¿Se imaginan ustedes a Jesús, el maestro carpintero de Nazaret, diciendo a los apóstoles: «La semana que viene subiremos a Jerusalén y celebraremos la última cena -los apóstoles se miraron extrañados-; como eso es algo muy importante, no deben venir vestidos de cualquier modo. Búsquense un traje de fiesta, porque es la primera última cena a la que asisten”.
Los apóstoles se reunieron con las mujeres que les acompañaban para preparar esa primera última cena. Como la mayor parte eran pescadores plantearon la solución: “Nosotros -dijo Pedro- podemos ir vestidos de marineros del puerto de Cafarnaúm”. Les pareció bien la idea a los demás, aunque Mateo iba a proponer, como hombre de negocios, vestirse de presidente del Banco de Jerusalén, pero era muy caro. Las mujeres pensaron: «Y nosotras ¿cómo nos vestiremos?” A María Magdalena se le ocurrió una idea bíblica: “Nos podríamos vestir de reina de Saba, aunque el traje es un poco caro”. «Bueno -dijo María la de Cleofás- pero yo soy costurera y alguna de ustedes también, porque la Magdalena es vendedora de pescado…» “Pero puedo ayudar, también coso cosas en casa.» Y se arreglaron para ir de marineros ellos y de reinas de Saba, ellas para preparar una digna última cena.
Los historiadores y exégetas no están de acuerdo si eso fue así, sólo saben por San Juan que el Maestro tuvo que lavarles los pies “porque había llovido en Jerusalén y no habían llevado sandalias adecuadas”.
Pasaron los años y para los seguidores de Jesús la cena del Señor se había convertido en santa misa y comunión. Esa primera comunión se solemniza con los niños y niñas vestidos de almirantes de marina ellos y de princesas ellas. Pero no siempre es así. Resulta que los exégetas, personas muy críticas, han descubierto que los apóstoles y Jesús, que iban de Galilea a Jerusalén, sintieron que por las calles de la capital se oía a la gente conversando en grupos acerca de que el sanedrín estaba harto de ese Jesús y su gente. Ante la situación peligrosa, para esa cena pascual buscaron la casa de un amigo donde reunirse a escondidas. Las Marías de Cleofás, Magdalena… prepararon el cordero, las hierbas amargas, el vino y el pan y mandaron un mensaje a la madre de Jesús para que se quedase en Nazaret; que en la capital estaba la cosa turbia… Ya saben lo que sucedió aquella noche después de la cena. Entonces comprendieron los apóstoles por qué la tensión de la última cena y por qué la última frase de Jesús: “Haced esto en memoria mía”. ¡Memoria suya!
Resulta que, con el paso del tiempo, los seguidores de Jesús, crucificado, enterrado y resucitado… comprendieron lo que les había dicho: que hicieran aquello en memoria de Él. Así hicieron cuando ya no estaba con ellos: se reunían el primer día de la semana a cenar en torno a una mesa, en cualquiera de las casas de barrios marginales, porque después de matar a Jesús también empezaron a detener y matar a sus seguidores. Sin embargo, viendo la autoridad romana que, aunque les echaran a los leones, los amigos de aquel galileo seguían fieles a su fe, un emperador llamado Constantino, astuto, usó la técnica del liberalismo capitalista para los cristianos libres y ricos regalándoles basílicas y puestos honoríficos para que le hicieran caso.
Así, la cena del Señor o fracción del pan se fue convirtiendo poco a poco en ceremonias dirigidas por un sacerdote sin mesa, con un altar (alto y lejos) y los cristianos a cinco metros del altar no entendían bien lo que el celebrante hacía. Todo eso en recuerdo de la ÚLTIMA CENA.
A estas alturas de la historia me van a preguntar ¿dónde está el Goliat del cuento en este asunto? Sospecharán que Goliat está en el emperador Constantino y en todos los emperadores y manipuladores que han atacado la fe, no con lanzas, espadas y corazas sino con la astucia de transformar la fe en Jesús y su evangelio en ritos y ceremonias distintos a lo que decía el nazareno. La última cena la han convertido en primera comunión, con los niños vestidos de almirantes de marina y las niñas de princesas. Lo último que queda de aquella última cena es eso de «tomad y comed» sólo que con unos redondelitos blancos que hace falta mucha fe para saber que eso es pan.
Bueno -me dirán– hace falta ahora que aparezca el David que le tire las piedras al astuto Goliat. Ahí vamos. Entre los cristianos y cristianas de los últimos siglos han aparecido personas como doña Magdalena, esposa de don David y mamá de Davidín. Estas personas forman parte de lo que se llamacomunidad de base, que no son de altura. Cuando Davidín llegó a casa hablando de hacer la primera comunión le preguntaron si no sería mejor hacer la última cena. El chaval se quedó con los ojos en blanco. Luego le preguntaron: “¿Qué prefieres hacer la primera comunión o ir al pueblo de los abuelos y dejar la primera comunión para los 15 años? Eso de la comunión es algo muy serio” Pero todos los compañeros de la parroquia -contestó- a los 10 años la hacen…” “¿Sólo es por eso…?”
El pueblo de los abuelos, una aldea de montaña, era muy apetitoso. Davidín se convenció, espero, a ser David y se lo pasó pipa en el pueblo de los abuelos. En esos cinco años le pusieron en contacto con el movimiento juvenil de la parroquia y la gente de la HOAC le explicó, entre otras cosas, lo que era comunión: que no era comer esa cosita redonda y blanca sino saber partir el pan y compartir muchas más cosas de su vida. Y que para eso no hacía falta vestirse de almirante de la armada. Aquellos cinco años fueron para David y su familia cinco pedradas a la cabeza de Don Goliat cristiano-consumista.
Por ejemplo, la última cena de Jesús y sus amigos se ha cambiado con gente seguidora de Jesús que platica con su hijo: “Oye David ¿es verdad que quieres hacer la primera mentira?” “¿La qué?”
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