A finales de 2015 los medios se llenaban de anuncios de juguetes, polvorones y opiniones sobre el bloqueo en la formación de gobierno en España con tintes de repetición electoral (perdón por el déjà vu). Sin embargo, una noticia diferente se colaba en los titulares. En la cumbre del clima de París (COP21) se había alcanzado un acuerdo mundial (195 países), sin precedentes y tremendamente ambicioso.
por Eloy Sanz, revisor del IPCC (@elmanyana), y Miguel Ángel Vázquez (@MAVazquez22)
Se denominó sin muchas florituras Acuerdo de París. Para entender su importancia basta saber que desde 1992 ya había consenso en “estabilizar la concentración atmosférica de CO2 para evitar una interferencia humana peligrosa en el clima”. Sin embargo, no se concretó en qué consistiría una “interferencia peligrosa” y fueron necesarios 20 años de negociaciones para alcanzar un acuerdo de todos los países en esta definición. Y eso se logró en el Acuerdo de París, lo que explica por qué había tantos políticos sonrientes en la foto sin estar en campaña electoral. El Secretario General de la ONU, António Guterres, dijo: “Somos la primera generación que entiende el cambio climático y la última que puede hacer algo al respecto.”
Ya se nota el efecto sobre el planeta del CO2 y de otros gases sin tanta fama (que se suelen expresar como CO2 equivalente). Es lo que denominamos cambio climático. Lo podríamos comparar con una enfermedad que hemos causado a nuestro planeta y que presenta muchos síntomas. Uno de ellos es el calentamiento global, es decir, un aumento de las temperaturas medias del planeta. A día de hoy, y aunque tu cuñado no esté de acuerdo, este efecto es claro.
Por este motivo, en el Acuerdo de París se tomó como referencia qué aumento de temperatura nos podemos permitir causar en el planeta. En concreto, se indicó que se debía mantener el calentamiento global por debajo de los 2ºC y además, hacer todos los esfuerzos posibles para limitar ese aumento a 1,5ºC. Esta última cifra fue una gran sorpresa para casi todos, puesto que el aumento que ya hemos causado es de 1ºC. Sin embargo, la alegría por lo ambicioso del acuerdo se topó con un problema: se habían investigado en detalle los efectos de aumentar la temperatura entre 2 y 4ºC, pero no había muchos estudios que compararan los efectos de un calentamiento global de 1,5ºC frente a 2ºC. La solución fue sencilla, encargar al Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) un informe especial sobre los efectos de un Calentamiento Global de 1,5ºC y posibles rutas que evitarían superar este umbral.
El IPCC es una organización fundada por la ONU de la cual forman parte 195 países. Su misión principal consiste en informar sobre las bases científicas del cambio climático, su impacto y riesgos, así como las opciones disponibles para adaptarnos a él o mitigarlo (atenuarlo con otras acciones). Para ello, el IPCC no lleva a cabo ninguna investigación, sino que recopila la realizada por los científicos de todo el mundo. Por tanto, se tienen en cuenta todos los resultados y se concluye, por ejemplo, que un 97% de los estudios existentes afirman que el cambio climático existe y está causado por el ser humano. Los científicos que participan en estos informes (coordinadores, autores y revisores) lo hacen de manera voluntaria y son escogidos por los países miembros o por los diferentes grupos de trabajo.
Cada acción cuenta
En el caso que nos ocupa, el IPCC generó un informe especial en 2018, denominado Calentamiento global de 1,5 °C. La tarea fue titánica: 224 autores revisaron más de 6.000 artículos científicos y 42.000 comentarios de revisores expertos. La conclusión más importante es que los efectos de un aumento de la temperatura global de 2ºC serían de mayor magnitud que si se restringe a 1,5ºC, es decir, que cada acción cuenta. Además, se detallan los impactos de cada escenario. Incluso en el mejor caso (aumentar solo 1,5ºC la temperatura global), tendremos que hacer frente al aumento de olas de calor en la mayoría de las regiones habitadas, con más fenómenos extremos pero desiguales (sequías en unas zonas e inundaciones en otras), escasez de agua potable, problemas de seguridad alimenticia y crecimiento económico, etc. El efecto para los ecosistemas también será importante, con una elevada pérdida de biodiversidad y extinción de especies, pérdida de los arrecifes de coral, aumento del nivel del mar…
Para evitar los peores pronósticos, se deben reducir las emisiones de CO2 mundiales en un 45 % para el año 2030 y en un 100 % para 2050. En este punto debemos detenernos para comentar que posiblemente de estos datos hayan salido los titulares del estilo “Nos quedan 11 años para salvar el planeta”. Sin embargo, la fecha de 2030 se tomó arbitrariamente y de igual manera se podía haber establecido un objetivo para cualquier otro año. La clave, no obstante, es eliminar por completo las emisiones de CO2 alrededor de 2050 (en concreto, entre 2045 y 2055). Aunque ya habrá quedado claro con estas matizaciones, hay que recordar que en ciencia no hay números mágicos. Todas estas cifras tienen márgenes de error. Ni un aumento de 1,4999ºC sería maravilloso, ni otro de 1,5001ºC sería catastróficamente peor.
Cómo esquivar el colapso
Y bien, ¿qué hay que hacer para no superar los temidos 1,5ºC? El IPCC también responde a esta pregunta, aunque no lo hace de manera sencilla. Se describen varios escenarios probables con diferentes suposiciones en cuanto a consumo de energía, crecimiento económico, etc. En todos ellos es común la necesidad de tomar medidas drásticas y de mucho mayor calado que lo que se ha hecho hasta ahora. Y es preciso hacer cambios rápidos en el empleo de combustibles fósiles, generación de electricidad limpia, usos de la tierra y del transporte, alimentación, consumo, etc.
Pero si las consecuencias del cambio climático son alarmantes, todavía lo es más saber que estamos muy lejos de evitar un calentamiento global que supere ampliamente los 1,5 ºC. Pese a ello, pocos ciudadanos o gobiernos parecen realmente concienciados con este tema. En palabras de Robert Swan, “La mayor amenaza contra nuestro planeta es creer que otros lo salvarán”.

Huelga mundial por el clima
Ante esta circunstancia, colectivos y organizaciones de todo el planeta han decidido pasar a la acción coordinada en vez de esperar a unas decisiones de los gobiernos que no llegan. Tras el éxito de las movilizaciones por el clima que bajo el lema ‘Fridays for Future’ miles de jóvenes han realizado en distintas ciudades del mundo desde hace un año, ahora se da un paso más y se convoca a una protesta global. La fecha elegida es el próximo 27 de septiembre, aunque a lo largo de toda esa semana habrá distintas convocatorias para visibilizar este reto ineludible de la humanidad. El formato elegido para la protesta es el de una huelga estudiantil, de consumo y diversos paros en los centros de trabajo.
Figuras como la adolescente Greta Thunberg, la cual acaba de viajar hasta Nueva York a bordo del velero ecológico Malizia para asistir a la cumbre de la ONU, impulsan un movimiento que aporta alguna esperanza a las cifras del IPCC. En nuestro país, a los jóvenes de ‘Fridays for Future/Juventud por el Clima’ se les han sumado 100 organizaciones más convocando a la huelga a través de este manifiesto:
Manifiesto 27 de septiembre: Huelga Mundial por el Clima

(…) Estamos al borde de un punto de no retorno frente al cambio climático.
Una crisis climática que es consecuencia de un modelo de producción y consumo que ha demostrado ser inapropiado para satisfacer las necesidades de muchas personas, que pone en riesgo nuestra supervivencia e impacta de manera injusta especialmente a las poblaciones más pobres y vulnerables del mundo. No responder con suficiente rapidez y contundencia a la emergencia ecológica y civilizatoria supondría la muerte de millones de personas, además de la extinción irreemplazable de especies imprescindibles para la vida en la Tierra, dadas las complejas interrelaciones ecosistémicas.
La contundencia de los datos señala cómo las regiones mediterráneas son de las más vulnerables al cambio climático, de forma que no limitar la temperatura global en 1,5 ºC será una factura demasiado cara para las generaciones presentes y futuras. La responsabilidad de las instituciones europeas y el Gobierno español, así como los gobiernos de las distintas comunidades autónomas y ayuntamientos coordinados con todos los grupos políticos, es estar a la altura de las necesidades que exige el momento.
Las organizaciones firmantes piden que en la nueva etapa política se declare, de manera inmediata, la emergencia climática y se tomen las medidas concretas necesarias para reducir rápidamente a cero neto las emisiones de gases de efecto invernadero, en línea con lo establecido por la ciencia y bajo criterios de justicia climática. Evitar que la temperatura global se eleve por encima de 1,5 °C debe ser una prioridad de la humanidad. Es necesario reducir con carácter urgente las emisiones de CO2eq (equivalente de CO2), reajustando la huella ecológica a la biocapacidad del planeta.
Lograr estos objetivos requiere necesariamente de:
Verdad. Asumir la urgencia de la situación actual admitiendo el diagnóstico, indicaciones y sendas de reducción reflejadas en el último informe sobre 1,5ºC avalado por la comunidad científica. Reconocer la brecha de carbono existente entre los compromisos españoles y las indicaciones científicas. Los medios de comunicación tienen un papel fundamental para transmitir esa realidad.
Compromiso. Declarar la emergencia climática a través de asumir compromisos políticos reales y vinculantes, mucho más ambiciosos que los actuales, con la consiguiente asignación de recursos para hacer frente a esta crisis. Garantizar reducciones de gases de efecto invernadero en línea con el Informe del IPCC para no superar un aumento de temperatura global de 1,5ºC, que establece una senda de reducción de emisiones global entre el 40 y el 60% para 2030 respecto a 2010. Además, es imprescindible detener la pérdida de la biodiversidad para evitar un colapso de todos los sistemas naturales, incluido el humano.
Acción. Abandonar los combustibles fósiles, apostar por una energía 100 % renovable y reducir de manera urgente y prioritaria a cero las emisiones netas de carbono lo antes posible. Demandamos que los gobiernos analicen cómo lograr este objetivo y propongan los planes de actuación necesarios: frenen nuevas infraestructuras fósiles (centrales, exploraciones, grandes puertos, etc.); reducción de los niveles de consumo de materiales, energía y de las necesidades de movilidad; cambio de modelo energético sin falsas soluciones como la energía nuclear; reorganización del sistema de producción; educación, además de otras medidas contundentes. Todo esto debe quedar reflejado en la Ley de Cambio Climático y Transición Energética y en el Plan Nacional Integrado de Clima y Energía.
Solidaridad. El deterioro ambiental de las condiciones de vida se sufre de forma desigual en función de la clase social, el sexo, la procedencia, o las capacidades. Defendemos que la transición ha de enfrentar estas jerarquías y defender y reconocer de forma especial a la población más vulnerable.
(…)
Los colectivos más desfavorecidos no pueden empeorar su situación, por lo que la transición se tiene que realizar con justicia social. En el caso de los territorios y trabajadores y trabajadoras afectados es preciso adoptar medidas para asegurar empleos alternativos en sectores sostenibles, afrontar la crisis energética, reducción de la jornada laboral, un mejor reparto del empleo y el desarrollo de otros mecanismos en torno a la Transición Justa que deben lograr que no se deje a nadie atrás.
Democracia. La justicia y la democracia deben ser pilares fundamentales de todas las medidas que se apliquen, por lo que han de crearse los mecanismos adecuados de participación y control por parte de la ciudadanía para abordar las cuestiones sociales difíciles y para formar parte activa de la solución mediante la democratización de los sistemas energéticos, alimentarios, de transporte, etc. En estos procesos se debe garantizar la igualdad de género en la toma de decisiones.
(…)
Los países empobrecidos son los menos responsables de la degradación planetaria. Sin embargo, son a su vez los países más vulnerables a las consecuencias de esta ruptura de los límites. Los países más enriquecidos son quienes acumulan una mayor deuda ambiental, por ello y atendiendo a los criterios de justicia climática, deberán ser países como los europeos los que deban adquirir unos compromisos mayores. Se hace necesario revertir el hecho de que el 20 % de la población mundial absorbe el 80 % de los recursos naturales.
En defensa del futuro, de un planeta vivo y de un mundo justo, las personas y colectivos firmantes nos sumamos a la convocatoria internacional de Huelga mundial por el clima, una movilización que será huelga estudiantil, huelga de consumo, movilizaciones en los centros de trabajo y en las calles, cierres en apoyo de la lucha climática… e invitamos a la ciudadanía y al resto de actores sociales, ambientales y sindicales a secundar esta convocatoria y a sumarse a las distintas movilizaciones que sucederán el 27 de septiembre.
Querido hermano Eloy, la paz del Señor sea usted:
Su publicación es loable y sinceramente le agradezco la misma, si bien el título me ha llevado a suponer que en él iba a hallar propuestas concretas para frenar el «planicidio climático». Pienso que los ciudadanos tenemos más poder del que creen para mitigar y encauzar el «planicidio climático». Una de las principales y de la cual apenas se habla porque no conviene es la reducción a niveles mínimos o absolutos del consumo de alimentos de origen animal, tales como carne, huevos, lácteos y pescados. El consumo de los mismos genera una huella ecológica mucho mayor que el uso de combustibles fósiles. Hoy sabemos, merced a una gran cantidad de estudios médicos, que es posible alimentarse de una dieta basada en plantas integrales (cereales, legumbres, verduras, frutas, frutos secos, semillas) junto con algunos suplementos como la vitamina B12, los baños de sol, etc. Pero no es que sea posible hacerlo, es que es beneficioso para la salud del planeta y la nuestra. Y, a pesar de ello, somos pocos los cristianos que adoptamos esta dieta. Respecto a la alimentación, podemos -obviamente- adoptar otros hábitos como el consumo de alimentos ecológicos, de cercanía y de temporada.
Asimismo, por amor a Dios y a nuestros hermanos y hermanas, deberíamos sabernos bienaventurados los pobres. Entendida la pobreza, no como una vida miserable, sino como una vida digna (alimentos, vestido, techo, servicios sanitarios, sociales y educativos y un ocio constructivo y amable con todos). Una pobreza que nos lleve a vivir con lo necesario -evitando adquirir objetos superfluos- y a compartir todo lo que tenemos.
Creo que la conversión ha de comenzar en el propio hogar y la propia persona.
Paz y bien,
A. G.
Querido J. Alberto:
Estoy de acuerdo contigo en que las acciones individuales son muy importantes. No solo conllevan una reducción de nuestro impacto, sino que también sirven de ejemplo a otros, nos conciencian más a nosotros mismos, etc. Estos efectos «indirectos» son tanto o más importantes que los otros.
Por otra parte, no hay que olvidar que el problema de las emisiones mundiales de CO2 (y muchos otros) se debe al sistema de producción y consumo en sí mismo. Estoy convencido de que nuestras acciones individuales deben incluir, sin duda, una crítica contundente a dicho sistema, así como favorecer (dentro de nuestras posibilidades) que ese cambio sea posible.
Un abrazo
Eloy