Homenaje a Mandela

El fallecimiento de Nelson Mandela ha sido una de las noticias más esperadas; llevaba meses al borde de la muerte y al fin sucedió a comienzos de diciembre de 2013. No creo haber conocido (en sentido figurado) a nadie que genere tal nivel de adhesión en personas de diferentes creencias y visiones ideológicas. Y eso que muchos que le halagan se sitúan en su actuar cotidiano en las antípodas de este adalid del perdón, la reconciliación y el futuro.

Hace pocos años tuve oportunidad de visitar la celda en la que pasó tres décadas encerrado y me impresionó la grandeza humana que desarrolló Mandela en aquel espacio de represión. Justo antes había leído el excelente y muy recomendable El Factor Humano, de John Carlin.

Mandela ha representado la esperanza de una humanidad mejor, tolerante, abierta, capaz de darle la vuelta a las peores realidades. Tras décadas de encarcelamiento por un gobierno racista, que separaba a los negros –amplísima mayoría étnica en Sudáfrica- en guetos y no les daba acceso ni a los derechos civiles y políticos -como el voto- ni, desde luego, a lo más básico en la escala de los derechos sociales, pensó siempre en el futuro mejor que estaba por llegar y en lo que él debía aportar para ello.

Consiguió llegar a trabar amistad con personas que habían sido responsables de su injusto y prolongado encarcelamiento. Se valió de unos principios inquebrantables para erosionar, primero, la credibilidad de los racistas del apartheid, después su moral y, finalmente, conseguir que aceptaran lo que era innegable: un régimen de libertades en que se equilibrasen los derechos –al menos los civiles y políticos. Los económicos y sociales, tras décadas de violencia, pobreza y privación son todavía hoy, 20 años después de la llegada de la democracia a Sudáfrica, un reto.
Por último, venció en las urnas y, especialmente, en los corazones de los sudafricanos y del mundo entero. Su mensaje de perdón profundo ante quienes habían sido crueles verdugos de sus amigos, familia y de él mismo, constituye un enorme salto civilizatorio e, incluso, un misterio para la humanidad. Leyendo la terrible historia del apartheid en Sudáfrica resulta insólito su estoicismo y su clarividencia –y su capacidad para que fuera asumida por millones de personas que habían vivido bajo tanto sufrimiento.

A pesar de su edad al llegar al poder, por encima de los setenta años, siempre pensó en clave de futuro, en lo que debía ocurrir mañana. Supeditando heridas, rencores y sufrimientos a la idea de un país mejor. Habiendo él sufrido tanto como víctima del régimen, su perdón implicaba el perdón de todas las personas. En Sudáfrica se daban las condiciones para una revolución sangrienta -tanta había sido la injusticia y la humillación- y un hombre no solo lo evitó sino que permitió concebir un país nuevo, diferente. Refundar en medio del dolor un país pensado para el futuro. Aunando generosidad, bondad e inteligencia política en cada paso dado.

Sudáfrica es hoy una potencia mundial -el primer país de África- y la pobreza se ha reducido mucho. Pero también es un país enormemente violento y desigual y la raza sigue siendo un factor que explica riqueza y pobreza. Su gran reto es encontrar el modo más adecuado de equilibrar un país cuya situación social hoy es todavía difícil de soportar. Pero el legado de paz, reconciliación y fraternidad de Mandela hace que solo podamos admirarle y creer que con más personas como él liderando, estaríamos mucho más cerca del mundo justo y hermoso en el que deseamos vivir.

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