Te miro, eres negra.
Me miras, soy blanca.
Y sonreímos las dos.
En el nuevo día que se adelanta
tú sabes y yo sé
que la complicidad que nos une
quiebra fronteras.
El misterio que brota
de nuestros vientres crecidos
acaricia la promesa de una tierra libre,
donde nadie sea ilegal, esclava ni extranjera.
Por fin nos hemos encontrado
y nuestras diferencias
ya no nos dividirán,
sino que serán también nuestra fuerza…
(El reencuentro entre Sara y Agar.
Otro final posible para Gn 21, 1-10)
En marzo del 2009 un grupo de mujeres de diversas tradiciones religiosas y culturales (musulmanas, católicas, ortodoxas, agnósticas, cristianas, aymaras, etc.) en el contexto de una reflexión sobre nuestras experiencias como mujeres que cruzamos fronteras y las consecuencias que esto tiene para nuestras vidas, nos hicimos conscientes de una necesidad sentida por todas: la de dar un paso más en nuestra complicidad: compartir no sólo nuestras luchas por la vida sino las fuentes que nos sostienen y nutren en ellas: nuestra espiritualidad. Así nació el colectivo Agar y el espacio de los ritos o encuentros espirituales que desde entonces venimos celebrando mensualmente en Lavapiés.
El colectivo nace de una necesidad y un deseo que nos moviliza: fomentar el diálogo inter-espiritual desde una perspectiva feminista y de base y propiciar espacios de encuentro, formación, investigación y compromiso con la justicia, la paz y la integridad de la creación desde la diversidad cultural y religiosa.
Lo constituimos mujeres que “transitamos fronteras” y que reivindicamos las diferencias no como una amenaza sino como una riqueza en la construcción de una ciudadanía alternativa, desde la perspectiva de las mujeres. Nos sentimos urgidas por una espiritualidad política que trasciende toda religión y busca espacios de convergencia.
En nuestros rituales vamos compartiendo nuestras fuentes de la vida, nos reencontrarnos con la mujer de luz que nos habita y sostiene en tiempos oscuros, o nos identificamos con la naturaleza y sus ciclos desde las propias experiencias vitales: el otoño como tiempo de desnudez y pérdida, como símbolo de nuestros duelos migratorios; la primavera como el renacer de la vida desde la ampliación de horizontes a los que nos abre la convivencia intercultural con otras mujeres o el equinoccio de verano como invitación a recuperar en nuestra vida el fuego, la pasión, el placer.
Desde la experiencia vivida sentimos que vamos renovando esperanzas y anticipando el sueño de que lo imposible se va haciendo posible, lo utópico encuentra su “topus” en la realidad.
Así, las danzas de Miriam y las mujeres del Éxodo (Ex 15, 20-21), el cantar y la palabra sapiencial de Débora (Jue 4-5), la complicidad de Rut y Noemí ( Rt 1, 16-22) la dignidad restituida de Betsabé (1 Re1-2),el profetismo de Rabeiah Adawiya (mística sufí del siglo VIII) o la libertad de Magdalena, Marta y María en sus relaciones con el profeta Jesús (Luc 10,38-41) (Luc 8,1-3) ( Jn 1,1-28) van tomando cuerpo en nosotras y vamos experimentando juntas que la espiritualidad feminista no tiene fronteras, ni moldes, ni diques y que, como dice Ivone Gevara1, es “el sueño de la tierra prometida, que nos permite percibir de un modo nuevo la existencia y su misterio que envuelve nuestro cuerpo y nos da coraje para vivir y amar de nuevo y sentir que nuestros huesos resecos se llenan de músculos y carne, se ponen en movimiento para un abrazado resucitado que envuelva a mujeres y hombres del universo entero” .
En nuestros ritos, el cuerpo, la danza, la música, lo gestual y simbólico, la expresión de la propia palabra desde la tradición singular de cada una van siendo los lenguajes que nos acercan y nos revelan la divinidad, la trascendencia que nos habita y que es la fuente de nuestro ser y “empoderamiento”.
Otras veces iniciamos nuestros encuentros con alguno de los 99 nombres con los que el Islam invoca a Dios para pasar en un segundo momento a buscar conexiones con la experiencia espiritual de cada una tomándonos la libertad de nombrarlo, reconocerlo y practicarlo desde nuestra identidad sexuada, porque el misterio, Dios, la trascendencia no puede ser ajeno a nuestros cuerpos y experiencias como mujeres.
Otra de las características de este espacio es la atención al proceso como pauta orientadora del camino, como obediencia a lo real, al deseo que nos hace converger como grupo y no a un plan o programa preconcebido.
Esta atención a la hondura, a lo que va pasando por el camino más que a lo que suceda al final del recorrido nos proporciona momentos absolutamente mágicos cargados de creatividad que nos “empistan” hacia nuevos proyectos, como la exposición Piel de diosas que vamos a iniciar este curso.
El proyecto Piel de diosas nace de un encuentro, un gesto corporal, una palabra”cruzada” entre dos mujeres unidas contra las fronteras que, tras participar juntas en una acción reivindicativa en la calle por los derechos de las sin-papeles y las empleadas de hogar se reconocen mutuamente más allá de las diferencias impuestas por la etnicidad, el estatus, la religión y las leyes de extranjería. Un reconocimiento de mujer a mujer. El gesto y la palabra de una mujer negra, senegalesa, musulmana, trabajadora doméstica que, tocando el rostro de otra mujer blanca, mexicana, agnóstica, investigadora, la reconoce por su belleza y valía: “¡Qué bonita y qué blanca eres!» a lo que la mujer blanca mexicana responde devolviendo la caricia y el reconocimiento “¡Y tú qué bella y qué negra eres!»
El análisis de este gesto de reciprocidad y reconocimiento entre mujeres actualmente nos está llevando a reflexionar sobre la belleza, el género y la etnicidad, así como sobre la devaluación del cuerpo de las mujeres en la representación de lo divino.
Con el proyecto Piel de diosas queremos denunciar la exclusión y la manipulación de las mujeres “en nombre de lo divino” y reivindicar el poder de significar de los cuerpos de las mujeres, el misterio y la sabiduría que portan liberándolos del racismo y el sexismo.
colectivoagar2011@hotmail.com
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