Por Javier Sánchez
El pasado 24 de marzo celebramos el XXXVII aniversario del martirio de monseñor Romero, el santo de América. En un día tan especial para los que creemos en una Iglesia liberadora al estilo del evangelio de Jesús de Nazaret se bautizaba Yuan, un muchacho sirio, de origen kurdo, que se encuentra en este momento cumpliendo prisión en la cárcel de Navalcarnero.
Durante casi un año ha estado preparándose para ello dentro de la cárcel. La historia de Yuan es de auténtica conversión y resurrección, sin duda que en él descubrimos el paso de la muerte a la vida, la pascua que estamos celebrando en estos días los cristianos.

Un mural conmemorativo de Óscar Romero en El Salvador. FOTO: Sean Hoyer
Yuan llegó a España cuando apenas tenía 16 años y poco a poco consiguió abrirse camino en nuestro país. Eran sin duda otros momentos diferentes a los que ahora vive el martirizado pueblo sirio. Montó un kebab y le fue muy bien, como él mismo cuenta, pero tan bien, que la codicia hizo que se fuera metiendo en “pequeños líos” hasta caer en la prisión de Herrera de la Mancha (Ciudad Real).
Allí comenzó su condena y, como es un hombre afable y de buen trato, trabó amistad con otro preso español, cristiano, que habitualmente iba a misa. Y nuestro Yuan, para poder ver a su amigo todas las semanas, ya que estaban en módulos distintos, se apuntó también a la misa. “Pero uno de los días, en la Eucaristía, sentí una fuerza especial que me ha acompañado hasta hoy y que no sabría cómo explicar”. Desde entonces, la misa era para Yuan un momento especial de la semana, de tal modo que, aunque no fuera su amigo, él iba todas las semanas. Es más, su amigo dejó de ir y él continuó yendo. A los pocos meses le trasladaron a la cárcel de Navalcarnero y comenzó también a ir a misa de los sábados. Uno de ellos se me acercó y me dijo que quería hablar conmigo. Me contó toda su historia. Cuando pregunté por él en el módulo, los funcionarios me dijeron que por qué iba a verlo, si no era cristiano y además podría estar involucrado en alguna “causa extraña” (en la cárcel también hay prejuicios y, a veces, sobre las personas de Oriente medio más). Yo les contesté lo que digo siempre: yo voy a visitar a la persona que me pide algo o que me necesita sin importarme nacionalidad o causa, intento visitar a los presos desde la experiencia de Jesús, que no hacía distinción a nadie.
[quote_right]Cuando pregunté por él en el módulo, los funcionarios me dijeron que por qué iba a verlo, si no era cristiano y además podría estar involucrado en alguna “causa extraña”[/quote_right]
Yuan me contó su proceso y cómo había decidido bautizarse, me dijo que él nunca había vivido la fe en su casa, tampoco la musulmana, pero que había tenido una experiencia especial. Cuando le dije que era posible bautizarse, se llenó de gran alegría y nos dimos un fuerte abrazo, “para mí Dios es alguien que cuenta mucho en mi vida, que lo necesito y que me acompaña en cada momento aquí en la cárcel”. Entonces comenzamos la preparación. Se apuntó primero al grupo de catequesis que tenemos en la cárcel -donde seguimos la metodología de “los grupos de Jesús” de Pagola– y además nos reuníamos los dos para la preparación al sacramento, donde lo que hacíamos era leer el Evangelio, comentarlo y rezarlo porque, como dice Pagola, lo que hemos perdido en nuestra Iglesia es la experiencia de Jesús -auténtico protagonista de nuestra fe- y la hemos llenado de normas. Eran encuentros ricos a todos los niveles, porque él también me hablaba de su familia, de su país, de su gente… Enriquecedores a nivel personal y a nivel evangélico y el Dios único, Padre-Madre nos unía en todas nuestras conversaciones.
Pensaba bautizarse en la cárcel, el día de la Vigilia Pascual pero, aprovechando un permiso, me dijo si podría ser fuera y me pareció estupendo. Buscamos una fecha y, casi por casualidad (¡bendita casualidad!), cogimos el 24 de Marzo, una fecha con especial olor a evangelio, con vida entregada. Lo dije en una parroquia en la misa del domingo anterior y la sorpresa fue que ese día había gente de la comunidad en el bautizo de Yuan que querían acompañarlo. Fue un momento muy bonito. Yuan nos contó su experiencia, la gente de la parroquia agradeció su testimonio porque fue un día de vida para todos.
“Para mí ha sido la mejor experiencia que he vivido en la parroquia”, decía Ana, una de las que participó en el bautizo. Aunque ya le había hablado de él, allí mencionamos de nuevo a monseñor y el regalo especial que suponía bautizarse en su día. Al lado de Yuan, su mujer, Julia, que no paró de llorar en toda la celebración. Yuan además es apátrida: dada su condición no tiene papeles, pero su patria ahora es la comunidad cristiana, “todos somos uno en Cristo Jesús”, que dice San Pablo, esa comunidad que le ha acogido y ese Dios que se le ha hecho presente en la cárcel, en un lugar de muerte donde brota cada día la vida. Fue un día de Pascua en mitad de la Cuaresma. Un día de “paso” de Dios por nuestras vidas, experimentar que Dios puede hacer brotar la vida desde el “pozo”, como decían Yuan que supone la cárcel. En Yuan y en los que estábamos allí sentimos las palabras del Santo de América antes de caer asesinado: “Si me matan, morirá un obispo, pero la Iglesia de Dios que es el pueblo, permanecerá para siempre”. La Iglesia presente, dando a luz desde la fe a un nuevo miembro y arropado por un Dios Padre-Madre que no sabe de papeles sino que saca del pozo a todos los que se ponen cerca de Él.
Descubrir que para el encuentro con el Dios de la vida no hay límites, pero sin duda que la cárcel es, quizá, un lugar privilegiado. Y al final el abrazo y el envío de nuestro Dios, como el envío de Jesús: “El Espíritu del Señor está sobre mí, me envía a proclamar la liberación a los cautivos”, sabiendo que el Dios de la vida va por delante de nosotros y nos espera, donde Él se hace presente, en Galilea, en la cárcel de Navalcarnero y en tantas galileas de muerte donde brota cada día la vida.
*Javier Sánchez es el capellán de la Cárcel de Navalcarnero