A. Oppenheimer escribió en El papa Francisco y las otras religiones que Francisco podría convertirse “en el sumo pontífice más comprometido con el diálogo interreligioso”. Ojalá; somos muchas las personas que lo esperamos vehementemente. Ya en su libro con el rabino Abraham Skorka Sobre el cielo y la tierra, recuerda sus iniciativas para construir puentes con otros líderes religiosos durante sus años de arzobispo en Buenos Aires; explica también que la globalización no debe ser como una bola de billar, una superficie uniforme, sino que debe tener “la figura de un poliedro, donde todos se integran pero cada cual mantiene su peculiaridad que, a su vez, va enriqueciendo a las otras”.
Recién elegido papa, en su encuentro con representantes de las Iglesias y los líderes religiosos (19 de marzo de 2013), manifestó su compromiso con el diálogo ecuménico en el camino iniciado con el Vaticano II: “Éste será nuestro mejor servicio a la causa de la unidad entre los cristianos, un servicio de esperanza para un mundo marcado todavía por divisiones, contrastes y rivalidades”. En su discurso inaugural, dijo que quería “presidir en la caridad”; algo que han pedido siempre los mejores teólogos del ecumenismo: el papa no debe presidir la Iglesia como monarca absoluto, sino en el amor. Y en la entrevista de A. Spadaro para Razón y fe dijo algo fundamental: “Para las relaciones ecuménicas es importante una cosa: no solo conocerse mejor, sino también reconocer lo que el Espíritu ha ido sembrando en los otros como don también para nosotros…Tenemos que caminar unidos en las diferencias: no existe otro camino para unirnos”.
Con respecto a las demás religiones, dijo en aquel encuentro con los líderes religiosos: “La Iglesia católica es consciente de la importancia que tiene la promoción de la amistad y el respeto entre hombres y mujeres de diferentes tradiciones religiosas”. En otras ocasiones ha hablado de la necesidad de una “libertad religiosa real” y de una “cultura de encuentro” entre las distintas religiones, “para dar a la humanidad los valores que necesita”, empezando por colaborar en la solución de los problemas más urgentes: el hambre y la necesidad de desarrollarse como personas; y hacerlo cada uno desde las propias creencias particulares (entrevista en O Globo-tv). En uno de sus discursos en Brasil, pronunciado en el Teatro Municipal de Río de Janeiro, dijo: “La única manera de que la vida de los pueblos avance es la cultura del encuentro, en la que todo el mundo tiene algo bueno que aportar y todos pueden recibir algo bueno”.
Sin embargo, su encíclica Lumen fidei adolece de poca valoración del diálogo con las religiones. Bien es cierto que, fuera de pequeños añadidos suyos, parece claramente un texto de su antecesor; y, posiblemente no del mejor teólogo Ratzinger… Tiene expresiones hermosas acerca de la conexión entre amor y verdad: “La fe no es intransigente, sino que crece en la convivencia que respeta al otro” (n.27); la verdad “hace humilde al creyente, sabiendo que, más que poseerla él, es ella la que le abraza y le posee”, por eso “hace posible el testimonio y el diálogo con todos” (n.34). Pero esta verdad parece estar demasiado atada al aagisterio de la Iglesia, al papa y el episcopado.
En fin, de Francisco y el diálogo interreligioso, me quedo sobre todo con sus palabras en otra entrevista, esta vez en La Repubblica, muy sorprendentes en boca de un papa: “Yo creo en Dios, pero no en un Dios católico. No existe un Dios católico. Existe Dios, mi Padre”. Por eso, llega a afirmar: “El proselitismo es una gran estupidez. No tiene sentido, lo que hay que hacer es conocerse y escucharse”.
Ojalá el papa Francisco sea consecuente con el programa anunciado en su encuentro con los líderes religiosos y que el viciado entorno vaticano en el que vive no se lo impida, con la prepotencia que lo ha caracterizado siempre; porque muchos teólogos seguimos con los problemas de censura del tándem JP.II/B.XVI.