Creo que huelga decir que son palabras de Teresa de Jesús. Palabras muy conocidas que forman parte del tan oído y sabido “Nada te turbe, nada te espante”. Se habla poco de la paciencia, más bien se suele utilizar como exclamación respecto a una situación o circunstancia que nos sobrepasa o que está a punto de hacernos perder los estribos, como decimos vulgarmente.
Si nos adentrásemos en el diccionario, encontraríamos diferentes definiciones de esta palabra respecto a la cuestión que nos atañe. Independientemente de lo que en él pudiéramos encontrar, la paciencia me sugiere algunas acepciones concretas.
En primer lugar, la paciencia me trae a la mente situaciones como serenidad, calma y sosiego entre otras cosas. Tengo la impresión de que vamos demasiado acelerados por la vida; todo tiene que hacerse rápido, necesitamos tenerlo al momento, de tal manera que el instante se convierte en eternidad. Me parece que sobra decir que la ansiedad se convierte en algo habitual en la mayoría de muchas de nuestras vidas; una ansiedad que llega a afectar tanto a nuestro físico como a nuestra realidad mental y psicológica. Nos falta el mínimo sosiego que nos ayude a ver con el suficiente equilibrio y sensatez las situaciones que en un momento concreto nos han tocado vivir. Tenemos la convicción, falsa a todas las luces, que cuanto más acelerados vayamos antes conseguiremos el propósito que nos habíamos propuesto. Y ya no hablo de las condiciones en que llegaríamos a conseguirlo, en caso de que fuera así; por ejemplo, a qué precio, con qué garantías, con qué nivel de calidad, etc.
Hablar de paciencia me lleva a pensar también en una actitud humana tan poco en boga en estos momentos, por las mismas razones que acabo de aducir, como es el autocontrol. No sé si se podría aplicar en este caso, pero creo que tiene mucha relación con aquello de la “paja en el ojo ajeno”. Nos resulta muy fácil ver, o al menos imaginarlo, la tremenda celeridad con la que vive el vecino o la persona próxima a nuestra vida; en cambio somos incapaces de controlar los instintos más básicos de las nuestras. Nos falta tiempo para enojarnos cuando alguien, posiblemente sin querer muchas veces, nos ha podido provocar algún tipo de malestar, por pequeño que sea. Incluso en nuestras propias vidas nos falta la fuerza de voluntad suficiente como para ver que no me conviene llegar más allá en algo que pudiera estar haciendo en un momento o sencillamente privarme de algo que me apetece, ya sea material o a nivel de actitud, pero que al final acabaría haciéndome daño. Por eso decía lo de la “paja en el ojo ajeno”, porque nos vemos con las fuerzas suficientes como para impedirlo en los demás, pero, en cambio, nos consideramos incapaces como para evitarlo en nosotros/as mismos/as; aunque acabemos diciendo que si no lo hacemos es debido sencillamente a que no queremos, sea por las razones que fuere.
Si recurriéramos a la Biblia, me gustaría citar dos textos, uno de cada uno de los dos Testamentos, que podrían aportarnos bastante claridad respecto a la paciencia de la cual vengo hablando. Comenzando por el Antiguo, me viene a la mente el capítulo tercero del libro del Eclesiastés: “Hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo”, para continuar especificando después ese “todo” en diversas facetas de la vida. Por ello, me pregunto si tiene sentido afanarse por hacerlo todo a la vez o hacerlo todo cuanto antes. Cuando actuamos en contra de “este tiempo para todo”, no somos conscientes de que por mucho que corramos, llegando a perder incluso los nervios en algún momento, nunca alargaremos la duración del tiempo ni conseguiremos hacer más cosas, sin entrar a juzgar la cualidad que pueden llegar a tener las mismas.
En el Evangelio nos recuerda Jesús por medio del evangelista Mateo, en el capítulo sexto, que “Nadie, por mucho que se preocupe, puede añadir una sola hora al curso de su vida”. Yo creo que, entre otras cosas, con estas palabras se nos está haciendo una llamada a la calma, a la serenidad y a la búsqueda del equilibrio interior, tan olvidado precisamente por dejarnos llevar por una vorágine exterior, totalmente superficial, que nos devora, ¡y de qué manera! ¡Qué lástima pretender hacer de nuestras vidas una carrera agitada de obstáculos, cuando depende de nosotros hacer que sea un camino sereno que nos conduzca a la paz verdadera y a la realización personal! Ya lo sabes: la paciencia todo lo alcanza.