Su pobreza, nuestra miseria

Acto en solidaridad con las personas sin hogar en Barcelona. La pobreza ha llegado a este país para quedarse, para golpearnos en la cara con toda su crudeza. La casuística de esta infamia cada vez es más compleja y afecta a más facetas de la existencia humana. Por resumir: millones de personas que residen en un país llamado España no disponen de una vivienda digna, están en el paro y no cobran subsidio, no pueden acceder a una atención sanitaria mínima o, directamente, pasan hambre. Su problema no parece ser el del Gobierno, que recorta los presupuestos sociales, los programas de dependencia y las subvenciones a ONG. El mismo Gobierno que abre la mano para que sea la iniciativa privada la encargada de gestionar las “miserias” ajenas.

Al mismo tiempo y en el mismo país el número de ricos y ricas crece exponencialmente, casi a igual velocidad que aumenta el número de menesterosos. ¿Tienen algo que ver ambos fenómenos. ¡Pues claro! Son parte de una realidad que parece imbatible. El dinero no solo cambia de manos. Esta transferencia de capital carecería de importancia si no fuera porque las cuentas corrientes vacías y las deudas se llevan por delante vidas humanas y provocan dolor y sufrimiento a raudales.

¿Qué papel juega la gente de Iglesia en la lucha contra la pobreza? Uno principal, sin duda. En primer lugar, en la tarea de atender las consecuencias, en el acogimiento a las víctimas de una desigualdad que está pasando de ser coyuntural a consolidarse como estructural. Cáritas, Manos Unidas y otras muchas organizaciones confesionales desarrollan una callada labor que está valorada cada vez más por una sociedad que sí descubre aquí el rostro auténtico de Jesús de Nazaret. Pero también se combate la pobreza desde la denuncia. El último informe de Cáritas, Observatorio de la Realidad Social, desvela que tres millones de personas sobreviven en la pobreza severa, con 307 euros de renta mensual. Unos datos muy preocupantes (ya lo sería que una sola persona malviviera en estas condiciones) porque se trata del doble de gente de la que había en 2008, al comienzo de la crisis, en esta misma situación.

También Francisco dejó claro desde el comienzo de su pontificado que la Iglesia “debe ser pobre y trabajar para los pobres”. Sus mensajes también denuncian las malas prácticas: “La caridad que deja a los pobres tal y como están no es suficiente. La misericordia verdadera, aquella que Dios nos da y nos enseña, pide justicia, pide que el pobre encuentre su camino para dejar de serlo”.

Estas sabias palabras se alimentan del mensaje evangélico de Jesús, que no anduvo con paños calientes cuando denunciaba la injusticia. Porque, si no entendemos que la construcción del Reino en la tierra tiene que implicar que toda persona conserve su dignidad, sus derechos, es que no hemos entendido nada.

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