Son jóvenes, judíos y luchan por la paz desde diversas partes del mundo. Alzan su voz frente a la manipulación del “ser judío” y rescatan lo que consideran la esencia de quienes, según la tradición, erraron y huyeron. Y no quieren que haya otros que yerren y huyan por su culpa o por culpa de quienes lo hacen en su nombre, tomando la bandera de la etnicidad y la religiosidad para oprimir a otros.
Llegó 2011 cargado de desdichas y violencias de tintes religiosos (de las que hablaremos largo y tenido en otra ocasión). Estos jóvenes judíos nos invitan a abrazar el nuevo año con esperanza. Con algo al menos.
Los “jóvenes judíos orgullosos de serlo” son una muestra de que las nuevas generaciones no son dejadez y pasotismo. No. En absoluto. También están quienes desde ya se esfuerzan para desfacer, desde su espacio y en la medida de sus posibilidades, los entuertos que se dan en Israel. Forman parte de “Voces judías por la paz”, un grupo de activistas inspirados en la tradición judía que trabajan por la paz, la justicia social y los derechos humanos. La sede la tienen en California, aunque disponen de militantes en todo el mundo. Son algo así como un contrapunto a los lobbies sionistas. Alzan su voz cargados de valores y de propuestas. Escuchar a los mayores (en general, a los nuestros y a los de los demás) es de sabios. A los jóvenes también, sobre todo a esa clase de juventud que se esfuerza por reconciliarse con su pasado, con los suyos y con la realidad que les rodea. Ahí van algunos de los planteamientos de estos jóvenes judíos pacifistas.
Existimos
“Estamos en todos los sitios, amamos y soñamos en todas las lenguas, rezamos tres veces al día o solo durante las vacaciones o cuando nos apetece o lo necesitamos o nunca. Somos punks y estudiantes y padres y porteros y rabinos y luchadores por la libertad. Somos vuestros hijos, vuestras sobrinas y sobrinos, vuestros nietos. Abrazamos la diáspora, incluso cuando ello nos causa gran dolor. Somos los escombros del laberinto del miedo… Somos humanos… No somos apáticos. Reconocemos y nombramos la persecución cuando la vemos. La ocupación ha encogido nuestras gargantas y enriquecido nuestras lenguas. Nos estamos nutriendo con nuevas palabras, con inesperado vocabulario. Tenemos familia, construimos familia, somos familia. Renegociamos. Redibujamos el mapa cada día. Viajamos entre mundos. Estos no son nuestros derechos de nacimiento. Se trata de nuestra necesidad.
Recordamos
Recordamos la esclavitud en Egipto y recordamos cómo realizábamos a escondidas nuestras celebraciones y rituales. Recordamos la valiente y enérgica resistencia. Honramos el legado de intelectuales comprometidos y refugiados. Recordamos el movimiento obrero. Recordamos los campos. Recordamos cuando envejecimos prematuramente. Recordamos el sufrimiento de nuestros ancestros y el nuestro propio. Nuestras historias son más antiguas que cualquier guerra brutal. Recordamos a aquellos que no pueden permitirse tomar tiempo para curarse. Recordamos cómo construir nuestras casas y nuestra santidad, más allá del tiempo y del aire que se escapa entre los dedos y, por lo tanto, no necesitamos la tierra de otros para hacerlo. Recordamos la solidaridad como un medio de supervivencia y un acto de afirmación, y estamos orgullosos.
Rechazamos
Rechazamos que se deformen o se borren nuestras historias o que se apropie de ellas la maquinaria de guerra colectiva. No llamaremos a eso liberación. Rechazamos que se oprima a los otros deliberadamente así como oprimirnos los unos a los otros. Rechazamos ser encubridores. No cargaremos con el legado del horror. No nos rendiremos a la lógica de que “exterminio” signifique “seguridad”. No seremos testigos impasibles de la violación de los derechos humanos en Palestina. Rechazamos convertirnos en la madre que no lloró cuando el sabio rey Salomón decidió cortar a su hijo en dos pedazos. Somos mejores que eso. Tenemos ancestros a quienes honrar. Aliados a los que hacer honor. Y tenemos que ser honrados con nosotros mismos.
Nos comprometemos
Nos comprometemos con la paz. Nos pondremos en pie y resistiremos con cuerpos rectos para ofrecer bien honestamente. Resistiremos con nuestras palabras, nuestros lápices, nuestras canciones, nuestros pinceles, nuestras manos abiertas… Nos comprometemos a reimaginar nuestra patria para hacer un sitio a la justicia. Seremos un obstáculo para la colonización y el desplazamiento. Todo ello lo llevaremos a los tribunales y a las calles. Aprenderemos. Lo enseñaremos en las escuelas y en nuestras casas. Lamentaremos las mentiras que nos hemos tragado. Nos comprometemos a trabajar por la igualdad, por la solidaridad y por la integridad. Pedimos que salgan a la luz y se aclaren y conozcan nuestras historias, todas las historias. Buscamos y reclamamos un lugar para la vida y la dignidad de todo el mundo y que haya un nuevo amanecer. Nos comprometemos a luchar para ello. Somos la lucha. Nos convertiremos en mentores, ancianos y oyentes radicales para la siguiente generación. Es nuestra obligación sagrada. No nos detendremos. Existimos. Somos jóvenes judíos y tenemos que aprender a decidir lo que eso significa”.
Con esta invitación a la concordia, a la justicia y a la paz comenzamos el año. Cuando desde alguna tradición religiosa se nos invita a sembrar amor, empatía y diálogo es una buena noticia, bañada de optimismo, de aliento, de ilusión y de confianza. Como un regalo. Y no están solos.
Para más información:
www.youngjewishproud.org
www.jewishvoiceforpeace.org
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