¡PERDÓN! Reflexión de instituciones católicas sobre los escándalos de pederastia

Nunca será suficiente lo que se haga para pedir perdón y reparar el daño causado… Sentimos vergüenza cuando constatamos que nuestro estilo de vida ha desmentido y desmiente lo que recitamos con nuestra voz…, que no actuamos a tiempo reconociendo la magnitud y la gravedad del daño que se estaba causando… Es necesario que cada uno de los bautizados se sienta involucrado en la transformación eclesial y social que tanto necesitamos.

(Papa Francisco, Carta al pueblo de Dios, 20.08.2018)

El escándalo

Siguiendo estas palabras de Francisco, las líneas que siguen quieren ser una sincera y pública petición de perdón que, como cristianos, presentamos a la sociedad por los monstruosos escándalos de pederastia clerical. Si hemos proclamado otras veces que “la Iglesia somos todos” eso no puede valer solamente a la hora de participar en decisiones sino también a la hora de asumir responsabilidades por humillantes que éstas sean y en verdad nos sentimos sinceramente abrumados y sucios por esos escándalos.

Los escándalos de pederastia obligan a una petición pública de perdón
Ilustración por Pepe Montalvá

Pero toda petición de perdón es inane si no va acompañada, además de por el dolor, por un decidido propósito de enmienda. Eso es lo que quisiéramos ir poniendo en práctica a lo largo de estas reflexiones: ir buscando las causas y analizar los hechos para ver si es posible que estos no se repitan nunca más. Lo hacemos aun sabiendo que nos falta información, que hay muchos puntos oscuros y que quizá no conocemos todos los contextos.

La pederastia es monstruosa por la minoría de edad de la víctima. En un mundo que ha dado lugar a aberraciones como los niños soldado o los niños esclavos (unos 180 millones en nuestro mundo), nuestra Iglesia ha contribuido a esas páginas tan negras, añadiendo la epidemia de los niños abusados. Es como para echarse a llorar y no cesar en ese llanto hasta que desaparezca el dolor de los maltratados.

Paradójicamente, es conocido que la hija pequeña de Karl Marx dejó escrito de su padre que “me contó la historia del carpintero de Nazaret que fue crucificado por los poderosos. Mi padre decía que podemos perdonarle mucho al cristianismo porque nos enseñó a amar a los niños”. El contraste entre ese testimonio y los escándalos actuales no puede sernos más desgarrador.

Lo más monstruoso de estos casos no está en la fragilidad y debilidad humana puntual, sino en una hipócrita doble vida mantenida durante años. Los autores de esas monstruosidades ¿iban a confesarse? Y si era así: ¿qué consejos recibían y qué propósito de enmienda aportaban a esa confesión? ¿Habían llegado hasta el punto de considerar normales esas aberraciones con la misma tranquilidad con que los nazis juzgaban normales los campos de concentración? Eso es lo que más nos escandaliza de todas estas historias: el intento de haberlas mantenido ocultas durante tanto tiempo. Es increíble la historia de aquella niña que fue a contar a un cura lo que le había ocurrido y recibió como única respuesta: “confiésate y no lo digas a nadie”.

Por eso, casi más incomprensible que la actuación de esos depravados ha sido la insensibilidad de tantos obispos y responsables a la hora de escuchar a las víctimas, la imposición de silencio y el procedimiento casi sacrílego de limitarse a trasladar al delincuente a otra parroquia. ¿Qué formación moral habían recibido todos aquellos eclesiásticos? ¿No se preguntaron nunca qué apostolado podrían ejercer ni qué bondad podrían transmitir quienes vivían en esa hipócrita doble vida?

Propósito de enmienda

Francisco ha denunciado repetidas veces al clericalismo: ya antes de ser obispo de Roma como “hipocresía” y “mundanidad” contrarias al espíritu de Jesús, y más tarde como forma de impedir la eclesialidad de los laicos y “como uno de los peligros más graves de la Iglesia”.

Hace ya más de diez años, el obispo australiano Geoffrey Robinson recibió de la Conferencia episcopal de su país el encargo de investigar todos los escándalos de pederastia. Conforme iba adentrándose en su estudio fue viendo que los casos de pederastia no eran solamente un problema de sexualidad, sino sobre todo un problema de poder, y de poder clerical. Y la sorpresa le llegó cuando comenzó a recibir avisos de la curia romana indicándole que orientara sus investigaciones en otra dirección. Finalmente el obispo renunció a su trabajo y publicó un libro contando su historia.

Junto al clericalismo, como hermano gemelo suyo, debemos hablar de un falso amor a la Iglesia, un pecado habitual y estructural de eclesiolatría: de amar a la Iglesia más que a Dios, con la excusa de que es la representante de Dios. De esta manera se pone el “buen nombre” de la Iglesia por encima del buen nombre de Dios, único que merece toda gloria. Y se olvida culpablemente que, según los evangelios, el verdadero objeto del amor de Dios no es la Iglesia sino “el mundo”. Y la Iglesia no es más que una servidora y manifestadora de ese amor de Dios al mundo.

Desgraciadamente, ambos pecados vienen de lejos. En paralelo con todos los casos de pederastia hemos asistido a la monstruosidad de Marcial Maciel, un episodio verdaderamente patológico que no es hora de contar aquí, pero sobre el que estuvieron llegando quejas a la curia romana durante casi cincuenta años. Maciel, “por su gran amor a la Iglesia”, era intocable para el Papa y logró sortear todas esas acusaciones como meras calumnias. La gestión de su caso ha manchado las figuras de Juan Pablo II y el cardenal Ratzinger.

Hay numerosos ejemplos anteriores de eclesiolatría que no podemos citar en este espacio reducido, pero remitimos al lector al texto completo que puede encontrar en la web de Cristianisme i Jusicia. Y esa eclesiolatría tiene una matriz muy concreta en la curia romana, con su enorme poder frente a toda la Iglesia y frente al mismo Papa. Por algo Francisco ha hablado también del “carrerismo” como otro de los grandes males que nuestra Iglesia debe evitar o incluso el mismo Lutero, que algo panfletariamente pero cargado de significado, calificaba a la curia como “la gran prostituta”. Se ha llegado a decir incluso que la curia romana ha producido más increyentes que Marx, Freud y Nietzsche juntos.

Pero es que, además, la curia romana ha tenido una seria responsabilidad en el nombramiento de obispos. Una de las cosas que más extrañan en la peste de la pederastia clerical es la presencia de tantos nombres de obispos y hasta cardenales entre los encubridores, pero a veces incluso entre los violadores. Parece innegable que el sistema actual de nombramientos eclesiales ha tenido su parte en la catástrofe de los curas pederastas y de los encubridores. Porque además, ese sistema engendra unas formas autoritarias de proceder. A raíz del drama que estamos comentando, un antiguo miembro de la curia romana ha contado que él fue testigo hace años del nombramiento de un cardenal del que la curia sabía que había cometido algún abuso a menores. Pero nadie avisó de eso al Papa porque “la creación de cardenales es algo absolutamente personal del Papa sin ningún consejo o trámite curial”.

El cambio de sistema no será fácil. Pero precisamente por eso, nos parece urgente ir poniéndolo en práctica poco a poco, para evitar que luego se haga precipitadamente y con costes mayores.

Como contraste, bastaría con poner en práctica lo que la misma Iglesia se ha dictado a sí misma en la Constitución sobre la Iglesia en el mundo definida en el Concilio Vaticano II con palabras como “La Iglesia sabe que es mucha la distancia que se da entre el mensaje que ella anuncia y la fragilidad humana de los mensajeros a quienes está confiado el Evangelio”. Ya sabemos que del dicho al hecho siempre hay un gran trecho. Pero parece claro que en esas palabras no asoman para nada ni el clericalismo ni el eclesiocentrismo que hemos señalado como causas originarias del drama de la pederastia que quisiéramos contribuir a enmendar radicalmente.

Publicidad completa y limpia

Por molesta y dolorosa que haya sido la publicidad de esos escándalos, hay que agradecerla con toda el alma porque será la única manera de que puedan tener remedio. Pero esa información tiene también su ética. Es cierto que una información no es lo mismo que un juicio, pero dada la estructura de nuestros medios y la pluralidad enfrentada de nuestras sociedades, muchas informaciones contienen un elemento claro de opinión. Y es ahí donde puede filtrarse una actitud de juicio, que reclama la limpieza exigible a todos los jueces.

En este caso creemos que la intención primaria de toda información debería ser ayudar a las víctimas, por encima de los intereses particulares de cada medio. Y ayudar a las víctimas implica animar y empujar a la Iglesia que es la que más puede (y debe) prestar esa ayuda, tanto psicológica y espiritual como material si fuese necesario. En este escenario, es enorme la esponsabilidad que tienen hoy los medios desde el poder casi absoluto del que hoy disponen.

La totalidad y la contextualización son tremendamente relevantes. Tenemos derecho a una información veraz y lo más global posible. Con frecuencia oímos noticias de detenciones por posesión y difusión de material pornográfico infantil; y el infractor nunca es una persona sola, sino “una red”. También son frecuentes las informaciones de menores de edad, captados engañosamente a través de twitter y demás redes sociales. Es pues legítimo preguntar si estamos ante una espantosa plaga eclesiástica o ante una lamentable plaga social y cuáles son los caminos para salir de ella. Sin embargo, a menudo la idea que se muestra es que la pederastia se trata de un escándalo exclusivamente eclesiástico. Y, aunque esto no exima para nada de su culpa a la Iglesia, tampoco contribuye a resolver bien el problema.

Por otra parte, es también sangrante la falta de visión de conjunto. Como escribió un misionero salesiano latinoamericano de 75 años que trabaja en Angola “Me da un gran dolor que personas que deberían ser señales del amor de Dios hayan sido un puñal en la vida de inocentes. Pero es curiosa la poca noticia y desinterés por miles y miles de sacerdotes que se consumen por millones de niños, por los adolescentes y los más desfavorecidos en los cuatro ángulos del mundo. En los sacerdotes hay miserias, pobrezas y fragilidades como en cada ser humano; y también belleza y bondad como en cada criatura”.

Es un dato universal que, en nuestro mundo, el mal tiene mucha más publicidad que el bien. Igual que con la Iglesia, sucede lo mismo con instituciones reconocidas como Oxfam, de las que se habló mucho y más ostensiblemente cuando hubo un lamentable escándalo en sus filas que durante el resto de su distinguida labor. Cabría decir lo mismo de Médicos sin Fronteras o de Reporteros sin Fronteras, que solo saltan a la publicidad cuando a alguno de esos periodistas su trabajo le ha costado la vida.

Conclusiones

Propondremos, para concluir, una conclusión simplemente humana y otra más expresamente cristiana. Ambas caben en la misma palabra: el amor y el Amor.

Nuestra última palabra ha de ser igual que la primera: perdón. Y un perdón lo más sincero posible, que de ningún modo sea una mera formalidad de cortesía. Sólo desde la triste experiencia del amor pisoteado se pide de veras perdón. Ojalá hayamos conseguido hacerlo desde ahí.

Como creyentes sabemos que a Dios solo podemos ofenderle por el daño que hacemos al ser humano: a los demás o a nosotros mismos. La teología enseña que la gravedad del pecado no está en que sea una ofensa al Amo (ese poder no lo tiene el hombre), sino en que es una ofensa al Amor. Por paradójico que parezca, la debilidad del Amor constituye el verdadero poder de Dios. ¡Ojalá esta profunda verdad nos ayude a recobrar siempre la esperanza! Porque, por criminal que pueda ser este mundo (o esta Iglesia) la historia enseña que siempre es posible comenzar de nuevo y marchar en otra dirección.

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