Por Rafael Rojo Sastre
¿Dónde están los profetas, que en otros tiempos nos dieron las esperanzas y las fuerzas para andar? Preguntaba por aquel tiempo el cantautor.
No es necesario ser un experto conocedor de la vida de los profetas bíblicos, Jesús incluido, para saber que el retrato de todos ellos está hecho de:
- La fidelidad a la Palabra de Dios, que resuena en la conciencia.
- El compromiso con la salud o salvación del pueblo al que aman.
- La lectura de los acontecimientos desde la mirada de Dios.
- El soportar la incomprensión y persecución de las autoridades de turno.
- El destino final de la muerte a mano de los poderes políticos y religiosos.
El conflicto surge de la distinta mirada sobre el tiempo y sus vicisitudes que tienen los profetas y los representantes del poder. Estos miran, juzgan y deciden para proteger sus intereses y los profetas actúan guiados por el Espíritu de Dios, cuya palabra tratan de asimilar, incluso contra su gusto o seguridad inmediata.
Aman profundamente a su pueblo, aunque tengan que denunciar el camino equivocado por el que este busca su tranquilidad y futuro. Acaban triturados, matados por la violencia de los poderosos.
Este modesto apunte o esbozo se puede verificar leyendo los libros llamados “proféticos” del Antiguo Testamento. También, y más claro aún, leyendo el Nuevo Testamento (Juan Bautista, Jesús de Nazaret, Pablo de Tarso, Pedro de Galilea…) y con ellos y después de ellos, el resto de las mujeres y hombres profetas de todos los tiempos, hasta llegar al tiempo en que vivimos. Coloquemos aquí cada uno de los nombres de las personas a las que consideramos “profetas”. Nos saldrán, seguro, los nombres de muchos y muchas. Si no los vemos, es que nosotros no tenemos capacidad para ver. Al lado de tantos profetas, Alberto Iniesta.
Apareció en Madrid con el calor del verano posconciliar que, después de la primavera de Juan XXIII, acogió en la Iglesia Católica Pablo VI.
Vino como obispo auxiliar del cardenal Tarancón. Lo secundó, como tal, en la Iglesia de Madrid en compañía de los obispos Echarren y Oliver. Y duró en Madrid tanto como tardó en llegar el invierno eclesial, que llegó con el nombramiento del obispo de Roma Juan Pablo II y de los obispos de Madrid Suquía y Rouco. Los fríos del invierno se llevaron a Iniesta por delante.
Estas imágenes, tomadas de las estaciones climáticas, son ya clásicas en las reflexiones sobre los acontecimientos de la Iglesia de estos últimos cincuenta años.
Alberto Iniesta vino como una luz, brilló y, como una luz, se apagó con los cierzos invernales.
Vivió el reto del Evangelio a fondo, como todos los que siguen los pasos del Maestro. Él fue maestro y condiscípulo. Testigo del proyecto-utopía llamado reinado de Dios, por la coherencia de su vida y fidelidad a Jesús de Nazaret.
Obispo para los hermanos. Hermano con los cristianos, según el lema de Agustín de Hipona. Despojado de toda la parafernalia de vestimentas, báculos y mitras, peatón de la vida, vivió a fondo la austeridad y la pobreza. Alberto Iniesta fue delante o en medio del pueblo cristiano, trató a todos con cercanía y cariño y arriesgó su salud y su vida a manos de las autoridades políticas del país y las religiosas del Vaticano.
Un grupo de cristianos, influidos por su testimonio y trabajo pastoral, hemos querido recordarle y darle homenaje, con motivo de su muerte ocurrida en el año 2016 y del aniversario del acto final de la Asamblea de Vallecas.
Aquél acto final de la asamblea en el que se iban a proclamar las conclusiones de la misma fue impedido por la policía del régimen franquista, que no pudo prohibir el trabajo previo de doscientos grupos de cristianos de la vicaría de la que Alberto era el animador solícito. Ese trabajo de más de un año está publicado en la revista Pastoral Misionera de mayo de 1975.
En el encuentro conmemorativo de tal evento nos reunimos trescientas personas para agradecer a Alberto su testimonio de discípulo de Jesús, su trabajo y ayuda de pastor para poder pasar, apoyados en el espíritu que dimana del Concilio Vaticano II, del nacional-catolicismo -un catolicismo autoritario de formas y exterioridades sociales- a un cristianismo de profundidad, de compromiso con la transformación de la sociedad y de reconocimiento de la dignidad y derechos de las personas. Pasar, en definitiva, de ser “creyente religioso” a ser seguidor de Jesús, con todas las consecuencias, inseguridades y riesgos, como nos explicó José María Castillo en su bella reflexión de la tarde.
En el trabajo de la mañana, en las palabras de los asistentes y, a través de ellos, de los que no pudieron asistir, escuchamos el testimonio de cómo aquella Asamblea transformó sus vidas de creyentes más o menos rutinarios a cristianos comprometidos con la liberación del pueblo. Y también lo que supuso este acontecimiento de gracia para sus vidas, para las comunidades de Vallecas y para la diócesis de Madrid.
Ahora vivimos otro momento, de transformaciones sociales fruto de la democracia, la posmodernidad o la revolución tecnológica. Pero hoy, como hace 40 años, qué necesaria y urgente parece para la actual Iglesia de Madrid ese proceso puesto en marcha en aquella Asamblea de Vallecas.
Necesidad y urgencia para actualizar su misión pastoral, para reflexionar sobre las nuevas realidades sociales y los nuevos retos eclesiales: la corresponsabilidad, la incorporación de la mujer al ministerio, la respuesta desde el Evangelio a la desigualdad, el cuidado del medioambiente, la indiferencia hacia los más vulnerables… Una puesta al día de la comunidad eclesial hoy como ayer exigida de renovación y reforma. Y en este proyecto la Asamblea de Madrid podría ser referencia y modelo.
Yo, que conviví con Alberto cuatro años en el día a día de la casa, quiero dar también testimonio de su enorme pasión por entrar en todos los “fregados”: desde el fregado de la vajilla y limpieza de la casa hasta los de la lucha por la justicia, la dignidad y la cultura. Nada humano le fue ajeno.
Muchos se ayudaron con su presencia, se fortalecieron con su fortaleza y conservan la memoria de su paso por la Iglesia de Vallecas, de Madrid y de España, como un tesoro de gracia del Dios vivo.
El día 25 de marzo quisimos recordarle, rescatar lo más valioso de su actuación y reconocerle como profeta. «¿En dónde están los profetas…?», se preguntaba el cantautor, «en las ciudades, en los campos, entre nosotros están… en nuestros barrios…”.
Lástima no poder ensalzar a la gente, sin meter caña a alguien.