Querida Charo,
Acabo de releer La mecedora violeta del número de noviembre. Ya la primera vez, al leer tu artículo, me subieron las amarguras de la violencia y el terror desde muy adentro, donde las llevo creo que desde siempre agazapadas.
Pienso en todas las atrocidades que sufre la población civil en los países en guerra, sobre todo las mujeres y los niños, que son los que «se quedan». Y esto está ocurriendo ahora mismo, allí donde se mata, se viola, se destruye, se hiere… Y esta es una realidad que no se cuestiona, «efectos colaterales».
La brutal violencia contra las mujeres allí donde hay enfrentamientos por cuestiones de poder, de ambición, de soberbia, de dinero… Sufrido y «sufriente» género el nuestro, sufrido y machacado.
Cierto que hay voces que denuncian y manos que arañan parcelas de justicia, costosas batallas ganadas, arrancadas al patriarcado estigmatizado por una testosterona infestada de tantas maldades cometidas desde Atapuerca. Suscribo todas y cada una de las frases.
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