Resulta que el mismo día en el que me he sentado a escribir la Escalera de marzo (14 de febrero, San Valentín, que algo tendrá que ver con lo que os voy a contar) se ha publicado el segundo estudio realizado por la asociación Yo No Renuncio y el Club de Malasmadres con resultados bastante deprimentes: según este estudio -realizado a partir de 24.000 encuestas online a mayores de 21 años- el 58% de las mujeres profesionales renuncian a su carrera cuando son madres, frente tan solo un 6% de los hombres. Aún hay más: un 51% de las mujeres, aunque todavía no han tenido hijos, asumen que si los tuvieran deberían renunciar a su desarrollo profesional, mientras que tan solo el 11% de los hombres se plantea algo así.
En estos tiempos de capitalismo adicto a la velocidad y a los valores masculinos, necesitamos reivindicar más tiempo para la vida
Recuerdo cuando nacieron Martín, hace ahora once años y Miguel, nueve. No sé si la palabra adecuada es renunciar, pero es cierto que nuestras prioridades cambiaron. Como pareja e individualmente. Algo puedo contaros de lo que le supuso a Marta ser madre, pero sobre todo puedo contaros lo que a mí me supuso ser padre en este sentido de renuncia profesional. Lo primero fue que uno quiere estar en casa mucho más tiempo, compartiendo la vida, esa vida que ahora mismo incluye la lucha por los deberes, los conflictos con la ducha, la discusión sobre la cena y las peleas por la hora de irse a la cama. Si me quedara trabajando hasta tarde me perdería muchos conflictos, muchas malas caras, muchos enfados, ganaría posiblemente en proyección profesional, pero también me perdería muchos momentos de risa, de conversación, de juego y de aprendizaje de una convivencia familiar. Y no estoy dispuesto a ello. Trabajo, claro que trabajo. Y creo que bien. Pero no me paro en nimiedades ni tonterías y quiero volver a casa cuanto antes. Menos viajes, menos clases de Máster (que son las que supuestamente dan prestigio y dinero pero son por la tarde/noche), menos proyectos… La segunda renuncia, que no es renuncia sino cambio, fue sustituir militancia de reuniones de siete a nueve de la tarde por militancia en proyectos familiares compartidos que tienen que ver con nuestro tiempo de ocio, con el lugar donde vivimos y con la comida que comemos. Y para Marta supuso algo parecido. Cuando volvió a trabajar después de la baja maternal y un periodo de reciclaje profesional, ella también quería volver a casa cuanto antes. Y su carrera no solo no se ha resarcido, sino que ha mejorado y ahora trabaja en temas que la interesan y la hacen crecer como persona. Trabajaba por aquel entonces en un colectivo con fuerte presencia de personas de izquierda, de eso que hoy llamaríamos la izquierda más tradicional. Entre ellas, mujeres con fuerte tradición feminista, de lucha por los derechos de las mujeres, que habían renunciado conscientemente a ser madres por una vida de lucha y trabajo. Entiéndaseme el término renuncia a ser madres: algunas habían parido hijos, pero no eran ni su prioridad ni su pasión. Y se quejaban de que Marta quisiera estar con sus hijos y conmigo. No tanto porque trabajara menos (que no lo hacía) sino porque eso era renunciar a todo aquello por lo que ellas habían luchado. Como pasa con algunas ejecutivas de empresa (“mujeres alfa” las llaman). Mujeres que renuncian a su feminidad por seguir los valores del patriarcado, de lo masculino: el éxito, el dinero, el logro, el poder. Me viene a la cabeza una anécdota de una compañera de universidad que un día se extrañaba de que yo conociera el nombre de las madres de los compañeros y compañeras de mis hijos (“Claro”, contesté en aquella ocasión, “es que yo voy a recogerles a la salida del cole siempre que puedo”).
Hablando de cómo enfocar esta Escalera con Marta y Natalia, una amiga que acaba de ser madre y se sentía a veces rara por querer ir corriendo a casa a estar con su pareja y su bebé, hablábamos de la necesaria reivindicación de lo que, en palabras del filósofo Jorge Riechmann y en estos tiempos de capitalismo adicto a la velocidad y a los valores masculinos, más necesitamos reivindicar: tiempo para la vida. Mujeres y hombres debemos luchar por una sociedad que nos permita cuidar y cuidarnos. ¡Feliz 8 de marzo!