El discapacitado

Me subo por primera vez en un tren IRYO, nombre que, poniendo el acento en la primera sílaba, me sonaba a iris, irisación y otras palabras armoniosas y elegantes. Sólo a mitad de trayecto me di cuenta de que se podía leer de otra manera: IR-YO, y que ponía de relieve mi condición de yo-usuaria, algo mucho más acorde con los tiempos que vivimos: acentuaba mi papel de protagonista del viaje y me invitaba a leer: Soy YO la que viajo y estoy-en-posesión-de derechos-y-merezco-todo-tipo-de-atenciones-porque-los-he-pagado. Y porque yo lo valgo. Punto pelota. Por si fuera poco, un gran letrero me anunciaba sustanciosos descuentos si me alojaba en el hotel ONLY YOU, sólo para clientes de mi categoría, expertos en transformar el ONLY YOU en ONLY ME

Después de estos momentos de orgía egótica, llegó el descalabro: el viaje coincidía con la semana de Pascua y me acordé intempestivamente de los insultos que, según el relato de la Pasión, escuchó Jesús en la cruz: “A otros ha salvado y a sí mismo no puede salvarse” (Mt 27,42). El comentario dejó de pronto de parecerme un agravio y pensé que, en realidad, estaba acertando de lleno al describir un rasgo inconfundible del ADN de Jesús y clavar junto al letrero “EL REY DE LOS JUDÍOS”, este otro calificativo: “EL DISCAPACITADO”.

Suena muy fuerte, pero no es la primera vez que un evangelista nombra algún tipo de incapacidad suya, no hay más que recordar lo que le pasó en su propio pueblo, cuando sus paisanos reaccionaron con escepticismo al escucharle en su sinagoga: “¿De dónde le viene a este todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿Y esos poderes que salen de sus manos? (…) Y no pudo hacer allí ningún milagro” (Mc 6,1-6). Le invitaron a marcharse porque lo ya sabido impedía lo nuevo y lo acostumbrado paralizaba lo inédito. Se resistieron a que hablara de otros parentescos, otro Dios, otra familia, otro horizonte y eso le incapacitó a él para actuar.

Pero la dis-capacidad que le reconocen en el calvario es de otra clase y descubre algo que resultaba evidente en él: estaba desprovisto de ese mecanismo innato de autoprotección que los humanos traemos “de fábrica”, de esas ventosas que nos aferran a nuestros intereses y a la búsqueda de nosotros mismos. Él parecía carecer del instinto de apropiación que nos empuja a anteponer lo propio a lo ajeno y a colocar el egoen el lugar preferencial: caro oblita sui, un ser humano desinteresado de sí mismo, decía San Ireneo allá por el siglo II.

Todo esto explica, en gran parte, nuestra torpeza para entenderle y por qué caminamos por la vida con un paso tan desacompasado del suyo. Los de Emaús escucharon el diagnóstico del caminante que se les había acercado: eran lentos y torpes de corazón, y sus coronarias, atrofiadas por un egosterol persistente, derivaban en embotamiento mental.  Después de mostrarles el ecocardiograma, el desconocido cambió de táctica para que no se hundieran en la miseria de sus ruindades y narcisismos: les invitó a mirar fuera de ellos mismos, a recordar con él la Escritura y a descubrir cómo en los relatos más antiguos iba emergiendo el perfil misterioso de alguien que vivía del lado del amor y que sólo dejaba fluir por sus arterias palabras como padre, pan, amigos, perdón….

 Se sentaron a cenar en la posada y, cuando le reconocieron, una alegría espaciosa les ensanchó el corazón y echaron a correr. Más les valía porque les quedaba – como a nosotros- mucho camino por recorrer si querían aprender algo de las dis-capacidades del Maestro…  

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5 comentarios en «El discapacitado»

  1. Desde hace más de 20 años conocí algunos escritos de Dolores A. Y me gustan muchísimo. Conservo en mis manos el libro «las puertas de la Tarde» que me encanta leerlo y releerlo… me ayuda ahora más cuando estoy a las puertas de mis 70. Gracias Dolores por ayudarme a envejecer conesplendor.

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