Nos sentimos misioneros de la misericordia enviados por la parroquia Sagrada Familia de Fuenlabrada a la cárcel de Navalcarnero, transmitiendo el amor de un Dios liberador y dejándonos llenar de ese amor que allí también se nos transmite.
Acabamos de pasar un año más el día del Domund y siempre que pensamos en los misioneros nos vienen a la memoria muchas personas que dejan sus países de origen y se van a otros lejos de su familia, de su cultura, de su casa… con la única idea de transmitir el Evangelio en países donde, además de no conocer el mensaje de Jesús, carecen de lo necesario para vivir. Este año el lema del Domund ha sido “misioneros de la misericordia” y por eso me parece que podemos hablar también de nuestra “misión” en la cárcel de Navalcanero. Porque la misión es, ante todo, la predicación con la vida de nuestro ser cristiano. Se trata, por tanto, de hacer presente la experiencia de Jesús liberador con nuestra vida en nuestros diferentes entornos. Por eso, ser misionero abarca toda nuestra vida en lo que hacemos y vivimos. Ser misionero supone transparentar con nuestra vida algo tan especial como sencillo: decir a todos que Dios, nuestro Padre-Madre, nos quiere a todos y que nos quiere a través de nosotros, es decir que nosotros somos vehículos privilegiados de ese amor de Dios a todos los seres humanos y, desde ahí, tenemos la responsabilidad especial de hacer que todas las personas lo capten.
Ser misionero abarca toda nuestra vida en lo que hacemos y vivimos
Por eso cada día, cada vez que visitamos a uno de los muchachos en la cárcel, estamos intentando llevarles el mismo amor de Dios. Cuando vamos, lo hacemos queriendo que vean el amor de un Dios Padre-Madre; que en cada abrazo, en cada lágrima, en cada sonrisa y encuentro descubran que Dios, a pesar de todo, les sigue queriendo, sigue apostando por ellos, no les juzga, ni condena… Que les dice que cuenta con ellos y que siempre está a su lado. Ese Dios Padre-Madre que todos los voluntarios de la cárcel queremos llevar con nuestra vida. Es una experiencia privilegiada a la vez que tremendamente responsable la que tenemos los voluntarios de la capellanía, porque hacer descubrir el amor de Dios a los demás no es tarea fácil, sobre todo en situaciones de mucha angustia y desolación.
Son muchos los momentos bonitos que día a día vivimos y compartimos allí, pero también muchas las lágrimas, aunque siempre diré que son lágrimas redentoras, lágrimas de esperanza y de salvación. Porque, aunque es allí donde más sufrimiento y dolor descubrimos, es también donde descubrimos más vida y esperanza, es hacer presente la fuerza de la pascua, la fuerza de un Dios pobre, crucificado, indefenso pero que, a la vez, resucita en cada gesto que tanto ellos como nosotros somos capaces de hacer.
La misión supone estar también dispuestos a recibir
En la cárcel la palabra “misericordia” adquiere un matiz especial, supone hacer presente a un Dios que nos mira a todos con amor, con esperanza, un Dios que confía nosotros… Recuerdo también hace años, en la cárcel de Palmasola en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, recientemente visitada por nuestro papa Francisco, las palabras de un muchacho joven, Claudio, quien al terminar la Eucaristía dijo: “Padre, quiero pedirle una cosa, por favor, quiero que rece por mí” y, con lágrimas en los ojos, le abracé con toda la energía del mundo con el único objetivo de que captara no el abrazo que le daba yo sino el abrazo que el mismo Dios le daba a través de mí.
También nosotros en la cárcel sentimos el amor de Dios en cada uno de los abrazos de los muchachos, dejándonos abrazar por Dios, sentimos la fuerza de su amor a través de ellos. Nunca me habían abrazado como lo hacen en la cárcel, nunca había sentido ese amor especial que corre por mis venas cuando estoy con ellos y nunca había visto gestos tan especialmente solidarios y humanos como los que veo a diario allí. Y es que la misión supone estar también dispuestos a recibir, no solo se da sino que es mucho lo que se recibe. Y todo esto con la ayuda de una comunidad que nos apoya cada día y nos anima, una comunidad cristiana, la parroquia Sagrada Familia de Fuenlabrada, desde la que nos sentimos enviados. Somos un grupo de voluntarios y voluntarias los que llevamos esa misericordia a nuestra cárcel, que es parte de nuestra vida y de nuestro corazón; en el fondo, queremos llevar un trocito de Dios a este lugar de sufrimiento, sabiendo que ellos también nos evangelizan y nos dan ese mismo trocito de Dios. Y siempre con las palabras del Maestro de Nazaret: “Lo que hicisteis a uno de estos más pequeños, a mí me lo hicisteis”.