La risa en la Iglesia

La risa es una cosa seria. Como acaso los lectores recuerden, en la novela de Umberto Ecco El nombre de la rosa se describe un debate entre el bibliotecario ciego de la abadía Jorge de Burgos y Guillermo de Baskerville, a propósito de la risa. El primero la define como un viento diabólico y arguye que en el Nuevo Testamento nunca se dice que Jesús riese.

No es de esto sin embargo de lo que quiero tratar sino de la falta de la risa en las celebraciones católicas. Y eso a pesar de que el catolicismo tiene una larga tradición de humor.

Por ejemplo, en Alemania y Suiza el carnaval se celebra en las ciudades católicas pero no en las protestantes.

Por ejemplo, siempre se ha hecho notar que la merry England terminó con el anglicanismo. Desde entonces todos los humoristas han sido católicos o irlandeses:  Oscar Wilde, Bernard Shaw, Chesterton, Evelyn Vaugh, Anthony Burgess.

Por ejemplo, el 14 de enero, especialmente en Francia, se celebraba en la Alta Edad Media la fiesta del asno para homenajear al que llevó a la Sagrada Familia a Egipto. Se llevaba al templo a una joven con un niño montado en un asno, que permanecía junto al altar, asistía al sermón y la congregación “rebuznaba” las contestaciones al falso oficiante.

Es verdad que yo he podido vivir ejemplos católicos de falta de humor. Cuando dirigía Cuadernos de Oración recibimos un largo artículo de Olegario González de Cardedal sobre la religiosidad de Unamuno, con numerosas notas a pie de página. Se le llamó desde la redacción para decirle que en adelante sus artículos fueran más breves y sin aparato crítico. Poco después se recibió una llamada en la editorial: “Unos amigos me dicen que mi estilo no va con su revista. Por tanto ya no voy a colaborar más. Y devuélvanme una oración que les mandé hace tiempo”. A mí me sonó aquello de “devuélveme el rosario de mi madre…”. No le devolvimos nada.

Cuando ya era director de Alandar publicamos un folleto con diversos credos, recolectados aquí y allá. Al poco se recibió una carta autógrafa de Víctor Manuel Arbeloa, cura y poeta navarro, diciendo que uno de los credos, atribuido a Lanza del Vasto, era suyo. Le contesté disculpándome, alegando que lo había sacado de una revista y no tenía razón para dudar de la atribución pero que, en todo caso, al tratarse de credos, lo importante era que se leyesen y se rezasen. Me volvió a escribir: “Como veo que no lo ha entendido, le escribo ahora a máquina. Ese credo era mío”. Ya no le hice más caso.

Claro que hay ejemplos contrarios. Ángel Sagarmínaga, hombre muy activo y muy pintoresco, fue durante décadas director de las Obras Misionales. Amigo de muchos obispos terminaba sus cartas de este modo: Beso tu pastoral anillo (y no es diminutivo) Ángel.

Otro ejemplo: estudiando yo en Innsbruck había dos seminaristas mexicanos a los que fue a visitar so obispo, de nombre Escalante. Les llevó de regalo un libro pero no de oraciones ni de charlas piadosas, no. Era un libro de chistes más o menos verdes (como entonces se decía), de dibujos equívocos, de frases con un sentido picaresco. Todavía guardo en la memoria una quintilla que no me atrevo a reproducir en una revista seria como Alandar pero que puedo enviar a quien me lo pida.

Pero a lo que íbamos. Hasta hace bastante poco en la iglesia “no se hablaba” y mucho menos se podía reír. Ahora parece que se ha abierto la veda de lo primero: la seriedad y la adustez siguen siendo patrimonio de la liturgia católica.

Situados a medio camino entre Dios y los hombres a ningún celebrante se le ocurre traer una chanza, lanzar una ironía, contar una anécdota. Con Dios no se pueden gastar bromas.

¿Y por parte de los fieles? Ellos no pueden sino cumplir con su encomienda de oír y callar.

Hace unos años falleció Santiago García Díez, un cura madrileño que tenía siempre ocurrencias divertidas. Decía por ejemplo: “Mi madre tiene la misma edad que el Papa, pero no se me ocurre sacarla al balcón. ¡Qué cosas diría mi madre!”. Y sobre los fieles afirmaba: “La gente en misa no atiende. Está callada y hace lo que le toca hacer. Por ejemplo, si un día un cura dijese: tomó el pan lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: Pisa, morena, pisa con garbo, la gente agacharía la cabeza sin pestañear”. Sin llegar a tanto, es verdad que a veces predicando he sentido cierto desasosiego  al ver tantas caras serias y me he sentido obligado a romper un poco ese clima, a hacer una broma. Creo que siempre me lo han agradecido, como los lectores de Alandar agradecemos el humor que Dolores Alexandre intercala en sus artículos.

Pero dicho esto: ¿se puede esperar que cambien los tiempos? Desde Pío XII con su cara inmutable a Juan XXIII, que hacía bromas de cuando en cuando, el avance fue tremendo. Pero Francisco es sin duda el primer papa que se ríe. Y no sólo eso: a veces hasta cuenta chistes. Es verdad que no son muy buenos. Pero por algo se empieza.

Autoría

  • Carlos F. Barberá

    Nací el año antes de la guerra y en esta larga vida he tenido mucha suerte y hecho muchas cosas. He sido párroco, laborterapeuta, traductor, director de revistas, autor de libros, presidente de una ONG, dibujante de cómics, pintor a ratos... Todo a pequeña escala: parroquias pequeñas, revistas pequeñas, libros pequeños, cómics pequeños, cuadros pequeños, una ONG pequeña... He oído que de los pequeños es el reino de los cielos. Como resumen y copiando a Eugenio d'Ors: Mucho me será perdonado porque me he divertido mucho.

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1 comentario en «La risa en la Iglesia»

  1. Esto me recuerda lo que decía Bernardo, el cura que estuvo un tiempo en La Elipa y después en S. Estanislao: «¿Para que vamos a ser desgraciados pudiendo ser felices?. Interesa dejar de lado la risa porque si uno es dichoso y no piensa en las penas del infierno y todo lo demás, se corre el riesgo de que pierda el miedo y no se someta fácilmente por si le castigan.

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