Canonización popular

Antes muchas niñas querían ser santas

Hace tiempo que me pregunto qué es eso de ser santo. Mi madre contaba que ella, de pequeña, siempre proclamaba que de mayor quería ser santa. Y santa es, como bien decía un compañero de mi comunidad de base hace muchos años: «todas las madres son santas y pesadas».

Pero a lo que voy, que lo de ser santo en realidad es relativo. Para mí quizá les definirían dos rasgos, por simplificar:

 Personas cuya vida es un ejemplo de Evangelio llevado a la práctica.

 Personas que sabemos con seguridad que «están en cielo», al lado de Dios tras haber muerto (porque ya estaban a su lado en vida).

Todos los santos en el cielo

Si esto a mi humilde entender es así, seguro que hay más santos que aquellos a quienes proclama la Iglesia como tales. Es un hecho. Gente anónima sin nadie detrás que apoye sus causas de beatificación, gente seglar, gente incluso no cristiana, vecinas del quinto, misioneros en una aldea perdida de África, padres, madres… En realidad todos sabemos quienes son santos en nuestro entorno.

Según me explicó una vez mi profesor de sociología José Castillo Castillo, la Iglesia apenas ha canonizado a unas 2.500 personas. En la historia de la humanidad, sin duda, han sido muchos y muchas más las que han llevado una vida santa.

A esto dedicamos el tema de portada del número de mayo, así que no me extenderé mucho.

Sin embargo, en estos días oiremos hablar mucho de beatificaciones (de hecho solo oiremos hablar de eso, de bodas reales y de fútbol). El sábado se celebra la beatificación súbita de Juan Pablo II y ya se escribirán muchas líneas elogiando su pontificado. No tantas quizá criticándolo, recordando su férrea moral sexual, su papel en el retroceso del Concilio Vaticano II, su falta de voluntad para revisar la democratización de la Iglesia y el papel de la mujer, su ocultación de casos de pederastia… No sé si está seguro en el cielo, supongo que eso solo lo sabe Dios y el propio Karol Wojty?a. Tampoco sé si para alguien su vida fue un ejemplo. Para mí no mucho, entre otras cosas porque, aunque quisiera, no puedo llegar a ser Papa.

Pastor y mártir nuestro

Frente a esto, me ha llegado una iniciativa de Somos Iglesia en Alemania, que propone que este domingo 1 de mayo el Pueblo de Dios beatifique a Monseñor Romero. En los orígenes del cristianismo, los santos eran así, proclamados por la gente, que sabía de sus virtudes y admiraba su camino de vida. Sin procedimientos burocrático-canónicos y sin demostraciones de milagros (que, por otra parte, a Romero no le harían falta porque el martirio es causa suficiente de beatificación).

Tal y como lo explica Somos Iglesia: «La beatificación de San Oscar Romero por el pueblo no es una arrogación. Sabemos que solo Dios mira al corazón de un ser humano y nosotros solo podemos ver en forma parcial con los ojos de Dios». Es una invitación, por tanto, a pensar y sentir a Romero como santo en nuestros corazones, como ejemplo que nos impulsa a vivir según el Evangelio y a entregarnos a aquellas personas que más sufren en nuestro mundo.

Puede tomarse como una «contra-beatificación», tal vez, pero es la única manera que tenemos de expresar quiénes son (¿también?) las santas y santos del pueblo.

Cristina Ruiz Fernández
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