Leyendo el libro de Dios, por cualquier parte que lo abramos, uno recuerda dónde están sus preferencias; y siempre somos nosotros, los hombres y mujeres, los niños y niñas, los jóvenes… la Humanidad entera. Lo dice muy bien el libro de los Proverbios (8, 31) “regocijándome en el mundo, en su tierra y teniendo mis delicias con los hijos de los hombres”.
Y si uno insiste en saber más, enseguida descubre que son precisamente los hombres y mujeres en su condición de pobres, de excluidos, de víctimas, de sobrantes de la sociedad de los satisfechos, los que constituyen la delicias de Dios. Tanto que su Hijo se hizo uno de ellos y ellas y “no tenía donde reclinar su cabeza”. Fue excluido, sacrificado y muerto entre los malhechores después de una vida que anunciaba que el Reino de Dios se construía restaurando las vidas de los hombres y mujeres más débiles.
Y desde esa frase, desde esa profesión de identidad que hace Dios en los Proverbios, la Iglesia ha identificado a la Virgen como Virgen de las Delicias, de esas que acabamos de identificar: los hijos y las hijas que la sociedad ve como sobrantes. Las delicias de Dios, sus satisfacciones, las alegrías de su madre, la Virgen, no son las cosas “valiosas”, ni el templo, ni la suntuosidad del culto. “El culto que yo os pido es la conversión y el amor al huérfano, a la viuda…” nos repite continuamente.
Estoy fuera de Segovia y me llegan noticias de las inquietudes de la Iglesia por allí. Me entero de un robo en el santuario de nuestra patrona, la Virgen de la Fuencisla. Lo sentí y me dolió por lo que me decía de atropello a lo que es sagrado para la gente. Luego, a los pocos días, me entero de cómo ha sucedido, las circunstancias y quiénes son las personas implicadas en los hechos: dos jóvenes “colocados”, bajo los efectos de las drogas y las reacciones ante estas nuevas circunstancias. Y ya tengo otros sentimientos y me duelen otras cosas.
He rezado muchas veces a la Virgen de la Fuencisla y he cantado su himno, pero conozco también a los protagonistas del robo y sé que la Virgen ahora siente más el dolor de estos sus hijos y el de tantos y tantas que padecen situaciones de soledad, de marginación, de desaciertos (y que en medio de sus errores viven condiciones de dolor) que la pérdida o el deterioro de una corona de metal.
A la Virgen le dolían de verdad las espinas de las que le pusieron a su hijo y le duelen las que se clavan en tantos desfavorecidos de hoy. Me pregunto si la Iglesia de Segovia, en una situación de dolor social de estos momentos en España y en el mundo en general (paro, indignación por cómo marcha nuestra sociedad, el deterioro de los servicios básicos de nuestro derecho a la sanidad, la educación, la protección de los más dependientes…) se moviliza de forma más intensa a partir de esta experiencia que por las víctimas de esos demonios que son la droga, el paro, la soledad… Y pienso que nuestra Iglesia no puede enredarse en lo que para Jesús y la Virgen es tan superfluo, si no va acompañado de lo que hace verdadero nuestro culto. No podemos dejar de aprovechar esta oportunidad para acercarnos más a los que sufren la lacra de la droga y la carencia de trabajo y recursos para subsistir por sí mismos con dignidad.
Me gustaría que la voz de la Iglesia de Segovia (de la que me siento parte) y sus quejas y sus demandas encontrasen en este momento la oportunidad de volcarse en los excluidos de nuestra ciudad; y que junto al deterioro de la imagen de la Virgen de la Fuencisla descubramos la historia, el dolor y la soledad de tantos como estos muchachos que no supieron lo que hacían.
El obispo les expresó su perdón enseguida y prometió ir a verlos en la cárcel. Y en estos momentos perdonarlos nos compromete con ellos y con cuantos viven situaciones semejantes, o son hijos de historias parecidas. Ojalá la Iglesia de Segovia lleve su influencia a los responsables de la gestión de los bienes públicos y les exija más esfuerzos para vencer esas enfermedades y para prevenir tanta destrucción de las víctimas del paro, de la falta de perspectivas de futuro… y denuncie tantos recortes en gastos sociales que limitan más la vida de los más débiles.
Es hora de acompañar más a los que más sufren en estos momentos y reclamar a los que más tienen una solidaridad que, desde el Evangelio, no es una simple buena acción sino un deber de justicia. Enredarnos en arreglar coronas de metal y unirse las instituciones religiosas y sociales de forma tan “solemne” y ostentosa suena a idolatría si no se acompaña de esa otra restauración hecha de solidaridad y compasión con el más débil. Porque el Hijo de Dios expulsaba los demonios que atenazaban a sus paisanos y así liberaba a los sordos, a los mudos, a los ciegos; y se sentaba con prostitutas y “pecadores” y proclamaba que el sábado era para el hombre y no el hombre para el sábado.
Ya no vale restaurar una corona de una imagen si no hacemos lo posible y lo imposible por restaurar la vida de los que sufren a nuestro lado semejante deterioro. Una cosa tengo clara: cuando vuelva a Segovia, iré a ver a la Fuencisla, nuestra madre, en el corazón de los delincuentes que están en la cárcel y luego a ellos mismos, que siguen esperando un descanso y una compañía más eficaz y constante.
Y que la visita prometida del señor obispo a la cárcel oriente esa otra y más verdadera restauración de vidas, que nos espera como Iglesia de Segovia. Porque, si ante estos deterioros habidos (el de la corona de la imagen de la Virgen y el de las vidas de estos ciudadanos atrapados por la droga y el delito) no vale la simple restauración de la imagen y se ha querido devolverle su dignidad con unos actos de veneración pública, de la misma manera habrá que cooperar eficazmente para que estos miembros de nuestra comunidad tengan una respuesta solidaria y compasiva más allá de la cárcel.
Tenemos una oportunidad para que la Iglesia de Segovia replantee su atención a los hijos más necesitados de la Virgen; una oportunidad de reparar tantos abandonos y tantas omisiones con los que más lo necesitan; una oportunidad para retomar la verdadera veneración que Dios nos demanda en los débiles, los que sufren. Si una imagen nos remite a la presencia de Dios entre nosotros, mucho más los marginados, los que actualizan su misma presencia: “lo que con ellos hagáis, lo hacéis conmigo”. Es hora de mirar lo que quizá no vemos y está a nuestro lado, pero no nos lo deja ver la prisa por llegar temprano al templo. Y es hora de decir a los poderes públicos que se han tomado en serio la restauración de la imagen de la Virgen que no se olviden ni recorten los servicios para prevenir la drogadicción, la delincuencia y todo lo que la facilita.