Leo en un editorial de La Vanguardia (15/09/2012) que el viaje del papa Benedicto XVI a Líbano en septiembre fue “un mensaje de paz y de reconciliación a Oriente Medio”; particularmente por el momento especialmente difícil que está pasando esa región, con una sangrienta guerra civil en la vecina Siria, con crecientes tensiones con Irán y con un resurgir del fanatismo religioso. ¡Ojalá!
Parece que la diplomacia vaticana escogió este país porque es el más seguro de la región en estos momentos. También, sin duda, porque es el único que tiene un presidente cristiano (maronita), como la mitad de su Parlamento. Líbano es un país multirreligioso, con diferentes confesiones cristianas (iglesias orientales católicas como los coptos, los greco-melquitas, maronitas, caldeos, etc. junto a iglesias orientales ortodoxas) y otras religiones. Además, puede ser la plataforma adecuada en Oriente Medio para lanzar un mensaje de aliento a todas las minorías cristianas de la región y todo el mundo árabe; minorías acosadas por la falta de libertad religiosa en la mayoría de los países islámicos.
Como es sabido, el motivo oficial de este viaje papal fue firmar el documento final del Sínodo de Obispos para Oriente Medio, que tuvo lugar en octubre de 2010 en el Vaticano: la Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia in Medio Oriente (“La Iglesia católica en Oriente Medio, comunión y testimonio”). Un documento que sirvió al papa para destacar la necesidad de la coexistencia islamo-cristiana, pues “alienta al diálogo entre las diferentes comunidades y constituye un testimonio cristiano coherente por el bien de la sociedad”, como dijo en Beirut. Nada más llegar, Benedicto XVI hizo un llamamiento a una coexistencia pacífica de personas cristianas y musulmanas; les pidió que, pese a las dificultades, no abandonen la región y defiendan los valores cristianos: “Un Oriente Medio sin cristianos -o con pocos- no es Oriente Medio”, dijo en alusión a la tierra donde nació el cristianismo. Hace un siglo eran el 20% de la población y ahora apenas son el 5%. Benedicto XVI bendijo los aires de libertad que recorren oriente medio desde la primavera árabe y expresó su deseo de que sea una libertad para todas las personas, que acabe con la intolerancia y promueva la concordia.
El portavoz vaticano, Federico Lombardi, dijo que este papa “tiene una actitud muy abierta hacia el diálogo interreligioso”. Estupendo, pero… veamos.
En primer lugar, en lo referente al llamado “diálogo ecuménico”, diálogo con las distintas confesiones/iglesias cristianas, sobre todo con las iglesias ortodoxas. En el documento Ecclesia in Medio Oriente, entregado por el papa en un acto en la hermosísima basílica de San Pablo, en Harissa, leemos: “Junto con la Iglesia católica, en Oriente Medio están presentes numerosas y venerables Iglesias… Este mosaico requiere un esfuerzo importante y continuo por favorecer la unidad, dentro de las respectivas riquezas” (n.11). Y que “los santos y mártires, de cualquier pertenencia eclesial, han sido (…) testigos vivos de esta unidad sin fronteras en Cristo” (id.). Pero precisa a continuación que se trata de un “ecumenismo espiritual” y esta comunión no debe llevar a “una confusión” (12). Pero uno se pregunta cómo puede haber “confusión” en un verdadero ecumenismo espiritual, que o es un encuentro en el Espíritu o no es nada. ¿Será más bien que la desconfianza de las otras personas y la obsesión por el orden y la obediencia a los mandatos jerárquicos está siempre detrás de todo el ecumenismo que promueve la jerarquía católica desde el centralismo vaticano?
El cardenal Koch -presidente del Consejo Pontificio para la unidad de los cristianos- manifestó en una entrevista que este viaje era “un gran paso adelante hacia la unidad con las Iglesias ortodoxas orientales”. Ojalá; pero este prefecto y el mismo papa deben saber muy bien que tal unidad no se dará nunca concibiéndola como una “vuelta al redil” de esos mal llamados “hermanos separados” (“las Iglesias orientales que no están en comunión con la Iglesia Católica”[Romana], como se dice en el documento, n.16). El diálogo y la búsqueda de la unidad nunca puede ser de dirección única: “Venid a nosotros”, o sea, volved a la obediencia con Roma; sino un encuentro bidireccional, en el que el papa de Roma es el principal obstáculo, como dijo el mismo Juan Pablo II.
Las iglesias ortodoxas tienen en estos momentos una gran vitalidad, sobre todo con la caída del régimen soviético, que alzó de nuevo a la poderosa Iglesia Ortodoxa Rusa; y no están dispuestas a una unidad que debilite sus estructuras jerárquicas, situándolas bajo la autoridad papal; a todo más, verían esta como un “primus inter pares”, donde el obispo de Roma tenga una cierta ascendencia respecto de unos patriarcados con una jerarquía muy establecida; pero no están dispuestas a admitir una monarquía absoluta vaticana y el pueblo los sigue.
En segundo lugar, el llamado “diálogo interreligioso” debería llevar a un verdadero “ecumenismo-ecuménico”, como lo llama Raimon Panikkar para superar un estrecho ecumenismo-cristiano. En esta región se trata fundamentalmente del diálogo entre cristianos, judíos y musulmanes, con tantas tradiciones comunes. “Creyentes y hermanos” que se unen a los cristianos y cristianas en “el reconocimiento de un Dios”, como dice el doc. citado (n.19). No se trata ya solo de superar “las persecuciones insidiosas o violentas del pasado” y las persecuciones e intolerancias del presente, sino de caminar con unidad por la misma condición humana y creyente-religiosa, que va mucho más allá de las diferencias de dogmas y leyes que mantienen un enfrentamiento desde siglos. Y ahí las palabras de Benedicto XVI, desde la polémica de su discurso en Ratisbona hace ahora casi justamente seis años, no resultan muy fiables para lass personas musulmanas. En aquella polémica yo me quedé sobre todo con las palabras del rector de la Gran Mezquita de París, Dalil Boubakeur: “Creemos en el mismo Dios, el Dios de la paz, del amor y de la misericordia”. Este es el verdadero fundamento de todo auténtico ecumenismo-ecuménico: Dios, Yahveh, Alá o Brahman es uno con distintas caras y mira sobre todo por el ser humano más pobre y más débil. Y aquí se abre también una cuestión muy importante: ¿un diálogo desde el poder y entre jerarquías o un diálogo en la base, teniendo en cuenta al pueblo humilde?
* Victorino Pérez Prieto es doctor en filosofía y teología
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