El pasado 13 de abril conocíamos la noticia de que dos grandes de las letras universales, caracterizados por ir más allá de la frontera mental y estética establecida, fallecían con pocas horas de diferencia. Eran dos “bravos”, dos hijos de la resistencia y altavoces de los “nadie”, de la gente que necesitaba su voz para contar al mundo las necesidades de dignidad. En los obituarios de ambos, de semanas pasadas, se hablaba de su pasión por los libros, la política, la religión o su afición al fútbol: uno, hincha de Club Nacional; el otro, del Friburgo y simpatizante del Sankt Pauli. Nos hablaron de los temas más candentes y de cómo millones de seres, ignorados o perdedores, resisten simplemente por “magias sueltas de la vida”.
Eduardo Galeano
Parece imposible aceptar la muerte de Galeano porque, si hay un escritor viviente, es precisamente él, que hizo de la palabra el mayor juego de la imaginación para la vida. Siempre habló de y para la juventud, de y para los pueblos indígenas, en contra de los “narcoestados” y el neoliberalismo, en favor de la ecología y la legalización de las drogas. Habló contra el olvido. Siempre del lado de la gente oprimida, de la gente indignada, su activismo social y su compromiso con los desprotegidos lo llevó a Chiapas a conocer de cerca al Ejército Zapatista de Liberación Nacional, experiencia que vertió durante varios años en diversos artículos, por ejemplo, en Una marcha universal.
Entre su nacimiento y su muerte están sus varios oficios: obrero, dibujante, recaudador, pintor, mensajero, cajero de banco, mecanógrafo, editor del semanario Marcha y el diario Época. Sobre los aspectos perversos de un sistema que, como él mismo analizaba, “asalta y roba las palabras”, pensaba que todo esto lleva a valorar el sentido que tiene la aventura de escribir: “devolver a las palabras el sentido que han perdido, manipuladas como están por un sistema que las usa para negarlas. Hay una lección que el mundo ignora y que nos han dado a todos, el pueblo guaraní a la hora en que crearon su lenguaje. En su idioma guaraní, palabra y alma se dicen igual. Y en este sistema des-almado que ha logrado la casi unanimidad universal en nombre de la lucha contra el materialismo –que es el más materialista de los sistemas que la humanidad haya conocido– la palabra ha estado y sigue estando manipulada con propósitos comerciales o de engaño político. Su uso y abuso traiciona al alma. O sea, que esta identidad entre la palabra y el alma se rompe todos los días, sufre traiciones”.
Era crítico con el uso de la religión como herramienta para apuntalar el poder. Algunas de sus frases: “A diferencia de la solidaridad, que es horizontal y se ejerce de igual a igual, la caridad se practica de arriba-abajo, humilla a quien la recibe y jamás altera ni un poquito las relaciones de poder”. (Patas Arriba). “Como Dios, el capitalismo tiene la mejor opinión sobre sí mismo, y no duda de su propia Eternidad”. (El desprecio como destino). “En sus 10 mandamientos, Dios olvidó mencionar a la naturaleza. Entre las órdenes que nos envió desde el monte Sinaí, el Señor hubiera podido agregar, pongamos por caso: ‘Honrarás a la naturaleza de la que formas parte’. Pero no se le ocurrió. (Cuatro frases que hacen crecer la nariz de Pinocho). “Si Eva hubiera escrito el Génesis, ¿cómo sería la primera noche de amor del género humano? Eva hubiera empezado por aclarar que ella no nació de ninguna costilla, ni conoció a ninguna serpiente, ni ofreció manzanas a nadie, y que Dios nunca le dijo que parirás con dolor y tu marido te dominará. Que todas esas historias son puras mentiras que Adán contó a la prensa”. (Patas arriba). “En 1492, los nativos descubrieron que eran indios, descubrieron que vivían en América, descubrieron que estaban desnudos, descubrieron que existía el pecado, descubrieron que debían obediencia a un rey y a una reina de otro mundo, y a un dios de otro cielo, y que ese dios había inventado la culpa y vestido, y había mandado que fuera quemado vivo quien adorara al sol y a la luna, a la tierra y a la lluvia que la moja”. (Las venas abiertas de América Latina).
Günter Grass
El escritor alemán, que falleció a los 87 años, fue un francotirador de la historia de su país y de Europa. Con un estilo marcado por influencias tan dispares como François Rabelais o los hermanos Grimm, el escritor exploró en más de medio siglo géneros tan diversos como el drama, la lírica, el ballet, los aforismos, el ensayo, la novela y la autobiografía, además de una módica producción de esculturas, dibujos y pinturas. Esa trayectoria le fue reconocida con el Nobel de Literatura y el Príncipe de Asturias, ambos en 1999.
Convencido de la imbricación entre escritor y ciudadano, Grass fue un hombre de alto compromiso social que nunca dejó de fijar posición sobre la agenda política de su tiempo. «La principal obligación del ciudadano es mantener la boca abierta», aseguró alguna vez, en una frase que sintetiza su preocupación por mostrarse como un intelectual atento y perpetuamente crítico con el poder político. Así, a lo largo de su vida el autor de El rodaballo defendió a escritores perseguidos, fustigó la energía nuclear, consideró «apresurada e insensata» la reunificación alemana, publicó en 2003 un artículo contra la Guerra de Irak iniciada por el entonces presidente George W. Bush y hasta polarizó a la crítica y a la sociedad con un poema titulado Lo que hay que decir, cuyas referencias contra Israel le valieron acusaciones de antisemita. «Los testimonios presenciales de la literatura dan la palabra a los perdedores: a todos aquellos que no hacen la historia, pero a los que inevitablemente la historia les ocurre, porque su dictado los convierte en culpables o víctimas, simpatizantes o perseguidos», sostuvo en aquella ocasión, dando cuenta una vez más de su obsesión por los vínculos entre historia y literatura. El revuelo que generó con ese poema fue tal que Israel pidió las penas del infierno contra él, además de nombrarlo persona non grata: desde entonces fue habitual verlo acusado de antisemita, desproporcionado y agresivo.
Defendió a Salman Rushdie, cuando el escritor recibió amenazas de muerte del régimen iraní por Los versos Satánicos y expresó su “tristeza” por la pérdida. Era “un verdadero gigante, un inspirador, un amigo”. “Toca el tambor por él, pequeño Oskar”, escribió, en alusión al héroe de El tambor de hojalata. Criticó con dureza en 1997 el suministro alemán de armamento a Turquía y la denegación de asilo al pueblo kurdo. También arremetió con el sistema económico, “que anula democracia y secuestra a gobiernos y parlamentos”. Los directivos y grandes accionistas de los bancos forman, “una sociedad paralela”, decía. Los bancos viven “una vida propia”. “Las consecuencias de sus economías basadas en el riesgo, las pagan los contribuyentes”. Pero son insaciables y “siempre están hambrientos”. Grass arremetió también contra los medios de comunicación, que para ser conformistas ya ni siquiera necesitan censura. Para extorsionarlos “basta con negarles publicidad”, decía. En esas condiciones es imposible “explicarle a la opinión pública los abusos de poder de los lobbies”.
En los últimos pocos años sacudió a su país cuando reveló que había sido miembro de las Waffen SS (las escuadras de protección de Heinrich Himmler), durante la Segunda Guerra Mundial. “No es por haber callado durante 40 años algo que ya había dicho antes. Lo que más me duele -y, curiosamente, nadie me ha criticado por ello- es todo lo que no hice y podría haber hecho durante aquella época: cuando a un tío mío lo fusilaron, muy al principio de la guerra, cuando se llevaron a un compañero de clase y a un maestro de mi escuela, cuando un soldado que era testigo de Jehová y se negaba a coger el fusil también desapareció… Yo no moví un dedo por nadie, ni siquiera hice preguntas, no quería verlo, no quería saber”.
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