El pasado mes de junio Intermon Oxfam publicó un interesante y revelador estudio titulado “Una reconstrucción justa y necesaria es posible” en el que destacaba entre sus conclusiones como la pandemia podría arrastrar a la pobreza a 700.000 personas más en España y que además los más pobres podrían perder proporcionalmente ocho veces más renta que los ricos. Según los datos estimados, las 23 personas que tienen más de mil millones de euros en sus cuentas corrientes han visto aumentar el valor de su riqueza en 19.200 millones de euros en los 79 días transcurridos entre el 18 de marzo y el 4 de junio, una cifra que contrasta escandalosa e indignantemente con la de miles de familias que enfrentan un futuro más que complicado con el aumento del desempleo previsto (19%). Así las cosas, la desigualdad económica de los y las españolas aumentaría considerablemente según el índice de GINI, una medida que usamos los economistas para medir la desigualdad y que consiste en un número entre 0 y 1, en donde 0 sería la igualdad perfecta (todas las personas tienen la misma riqueza) y el 1 la desigualdad absoluta (una persona tiene toda la riqueza). Según el informe del que estamos hablando España estaría en un 0,342 cuando antes de la pandemia estaba en un 0,325. Por comparar: la zona Euro está actualmente alrededor del 0,307 (o sea, más igualitaria), Francia en el 0,293; Noruega aún mejor (0,250) y España estaría al nivel de países como Grecia, Vietnam, India o Rumanía. El coeficiente GINI mundial es de un 0,630. Ya lo dijo el considerado padre de los estudios sobre la desigualdad Thomas Piketty en su libro ‘El capital en el siglo XXI’: nunca como hasta ahora la riqueza ha estado más concentrada en el 1% de la población.

Pero todo esto, de alguna manera y lamentablemente, ya lo sabemos. Y una vez pasado el primer impacto del dato a menudo se nos olvida su crudeza. Por eso, más que describir una situación a mí me apetecía en esta columna de septiembre reflexionar un poco sobre el valor pedagógico que tiene la desigualdad. ¿Qué nos enseña? ¿Qué podemos aprender de ella?
Un primer aprendizaje que surge tiene que ver con la posición que cada uno/a ocupamos en la sociedad. Parafraseando de alguna manera a Durheim cuando hablaba de la solidaridad mecánica (que se da en sociedades igualitarias, primitivas, rurales) y solidaridad orgánica (que se ejerce cuando hay desigualdad y división del trabajo), se entiende que la desigualdad, en sociedades con cultura occidental, es muy útil cuando se quiere ejercer una ayuda de arriba abajo, del rico al pobre, una solidaridad orgánica que hacer perdurar esos estratos sociales. Quino, el genial dibujante argentino, nos lo enseñó muy bien en el personaje de Susanita: necesitamos que haya pobres porque si no los hubiera no podríamos ejercer nuestra caridad. Precisamos de la desigualdad que nos hace conscientes de nuestros privilegios y nos construye identidad. Nos damos cuenta de que somos ricos, privilegiados, superiores sólo porque existen los pobres, los oprimidos, los inferiores…. Pero también los pobres, los vulnerables, los nadies que decía el genial Galeano, se reconocen iguales en la desgracia y precisamente por no ser desiguales sino semejantes, por saber que el de al lado sufre por igual, es por lo que se ayudan, se apoyan y se sostienen entre sí.
La desigualdad nos enseña a poner las cosas en su sitio. Nos hace recordar que en el fondo polvo somos y al polvo volveremos y que en ese polvo todos seremos iguales. Que no importa cuánto dinero tengas, que lo importante está en las pequeñas cosas. En tiempos de confinamiento hemos aprendido que más allá de los dineros en una cuenta corriente, el haber podido tener una ventana soleada, una red de vecindad y de amigos/as que te preguntaban cómo estas, un empleo que te ha seguido pagando la nómina, un teléfono con conexión a internet que nos ha permitido hacer videollamadas a las personas que queremos… han sido cosas más o menos pequeñas y cotidianas que hemos aprendido a valorar y a darnos cuenta de su importancia frente a quienes no han podido acceder a ello.
Una desigualdad implica desequilibrio: se produce cuando los derechos, los deberes y los privilegios no se aplican de manera justa y como ha dicho el Papa Francisco, hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad entre los distintos pueblos y las personas será imposible hablar de paz. Así que aprendamos los mecanismos de esta desigualdad, conozcámosla, aprendamos de ella para así aprender mejor a erradicarla.
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