No sabemos si sería una premonición, pero no hace más de seis años que Alejandro Amenábar lanzaba a la gran pantalla una película que presentaba las primeras tensiones de, al menos, dos religiones monoteístas en Egipto -cristianismo y judaísmo. Del background de Ágora florecían tres preguntas inquietantes, que no han perdido ni un ápice de vigencia: ¿el origen del cristianismo fue tan evangélico, puro y pacífico como muchos historiadores lo relatan?, esta religión ¿ha sido un lastre para el saber científico?, ¿lo ha sido para el diálogo interreligioso?
Dicho deprisa y corriendo, Alejandro Amenábar quería hacer pensar al espectador sobre el ascenso del cristianismo como religión hegemónica frente a las otras religiones y pensamientos coexistentes en el siglo IV: la griega, romana, greco-egipcia y el judaísmo. Aunque no haya consenso histórico al respecto, la tesis de Amenábar se centra en que, en medio de la persecución ejercida en nombre del cristianismo sobre la población judía y pagana, el obispo Cirilo de Alejandría condena a Hipatia por bruja y pagana, ordenando su lapidación.
Precisamente, en aquel siglo nace el cristianismo copto con una máxima concreta: difundir la palabra del Evangelio a la población nativa egipcia. El copto, una forma del idioma egipcio antiguo escrito en el alfabeto griego, se convirtió en la lengua litúrgica del cristianismo egipcio y continúa siéndolo en la actualidad. No obstante, el devenir histórico parece haber cambiado notablemente la situación de los cristianos y cristianas en el país de la civilización antigua. Bastaría citar que de más de ochenta millones de habitantes, solo el 10 % de ciudadanos egipcios son coptos -confesión cristiana mayoritaria.
A pesar de siglos de coexistencia pacífica, ya se ha cumplido un año desde que empezaron a darse enfrentamientos directos entre musulmanes y cristianos. Al menos seis personas murieron en un ataque realizado desde un vehículo fuera de una iglesia en Egipto tras una misa donde cristianos coptos celebraban la Nochebuena de 2010. En mayo, doce personas murieron en ataques a iglesias coptas y en marzo trece perdieron la vida en enfrentamientos entre musulmanes y coptos en la plaza Tahrir. En octubre, al menos 26 personas murieron y 200 resultaron heridas en el peor brote de violencia desde el derrocamiento del presidente Hosni Mubarak, producidos durante una manifestación convocada por los cristianos tras el incendio de un templo en Merinab. Y un mes después, al menos 29 personas resultaron heridas durante una marcha copta que conmemoraba la muerte de 26 cristianos y cristianas.
En la actualidad, tras el desarrollo de la primavera árabe, el derrocamiento de Mubarak y unas elecciones legislativas celebradas -los primeros comicios democráticos de este nuevo Egipto – puede amanecer un nuevo escenario político en este país. Eso siempre y cuando quienes cocinen sepan llevar a cabo la receta con unos esperanzadores ingredientes. Son las instituciones políticas y religiosas las que tienen la llave para asegurar la paz y estabilidad: un sinfín de nuevas formaciones políticas surgidas tras la revolución, los Hermanos Musulmanes, viejos conocidos y grandes favoritos en el panorama electoral actual; imanes representativos del mundo musulmán y líderes coptos han de aunar esfuerzos para solventar una fractura interreligiosa y social existente desde hace algo de tiempo.
Las raíces del conflicto
En el año 639 se produce la conquista árabe en Egipto. Y, a pesar de algunos conflictos de rango universal (Cruzadas, expansión de los mongoles, invasión del Imperio Otomano), que han repercutido de alguna manera en este territorio, no se puede decir que entre la población cristiana y la musulmana se hayan generado problemas significativos en las riberas del Nilo. Pero la paz entre estas dos religiones “no se ha dado simplemente a causa de la buena voluntad, sino porque estas comunidades han mantenido el objetivo de compartir elementos históricos y culturales”, subraya Asef Bayat, profesor de la Universidad de Illinois, en una publicación en la edición digital de Al Jazeera.
A partir del s. X, el islam empezó a extenderse en Egipto hasta tal punto de que la población copta llegó a ser minoritaria, sin ocupar puestos altos en la esfera pública. Pero el estatus de quienes profesaban el cristianismo cambió a mediados del s. XIX durante el periodo de la colonización y, sobre todo, en los años constitucionales (1919-1952), cuando coptos y musulmanes gozaban de unos derechos y estilos de vida similares. Sin embargo, a partir del golpe de Estado del coronel Gamal Abdel Nasser en 1952 el curso de los acontecimientos en Egipto empezó a verse transformado. Bastaría apuntar que el 75% de las propiedades fueron nacionalizadas. Fue entonces cuando comenzó una de las grandes olas de inmigración de población copta a EE. UU, Canadá y Australia (1960).
Posteriormente, el poder fue asumido Anwar Sadat en 1970, momento en el que se cambió el nombre del país a su actual denominación como República Árabe de Egipto. Según Maged Botros, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Helwan y miembro del Partido Nacional Democrático (que conjuga el socialismo y el nacionalismo árabe), a raíz de las protestas por parte del cristianismo copto declaró en Al Jazeera que a partir de aquella época han renacido corrientes islamistas en Egipto. “La sociedad egipcia no conocía el sectarismo hace treinta años, el cual ha sido importado desde el extranjero”. “Egipcios que emigraron al Golfo han traído ahora extremismo religioso”.
En un mismo sentido han llegado a manifestarse miembros del Wafd Party, partido liberal de Egipto, quienes han pedido constantes reformas y soluciones al gobierno de Hosni Mubarak (presidente de Egipto desde 1981 hasta el pasado mes de febrero). George Ishaq, un portavoz del movimiento Kefaya (plataforma de protesta contra el régimen de Mubarak), declaró en la televisión de Qatar que “el problema ha regresado con la ideología Wahabi (corriente de musulmanes suníes que pretende la aplicación de las leyes islámicas con rigor) importa desde la península arábiga”.
Otra posición más atrevida fue la de Yousef Sidhom, editorialista de Watani Weekly, el periódico copto de Egipto que hace un llamamiento a la población copta y musulmana para que luchen contra los ataques hacia los cristianos y cristianas, definiéndolos como “crímenes terroristas”. El editorialista copto ha expresado que “las autoridades no quieren ver tres décadas de opresión, desidia y discriminación en todos los aspectos de la vida”.
Desde el cristianismo copto se observa esta discriminación como algo evidente, ya que con los regímenes de Sadat y Mubarak no tenían licencias para transformar algunos edificios en iglesias. Sin embargo, la postura del antiguo gobierno era la de desmentir dicha discriminación, alegando que podían utilizar dichas construcciones como centros sociales (incluso para orar dentro de los mismos), pero no como iglesias oficiales, puesto que entonces tendrían que someterse a inspecciones.
El periodo de la colonización británica, la presidencia de Anwar Sadat y el nuevo horizonte islámico que se empieza a vislumbrar en los años ochenta son las verdaderas causas del actual conflicto en Egipto, según el profesor Asef Bayat. Ante las inciertas consecuencias de la primavera árabe y los resultados de las elecciones legislativas y presidenciales florece la pregunta de cómo será el nuevo Egipto después de Mubarak. Mohamed el Beltagy, líder de los Hermanos Musulmanes ha denunciado en una exclusiva el rotativo El Correo la ilegalidad de los años de Mubarak y cree que su partido está llamado a obtener una amplia mayoría en las elecciones legislativas que comenzaron en noviembre: “Queremos que esa mayoría represente a todas las tendencias y que tenga cohesión. Pero hay ciertos partidos que están intentando atemorizar y movilizar a los coptos contra los Hermanos Musulmanes. Nosotros queremos que los coptos tengan una enorme participación en la vida política egipcia y que participen en partidos liberales, izquierdistas, comunistas y también islamistas. Nosotros vemos el islam como una civilización y no solo como una religión para musulmanes”.
El nuevo Ágora egipcio del siglo XXI no abarca los mismos problemas que el de la época de Cirilo. Pero ambos tiempos aglutinan un mismo lastre: la fractura interreligiosa. Cómo resarcir esta fisura nos lo reservamos para el próximo mes anticipando una pregunta: ¿quedan aún atisbos de esperanza para la libertad la convivencia y el diálogo?
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