Cartas a Francisco

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Por Miguel Ángel Mesa

El libro Cartas a Francisco (San Pablo, 2017) utiliza y ofrece algo que ya no es usual en estos tiempos: el género epistolar. En nuestros días se prefiere la inmediatez, la brevedad, lo sintético (Whatsapp, Twiter, Facebook…). Algunas personas de las que han escrito estas cartas posiblemente utilizan estas aplicaciones. No obstante, han hecho un esfuerzo y se han detenido para escribir una carta como las de antes y nada más ni menos que al papa Francisco.

Cartas a Francisco de la editorial San Pablo

Portada del libro

La mayoría de quienes escriben son católicos, pero los hay también de otras confesiones cristianas e, incluso, sin ninguna adscripción religiosa. Todas ellas son personas sencillas, comprometidas, cercanas, muy conocidas tanto en el ámbito social como eclesial: Pepa Torres, Carlos Amigo, Padre Ángel, Francesc Torralba, José Antonio Pagola, Juan Arias, Sebastián Mora, Mª Patxi Ayerra, Pedro Miguel Lamet, Isabel Gómez Acebo… Sus actividades también son de lo más variadas: teólogos, escritores, profesores, filósofos, periodistas, educadores sociales, psicólogos…

Todos demuestran desde el principio de sus escritos la admiración que sienten hacia la persona de Francisco. Muchos no conocían su trayectoria como superior provincial de los jesuitas argentinos, como obispo o presidente de la Conferencia Episcopal Argentina. Saben que antes era una persona mucho más seria, con unos planteamientos más rígidos en temas de doctrina, de moral o costumbres. Pero eso sí, que su forma de vida era sencilla, austera, cercana a la gente, viajando en metro, aguardando como uno más en la fila del autobús, incluso estando al frente de la diócesis de Buenos Aires, visitando las zonas más pobres y difíciles de esta ciudad y alentando la misión de los curas villeros, que realizaban su trabajo pastoral en las villas miseria de los arrabales.

Por lo tanto, el desconocimiento de este obispo rioplatense quedó de manifiesto al ser elegido papa en quinta votación el 13 de marzo de 2013. Pero este desconcierto comenzó a sembrar cierto entusiasmo cuando, al salir a saludar a la multitud reunida en la plaza de San Pedro, no llevaba todas las vestiduras que solían ponerse los papas en este primer saludo. Habló en términos más sencillos y pidió a la gente que le bendijeran. Quedaba por ver si era un gesto para la galería o si era una actitud sincera y humilde.

Estas dudas comenzaron a esclarecerse poco a poco, con sus palabras, sus actitudes y, sobre todo, con sus decisiones: vivir en la residencia de Santa Marta, en lugar de en los palacios vaticanos, seguir usando su cruz pectoral o los zapatos negros que siempre había calzado, viajar en coches más pequeños e, incuso, en utilitarios… Signos todos ellos de una Iglesia “más pobre y para los pobres”, tal como afirmó también era su deseo en los primeros días de su trayectoria papal.

Quizá el asombro de muchos ante estos gestos de sencillez en la vida y en el trato personal, que no serían nada remarcable en las vidas cotidianas de tantas personas trabajadoras, significaba un gran contraste con las costumbres de los papas anteriores, que no supieron o no quisieron romper con el estilo y rutinas que siempre los han alejado del pueblo sencillo y creyente.

Otro aspecto que recalcan nuestros escritores de Francisco es la forma sencilla que tiene para expresarse y comunicar en sus mensajes. Se siente en el ambiente que por fin se le entiende a un papa. Cuando denuncia el desprecio a la vida de los emigrantes, ante las injusticias hacia los trabajadores, la marginación de las mujeres, el drama de las heridas de un planeta herido. Incluso (por fin) las cartas pastorales y encíclicas son comprensibles para la mayoría de la gente.

Sin embargo, esta admiración de nuestros queridos escritores y escritoras, no se convierte en papolatría. Saben que lo principal es el seguimiento de Jesús, una vida más fraterna en las comunidades que componen la Iglesia y el compromiso por un mundo más justo, fraterno, en paz. Otros rasgos que destacan son su alegría y la cercanía sincera a la gente.

Pero todo no son alabanzas pues, a pesar de los cambios, saben que aún queda mucho por hacer y le invitan a seguir profundizando en un compromiso concreto con los más marginados y excluidos de nuestro mundo, una apuesta real por las mujeres, por su igualdad en todos los cargos eclesiales, un acercamiento al feminismo y unas tomas de postura claras contra el machismo, una reforma real de la curia, el sacerdocio opcional, un cambio radical de la formación sacerdotal y la lucha contra el clericalismo, una profunda revisión de la teología en consonancia con la realidad actual, la necesidad de una revisión radical del Código de Derecho Canónico…

En definitiva, un libro más que recomendable, ya que desde los matices propios de cada uno de quienes han escrito estas cartas se nos invita a renovar el compromiso, al optimismo, a la alegría, a la esperanza. Valores muy en desuso en nuestros días y que es necesario recuperar y vivir.

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