1 y la pobreza implica una diferencia insalvable. Pero invertir en la preparación ante los desastres es una opción del Estado japonés, que podría haber dedicado sus recursos a otras cuestiones.

3. Los estados fuertes garantizan una respuesta adecuada ante las emergencias. Tras el terremoto y el tsunami ocurrió lo que debía ocurrir: no se envió ayuda humanitaria –excepto equipos de rescate, esenciales en las primeras horas para encontrar víctimas con vida- sino que se esperó al análisis y la petición del Gobierno. La organización internacional Oxfam señaló que el gobierno de Japón disponía de recursos para atender el 98% de las necesidades generadas, por lo que la intervención de las agencias humanitarias sería solo marginal.

4. No existe la garantía total de seguridad y eso cuestiona la energía nuclear. El debate en torno al final del petróleo y las formas de sustituirlo como fuente de energía lleva algunos años poniendo la energía nuclear en el centro. El país más avanzado y más preparado del mundo en la materia no ha podido evitar una catástrofe de dimensiones todavía por determinar al escribirse esta columna. Hay cientos de centrales en el mundo, y pese a su bajo riesgo y su alta seguridad, cada potencial problema supone un impacto insoportable local, regional y hasta globalmente. El accidente atómico ha rebajado la euforia pronuclear, ha vuelto a poner las cosas en su sitio y está obligando a revisar las centrales en el mundo entero.

5. La generación de electricidad a partir de fuentes limpias y renovables se antoja de nuevo como la gran alternativa en la que no se invierte lo suficiente. Mientras, sube el precio del petróleo, crecen los beneficios de la industria más contaminante del mundo y se emiten millones de toneladas de CO2 a la atmósfera en una carrera sin sentido. La industria automotriz avanza a paso de tortuga en su transformación hacia las energías limpias, ¿por el interés de mantener esos beneficios pese al alto coste económico y ambiental? Alguien debería parar esta carrera y promover una nueva forma de entender la energía.

6. El duelo que se vive en Japón por sus más de 10.000 muertes y la entereza ante la tragedia nos han mostrado la amplitud cultural y antropológica del planeta: nadie podría imaginar una reacción de esa naturaleza en nuestra cultura del sur de Europa, por ejemplo. No es mejor ni peor, es la expresión de la relación de un pueblo con la tragedia y con la muerte, de su espíritu de lucha y de su forma de vivir el miedo y la incertidumbre.

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