Todos callamos y no hay medida más sana para el psiquismo. ¿Para el alma? No tanto. Yo, si él está contento, lo respeto. Me parece que es mayor para volver al primer plano de la vida eclesial. Nos cuesta irnos y, si nos tientan, más. Lo llaman servicio. No estoy seguro. Me hace pensar sobre qué espera Roma de la Iglesia española y qué hemos de esperar nosotros de ella.
D. Fernando ha representado un pensamiento teológico y pastoral de primer nivel en el episcopado español. Es sólido y plenamente actual. Como persona, no lo he tratado; solo lo conozco por los escritos. Dicen que es honesto, pero autoritario; otros, que solo “aragonés”.
No lo sé. En los escritos es argumentativo y riguroso pero, en bastantes afirmaciones –cuando concreta su teología dogmática, social y moral-, es tan firme que cae en la cerrazón pura y dura. Ve la misma voluntad de verdad incondicional en la moral del aborto que en la enseñanza religiosa católica en la escuela y que en varios otros aspectos discutibles de la laicidad sana. Para él, no hay discusión. Y vaya si la hay.
Ya digo, respeto su alegría por el nombramiento. Quiero creer que se apunta al valor de otra etapa, no tan lejana, de la Iglesia española, en la que D. Fernando era mucho D. Fernando. Lo agradezco, papa Francisco, pero con la Evangelii gaudium en la mano, me sabe a poco. Por decírselo suavemente.
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