Ha habido tres recientes momentos definitorios de la identidad de la política europea y de su lamentable pérdida de rumbo. Es muy difícil juzgar con perspectiva histórica los hechos al tiempo que suceden, pero esta columna es un humilde intento.
El primero. Tuvimos hace algo más de un año elecciones al Parlamento Europeo. Como resultado de esa elección, los partidos ultraderechistas y xenófobos tocaron techo, alcanzaron su máximo histórico de representación en Bruselas. Una Eurocámara que se puebla de nacionalistas euroescépticos, por simplificarlo mucho. La idea de bienestar compartido y solidaridad recibió un duro golpe en aquel momento y, aunque en España la tendencia electoral fuese inversa, mirando con perspectiva, eso no es un consuelo y podría ser una tendencia demasiado frágil.
El segundo. La crisis de los migrantes que intentan llegar a Europa cruzando el Mediterráneo admite muchísimas lecturas, casi todas dolorosas. El Mediterráneo es la frontera más desigual del mundo, con una diferencia de renta entre África y Europa superior a 20 veces y con un crecimiento cada vez más acelerado de los conflictos y de la agresividad de los efectos del cambio climático. En este 2015 el mundo ha superado la barrera de los 51 millones de personas refugiadas, el techo que se produjo durante la Segunda Guerra Mundial –entonces huíamos los europeos. La inmensa mayoría de los refugiados viven en las fronteras de países vecinos. Europa acoge tan solo a un número ínfimo; de hecho, los países vecinos de Siria acogen a más de dos millones de refugiados. Europa ha tenido un agrio debate para repartir entre sus estados miembros 40.000 refugiados (no, la cifra no es un error). España concedió recibir a 1.300 cuando su cuota asignada era de 4.000, una cantidad insignificante para un país de 45 millones. Un país que sufrió el maltrato de miles de exiliados al final de la Guerra Civil en la frontera francesa y que se benefició de la generosa acogida, sobre todo en América Latina, desconoce ahora su historia. El caso español produce bochorno, pero el debate completo en Europa –sobre medidas de seguridad, bombardeo de puntos de salida o condicionamiento de ayudas a medidas de apoyo al control en los países de origen mientras se reducen los fondos para el rescate en el mar, que es un imperativo humanitario– muestra una degradación del marco europeo de derechos.
Y el tercero. Grecia, un país que sufre una depresión económica de dimensiones mayores –a su escala- que la de 1929 en los EEUU, tras cinco años de ajustes ha recibido un “tratamiento convencional” en lenguaje bancario: nuevo dinero con más condiciones y más caro para tratar de reconducir su economía y pagar su deuda. Es mentira y todos lo saben: las medidas aprobadas impiden de facto la salida de la depresión y condenan a Grecia, que tuvo el atrevimiento de buscar una alternativa política diferente. Como en cada crisis de deuda, los prestamistas privados ya se salieron y ahora toca repartir las pérdidas entre los estados, claro está. En 1953 Alemania se benefició de una quita de deuda superior al 50% para propiciar su recuperación económica, en un acuerdo gestado entre estados y negociado por un banquero privado. Grecia o España condonaron su parte y Alemania se recuperó rápido –claro está, tenía el miedo de su parte tras haber provocado dos guerras… Cuanto más se demore la reestructuración de la deuda griega –que es inexorable– incluyendo una quita sustancial, mayor será el sufrimiento de los griegos. Que el FMI plantee la quita y los países amigos (aunque Alemania y España, por diferentes razones, sean exactamente lo contrario) la nieguen ronda el delirio. La aproximación a Rusia podría acabar siendo su única salida desesperada, que nadie quiere pero a la que entre todos se la empuja.
En suma, este es un tiempo peligroso para el proyecto basado en los derechos humanos y la construcción de la paz que fue la Unión Europea. Falta de visión de sus líderes, dicen algunos. Líderes que son reflejo del tiempo que vivimos, dicen otros. Necesitamos un giro y lo necesitamos pronto. Tal vez los historiadores nos lo digan en 20 años al analizar la década del 2010…
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