Si yo fuera ministra o estuviera en esa comisión que prepara una ley sobre el aborto, propondría que se tipificara una nueva responsabilidad penal: la de “hombre con esperma distraído”.
A Dios gracias ya pasaron los tiempos aquellos en los que cuando aparecía una moza preñada no había cómo (o no se quería) saber quién era el padre de la criatura. Al final todo caía en la mujer, tanto la culpa como la crianza, y se la calificaba como “mujer de moral distraída”. Pero ahora, en pleno siglo XXI, cuando tanto han avanzado las técnicas que determinan la paternidad de un embrión, de un feto o de una criaturita nacida, tenemos todas las herramientas para poder centrar bien la cuestión de la paternidad (creo que la de la maternidad está más que centrada). Por eso no entiendo por qué no se está teniendo en cuenta este aspecto ahora que se está debatiendo la ley del aborto.
Yo propondría que se tipificase como delito, semejante al abandono de familia, el “esperma distraído”, y pondría penas duras, del estilo de las que pone tráfico, para disuadir de todas las posibles “distracciones”. Ante los debates que se están suscitando sobre el aborto, centrados todos ellos en las mujeres, yo traería también a la mesa de discusión la parte que, en la concepción de una nueva vida, corresponde a los hombres. Va siendo hora de que los hombres se hagan responsables de su esperma después de la eyaculación (como, pongo por caso, le ha pasado a Clinton). Y si por “distraimiento” ese esperma da en convertirse en un embrión, y después en un feto y después en una criaturita, yo no gastaría mi tiempo en discutir cuándo ha comenzado a haber una persona. Obligaría a que también se hiciera cargo de ella el dueño de los gametos masculinos. Sería suficiente, pongo por caso, con que se le obligara a abonar a la mujer embarazada una pensión alimenticia suficiente que le ayudara a sacar adelante a su hijo o hija hasta su independencia económica. Esto reduciría notablemente la cantidad de madres solteras y se conseguiría también que dejaran de abortar las muchas mujeres que alegan motivos económicos.
Estos reglamentos que conciernen al “esperma distraído” habría que aplicarlos a todos los hombres, también a los menores de 18 años, porque si tienen edad para eyacular, también tienen edad para hacerse cargo de los frutos de su esperma.
Calculo que ésta sería una buena medida que haría descender, y mucho, el índice de abortos en España, y evitaría no sólo abortos sino también embarazos no deseados. También creo que haría mucho más efectivas tanto las campañas de información a la adolescencia sobre anticonceptivos como las políticas de planificación familiar.
Y, pongo por caso, si una mujer embarazada le dice a su pareja, tanto da si ocasional o formal, que van a tener un hijo y él contesta aquello de: “Yo de ese hijo no quiero saber nada, allá tú” a ese tal habría que procesarlo por un delito contra la vida, pues con su actitud la está impidiendo. Se trata de un caso claro de “abortador”, y habría que ponerlo penalmente al mismo nivel que algunos quieren poner al personal sanitario involucrado en abortos. Por eso, tanto si la mujer aborta como si no, entiendo que el hombre que de ese modo conteste está fomentando y alentando un crimen, y debería ser procesado.