Víctimas de la Iglesia. Relato de un camino de sanación
PPC, Madrid, 2016

Esperaba este libro desde hace muchos años. Un libro que pide la libertad y el atrevimiento de quien ha atravesado un infierno y ha salido vivo de él atravesándolo en compañía. Por eso no es un libro escrito desde el rencor y el resentimiento, sino desde el amor a la vida, como sugiere ya el colorido y el diseño de su portada. Pero también que exige responsabilidades, no silencios ni lástimas cómplices con las víctimas de los abusos sexuales en la Iglesia. Un libro que mueve a tomar postura, como la de su editor, Luis Aranguren, que en el prólogo describe su pretensión: “hacer justicia al olvido deliberado que ha maltratado a las víctimas de la iglesia, arrinconándolas y en buena parte confinándolas al silencio”.
Lejos de ser una relato de morbosidad y amargura, el libro es una ventana abierta a la esperanza y la reconciliación, testimoniando, desde una experiencia narrada en primera persona, que hay vida más allá de la noche de los abusos sexuales, que la recuperación es posible. Pero para ello es imprescindible que la iglesia mire a los ojos a las víctimas y se comprometa con ellas “hasta el final”, exigiendo responsabilidades y desenmascarando la doble moral y la complicidad con los victimarios.
Parte de la singularidad del libro, además de la propia temática y el modo de abordarla, es su autoría compartida: la protagonista anónima del relato vital, su acompañante espiritual -José Luis Segovia- y su terapeuta, Javier Barbero. Desde esta triple voz, se van hilando los contenidos con una gran coherencia interna en los tres capítulos en que se estructura el contenido. En el primero de ellos, titulado, Una reflexión con muchos destinatarios, José Luis Segovia analiza la cuestión de las responsabilidades, explicando que las victimas lo son primariamente de sus depredadores, pero también de la Iglesia, al no asumir sus responsabilidades y su deber de diligencia y cuidado. La Iglesia parece, en demasiadas ocasiones, estar más preocupada por preservar el honor de la institución y prevenir escándalos que por su apoyo incondicional a las víctimas.
El segundo capítulo, titulado El lento pasar de las primaveras, es el testimonio anónimo de la víctima:
“Sé bien qué significa ser víctima de alguien que con su abuso maltrata el cuerpo, mata el alma y envenena el nombre de Dios. Sé lo duro que es reconocerse como víctima y comenzar y recorrer el camino que lleva a la supervivencia y desde allí a la vida. Sé cuánto odio somos capaces de sentir a causa de la traición de la confianza. Sé cuánto cuesta romper el silencio que nos ata a los agresores. Sé cuánto dolor experimenta quien se topa con Dios en el infierno de los abusos. Porque lo sé, porque lo he sufrido, porque hay vida después de los abusos, queremos dedicar este libro a todas las víctimas de los abusos sexuales en la Iglesia, que a causa del maltrato, la humillación, el rechazo, la banalización, el desprecio, la sospecha , la negativa a pedirles perdón, el miedo, la soledad , la depresión o la falta de esperanza, siguen esperando, aunque sea con rabia y desdén, que la Iglesia les pida perdón, les tienda la mano y les diga Estaré contigo hasta el final”.
El tercer capítulo, titulado Perspectiva psicológica: la Patología del sinsentido. La sanación del encuentro está escrito por Javier Barbero. Para el terapeuta, en el proceso de sanación son fundamentales dos cuestiones. La primera es la decisión de la víctima de anclarse en dicha condición, es decir, de mantener las heridas abiertas para siempre o estar dispuesta a asumir cicatrices. La segunda, es la necesidad de romper el silencio y visibilizar, de manera que transfiera su responsabilidad a quien le corresponde y no cargue sobre sí la culpa. Por eso, como reivindica la autora, es a la Iglesia, independientemente de lo que hagan las instancias judiciales, a quien corresponde hacerse cargo de este mal con el que los agresores han corrompido a las víctimas. Es urgente desentrañar la verdadera naturaleza de los abusos y son las Iglesias locales las que deben escuchar a las víctimas y crear para este fin espacios visibles en los que poder ser acogidas y curadas. De otro modo, es imposible que la Iglesia conozca el avance real del problema.
Paradójicamente, en medio de la violencia y el desgarro que constituye el incesto espiritual, el libro es un canto al amor y a la esperanza en un itinerario vital donde la fe ha sido sostén y agarradero para resistir y afrontar la violencia de quien la predica y la pervierte, ya que, como afirma la autora: “Las mismas manos que administran el perdón y celebran la eucaristía son las que nos abusan y dominan, nos atrapan y agreden. Es un sacrilegio, y ese sacrilegio nos enloquece, nos destruye y nos convierte en sus convierte en culpables en un crimen del que en realidad solo somos sus víctimas”.
El libro es un relato de pascua, un relato de resurrección por la fuerza del amor, del Dios que desciende a los infiernos humanos y desde adentro y desde abajo acompaña y libera, siendo fuente de resiliencia y cuidado. Por eso es también una confesión de fe en el Dios que actúa a través de las relaciones terapéuticas y sanadoras que acompañan y revelan que el amor existe y ayuda a encarar y resistir frente al poder del miedo, la violencia y las formas más sutiles e infames de manipulación y perversión de lo religioso.
La calidad humana y evangélica de la protagonista es un reto también para nuestras vidas y la vida de la Iglesia: Dios “ha atravesado mis sufrimientos, ha penetrado mis miedos y ha acompañado mis debilidades. Él ha descendido hasta mi infierno y me ha liberado. Y gracias a esta experiencia (….) hoy sé que es posible enfrentarse a los demonios que la confianza se restaura y la alegría brota de nuevo, que hay esperanza, que las obsesiones y los pensamientos intrusivos pueden dominarse, que es posible amar y dejarse amar, y que es posible perdonar”.
En definitiva, un libro de lectura obligada, que no deja indiferente y exige posicionamiento y responsabilidades.
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